Una tormenta de nieve sorprende a cuatro amigas mientras pasaban un fin de semana en una casa rural de un encantador paraje montañés. El temporal provoca el aislamiento de Sofía, Helena, Blanca y Concha. Las dos últimas son oficialmente pareja y a las cuatro las une una amistad de varios años de rodaje. El hospedero, un vecino del pueblo cercano, piensa que son unas solteronas ansiosas de escapar de la ciudad por un par de días.

Como todas se conocen bastante bien y se tienen confianza, resulta lógico que ese aislamiento conduzca a la conversación, a explayarse y, en suma, a que la charla fluya.

Las amigas acuerdan que, ya que están condenadas a no poder salir de la casa y que después de varias horas este plan puede convertirse en algo muy aburrido, van a contar historias (a la par que beber como cosacas). En realidad, la idea es jugar a algo que permita echar tragos de ron cada poco tiempo –supongo que con el objetivo tanto de matar el tiempo hasta que se deshiele la nevada, como de acabar trompas perdidas e irse a la cama a roncar como benditas.

Tan estimulante proyecto va a estar dirigido por dos reglas: la primera, cada una contará una historia cuyo título o tema esté presidida por una letra del alfabeto, empezando (como es de rigor) por la A, y siguiendo por las letras consecutivas. La segunda, las historias han de estar enlazadas por algo en común: un personaje, un lugar… El tema de beber surge cuando el auditorio intenta adivinar si la historia es inventada o real. Quien no acierte, se pega un trago.

Tras varias protestas y leves desacuerdos, comienza el rosario de relatos. Siguiendo la primera regla, la A será “Armarios” y, como es de esperar, tratará de salidas del armario.

“Solo Blondie lo sabe”, presidirá la B; la C estará representada por “La Cartera”; la D por “Dorian”; la E por “La Escapada”; “La Bella y la Fea” será la F; “Sucedió en Granada”, la G; la H tendrá su referente en el inquietante “Crimen en el Hayedo” y su continuación la I en “Las Investigadoras Privadas”. Van pasando las horas y son las doce cuando le toca a la J con “La abuela Juana” y después a la K con “Persiguiendo a KD”. Por último, la L cierra el conjunto de relatos con “Lienzo en blanco”.

Siguiendo el pacto, todas las historias están ligadas entre sí por alguna cuestión (mayoritariamente por los personajes que intervienen en ellas) pero no sólo eso: también discurren sinuosas entre la vida de las propias narradoras. La convivencia intensa producida por el aislamiento, unida al exceso de copas, hacen que se suelte la lengua. Pronto veremos aspectos de las cuatro amigas que han querido ocultar, que les gustaría no mostrar o que ni ellas mismas conocen. Y sobre todo, se descubrirán rencillas, rencores, rivalidades y cuestiones sobre las que no han dicho toda la verdad o, incluso, nada de la verdad (haciendo honor al título de la novela, evocativo de la famosa canción infantil).

“Vamos a contar mentiras” es un conjunto de relatos bien engarzado que, siguiendo el ilustre precedente del “Decamerón” de Giovanni Boccaccio, presenta una situación en la cual los protagonistas (que buscan pasar el tiempo en un lugar cerrado) cuentan historias en las que frecuentemente están ellos mismos inmersos de alguna manera.

En el presente caso, las cuatro amigas van intensificando esa participación personal en los relatos a medida que el libro avanza, involucrándose cada vez más, hasta los últimos capítulos en los que son ellas mismas las protagonistas indiscutibles de la trama. Y aquí también encontraremos que las cosas no son como parecen, en absoluto.

Resulta un libro muy interesante y ameno, tanto por la variedad de las ficciones como por el hecho de que están bien contadas. Todas ellas tienen una temática central lésbica o, al menos, LGBT. Y, planeando sobre el conjunto de narraciones, evolucionan las propias historias de las cuatro amigas, que también tienen su punto de interés.

Aparte del valor de la novela en sí, debe destacarse la aparición de la LES Editorial en el mercado, que es la encargada de ofrecernos este libro. La edición está bien cuidada, con un formato muy correcto, lo que augura un buen camino a la nueva firma, aparte de que siempre resulta deseable y satisfactorio contar con una editorial dirigida específicamente al contenido lésbico.

Por todo lo dicho, sólo queda añadir que la lectura de “Vamos a contar mentiras” es bastante recomendable y que os deseo que la disfrutéis si finalmente os apetece añadirla a vuestra librería.