Maritza es una mujer curtida en la adversidad. Desde que murió su madre, único sostén de su existencia, le ha tocado abandonar los estudios y buscarse la vida.

La fortuna no le ha sonreído en el ámbito económico: vive en una comuna y se dedica al poco próspero negocio de la recogida de cartón. Acompañada de su fiel mula Maryluz, que tira incansable del carro donde transporta el material que le da de comer, trabaja muy duro para recibir cantidades tan ínfimas de dinero que sólo la permiten sobrevivir.

La comuna donde vive es una especie de barrio de chabolas donde se refugian los menos favorecidos. Las autoridades hacen la vista gorda ante el asentamiento irregular que por lo menos procura un sitio donde vivir a gente que no tendría ninguna otra posibilidad de albergue.

Una madrugada, al volver de vender sus cartones, Maritza se topa con todo un acontecimiento: una joven, medio inconsciente y drogada, yace medio muerta entre la basura. La recoge y, como buenamente puede, le hace comprender que es mejor que se reponga en su pobre casa, antes que permanecer en la calle al albur de lo que pueda pasarle.

La chica, que se llama Ana María, termina por sentirse acogida y protegida. Poco a poco, nace el afecto entre ellas y, más tarde, el amor.

Ambas sienten un amor sólido que, además, para Maritza constituye un profundo cambio emocional en su vida, muy diferente a las antiguas experiencias afectivas que ha podido experimentar.

Un amor que como un vendaval arrasó a una edad donde se empieza a vivir la madurez y se ha dejado de creer en fantasías y el mundo es más o menos lo conocido o lo vivido en este caso, porque cuando se vive en la periferia se vive y casi no se tiene tiempo para pensar en lo que se ha aprendido, que la vida se vive cogida de los cachos y se le rasguña cada segundo, porque la comida y el techo son una aventura constante. Y en ese recoger lo que había sido su vida, hasta el momento en el que la vida le regaló la felicidad verdadera, aquella que no produce temor de sueño vivido, sino aquella que es real, que da confianza para enfrentar el mundo real, con entusiasmo y contento, Maritza amaba y era amada, conjugación perfecta del verbo modelo de la primera conjugación.

De este modo, la felicidad se había instalado entre Maritza y Ana María porque es cierto que la pobreza no trae por sí misma la desdicha y que se puede ser muy dichosa aun con muy poco dinero.

Aunque también se dice que nunca hay contento en casa del pobre. Muchas dificultades acechaban a la pareja de mujeres. La primera de todas, la verdadera posición financiera de una y otra. Porque resulta que Ana María era, antes de aparecer tirada cual trapo mojado en el descampado, una chica acomodada. Al parecer, la muchacha rica se había dado a la vida disipada y peligrosa.

Cuando Maritza la recogió no era más que un guiñapo. La ayudó a superar las crisis de abstinencia, la quiso y, en definitiva, la curó de la adicción.

Sin embargo, ahora los familiares acechan. Al parecer, una tía suya muy rica está a punto de reunirse con San Pedro y todos están pendientes de la herencia. Pero la señora siente predilección por Ana María, así que la tal herencia depende en cierto modo de que se porte bien, visite a la moribunda y le haga ver que sigue siendo toda una señorita de buena familia, ahora arrepentida de sus correrías inapropiadas.

Lógicamente, Maritza teme perder a su amada si ésta vuelve con su familia (que no fue capaz de cuidarla demasiado en su anterior etapa vital). Teme, entre otras cosas, que Ana María se deslumbre con una vida lógicamente más cómoda y más plácida que la que ella puede ofrecerle. Teme, en suma, que su pobreza termine por hacerla odiosa. Porque es lógico que todo el mundo prefiere la existencia lujosa que la vida miserable en la que falta el pan de cada día (hay otro dicho que mantiene que “cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana”).

¿Será bastante el amor que se profesan Ana María y Maritza o terminará sucumbiendo ante las adversidades de las diferencias sociales y económicas? ¿Serán felices o acabarán cada una por su lado? No lo pienso contar; quien quiera saberlo, tendrá que leer la novela. Este es un libro que tiene a su favor el hecho de que no relata la típica historia de corte romántico-amoroso al que estamos tan acostumbradas: chicas muy jóvenes, podridas de dinero, dinámicas y aventureras, con profesiones liberales o éxito en los negocios, etc. Lo original reside en que nos encontramos en un entorno verdaderamente desfavorecido. A través de la experiencia de Maritza (que es una auténtica líder en la comuna) podremos ver un buen número de historias muy humanas de seres socialmente deprimidos. Son gente con preocupaciones extremas, personas que cada mañana se despiertan con un pensamiento único: cómo poner un plato de comida en la mesa. En torno a esas vivencias encontraremos mucha humanidad y compasión. Y, sobre todo, un abanico de buenas narraciones de vida.

Sin derecho a soñar es una novela de amor entre mujeres, diferente a lo habitual y que ofrece otro tipo de sensaciones, una obra con un fuerte contenido social y que puede ser muy interesante si lo que buscáis es algo más allá del romanticismo.

Y además, siempre resulta importante recordar que vivimos en un mundo donde la injusticia social sigue siendo el pan nuestro de cada día. Por desgracia, hay demasiadas personas que viven en estado de necesidad, y a veces no están tan lejos de nosotros como pensamos. Que la disfrutéis, si os apetece.