Cuando “Marafariña” (la primera parte de esta historia) terminó, nos dejó con la miel en los labios. ¿Cuál sería el destino de la atormentada historia de amor entre Olga y Ruth?
Olga, procedente de Barcelona, aterrizaba en una hermosa aldea gallega, buscando la paz y el sosiego necesarios para reconstruir su desarbolada existencia y pegar los trozos de una familia destrozada. Ruth, una tímida y sensible galleguita, vivía desde hace tiempo allí, en Marafariña. Al contrario que Olga, Ruth a simple vista no parecía tener grandes problemas. Más bien, su vida simulaba transcurrir plácidamente, sin sobresaltos ni inquietudes. Ruth se encontraba arropada por su, en apariencia, perfecta familia de amables e intachables Testigos de Jehová.
Ahí estuvo precisamente el principal conflicto: cuando Ruth se enamora de Olga se enfrenta a algo muy duro. Según sus creencias religiosas, está cometiendo un pecado gravísimo que Jehová Dios jamás perdonará y que de forma inexorable acarreará la condenación eterna tanto para sí misma, como para su amada Olga. Por otra parte, el rechazo de su comunidad y de su propia familia será absolutamente frontal y actuará activamente y sin vacilaciones: Ruth se ve separada de Olga de forma rápida y carente del más mínimo escrúpulo, dando por sentado que ha sido abducida por el Maligno o sometida a alguna otra perniciosa influencia. Ruth será reconducida, quiera o no, al “buen camino” de forma inexorable.
“Inflorescencia” comienza su acción años más tarde. Ruth y Olga han seguido con sus vidas respectivas. Olga se fue a su Barcelona natal y Ruth a Combides, una población cercana a Marafariña.
Ambas han abandonado Marafariña y Marafariña también parece haberlas abandonado a ellas. Olga pasó por momentos angustiosos, abrumada por el desamor, la tristeza y la desesperanza. Ha logrado de alguna manera exorcizar sus demonios y reanudar una existencia gris, pero tranquila. Lo que peor soportó, y es algo que aún la golpea, fue la ausencia total de comunicación con Ruth.
Ni una palabra, ni una carta, ni una llamada. Nada. Barcelona fue su cárcel. Su mente, su verdugo.
Olga se ha refugiado en la escritura de una historia que empezó su madre y que transcurre en una pequeña aldea de Galicia. Ha decidido titularla “Todas las horas mueren” y constituye para su espíritu un mecanismo de liberación catárquica.
Por mal que Olga lo siga pasando, ha de reconocerse que el mundo en el que ella se desenvuelve nada tiene que ver con las circunstancias por las que transcurre la vida de Ruth. El universo de Ruth es mucho más oscuro y opresivo. A fin de cuentas, pocos escenarios ofrecen tanta falta de libertad como la pertenencia a una secta. Está muy claro que las dos protagonistas no están en igualdad de condiciones para rehacer sus vidas.
Esta diversidad de entornos (el de Ruth y el de Olga) se refleja directamente en la propia estructura de “Inflorescencia”. Los capítulos se van alternando, refiriéndose una vez a Ruth y la siguiente a Olga. Tal mecanismo consigue describir las marcadas diferencias entre ambos mundos y ambas vivencias. Son situaciones tan distintas que casi parecen planetas independientes dentro de galaxias también independientes.
Ruth está metida en una auténtica prisión, que acepta más o menos dócilmente, impulsada por sus propios sentimientos de culpabilidad.
Era culpa del fruto prohibido que había mordido y por el que debía de pagar penitencia. Estaba envenenada del pecado.
Ella está intentando con todas sus fuerzas llevar una vida “normal”, al amparo de su comunidad y su familia. Se ha plegado a tantas cosas, sin duda inaceptables, que tiene la voluntad rota y ha perdido toda esperanza. Ruth se somete, obedece. Pero para ella la presión es muy grande, totalmente inaguantable, y la rebeldía le hierve dentro.
Miraba a la masa de gente y quería ser parte de esas ovejas sin ojos, sin voz, sin pensamientos. Quería ser la esposa que era en apariencia, la hija soñada, la amante inexistente.
En su nueva vida, alejadas entre sí, las dos protagonistas intentan con todas sus fuerzas recomponer los pedazos de su existencia. Y logran rehacerse en cierta medida y hasta cierto punto.
Pero no cuentan con la intervención de dos poderosos elementos: el Destino y Marafariña. La potencia del Destino es de todo el mundo conocida. Marafariña, entidad vegetal inmensa y arcana, ejerce su influencia innegable en Ruth, pero también en Olga, aunque no resulte tan evidente. Como prueba, pueden verse las características del tatuaje de Olga:
Un trisquel colorido, una hoja resquebrajada, el curso de un río y una única gota de lluvia rompían el circuito en alguno de sus puntos, deshaciendo la armonía inexistente. En el nacimiento de su cadera lucían las raíces provenientes de un árbol grueso, cuyas ramas cubiertas de exuberante vegetación, crecía hasta tocar la base de un camino ausente y roto.
La confluencia del Destino, que determina lo que debe suceder hagan lo que hagan las protagonistas, con el poder telúrico de Marafariña, provocará el desarrollo de los acontecimientos.
“Inflorescencia” es una novela muy especial. Como ya hemos señalado, es la segunda parte de “Marafariña”. Y en este caso hay que decir que no es aplicable el dicho “segundas partes nunca fueron buenas”. Esta segunda parte no sólo es buena, sino necesaria para completar el devenir de Ruth y Olga. Para su lectura no es del todo imprescindible conocer la primera parte, aunque sí recomendable. No obstante, puede empezarse directamente con “Inflorescencia” porque a lo largo del libro hay pequeñas pinceladas e insertos que aclaran el pasado de los acontecimientos que se están relatando.
Pero “Inflorescencia” no es sólo la segunda parte de otra novela. También es el desarrollo lógico de la historia del amor de nuestras protagonistas y, por otro lado, una obra con entidad propia.
La novela profundiza en un aspecto de gran interés: la influencia de las creencias religiosas fanatizadas en la vida de las personas y cómo funciona internamente una comunidad de tipo sectario. Resulta muy perspicaz la explicación de por qué hay tanta gente que se engancha a estos grupos y parecen ser felices.
La vida dentro de una Organización como los Testigos de Jehová podía ser muy satisfactoria. El simple hecho de formar parte de un grupo multitudinario, de una manada de personas con un interés común, ser la pieza de algo, tener un rol, un papel, una meta. La amistad que podía unir a ciertos hermanos, la paz interior.
En efecto, ese sentimiento de pertenencia a un colectivo, junto a la falta de necesidad de pensar por sí mismo (ya te lo dan todo pensado), puede resultar liberador y otorgar el placer de una vida sin complicaciones ni sobresaltos.
También comprendía por qué dentro de los Testigos de Jehová se instaba a los hermanos a no pensar por sí mismos, pues su discernimiento era limitado, imperfecto y daría lugar a errores. Pensar era un arma peligrosa para quien la blandía, el pensamiento traía consigo la infelicidad que otorga el conocimiento y la consciencia.
Pero todo ese esquema se viene abajo cuando la persona no lleva en su naturaleza la vocación propia del ganado lanar y soporta con dificultad el sentirse pastoreado constantemente.
Ruth no tiene dentro la mencionada vocación ovina. Sus sentimientos por Olga la enfrentan frontalmente con la organización y su fe se resquebraja por momentos.
Este resulta otro de los puntos fuertes de la novela: la construcción de los personajes. Los caracteres que participan en la acción no tienen nada de esquemáticos. Por el contrario, se configuran como auténticos seres que piensan, sienten y sufren. Especialmente Ruth y Olga son objeto de una exposición completa de su interior, un buceo en sus sentimientos que, de puro profundo, casi podría calificarse de intromisión. A cambio, tenemos acceso a sus más hondos pensamientos. En definitiva, a su alma.
“Inflorescencia” es un libro que habla de otros libros. Por ejemplo, de “La Señora Dalloway” (Virginia Woolf). Pero no sólo eso, también dialoga con ellos. Algunos llaman a este juego literario tan sugestivo “metaliteratura”. Esto ya lo dijo Umberto Eco en “El nombre de la rosa”: la mayoría de los libros hablan de otros libros, hasta el punto de que todos llegan a hablar entre sí. En el presente caso, Olga escribe una novela que se titula “Todas las horas mueren”, de la que tenemos reseña publicada. Dando un paso más, los personajes de ambas novelas se encuentran e interaccionan entre ellos. Pero la autora aún sube otro peldaño, haciendo aparición ella misma en un par de ocasiones. Un recurso sin duda llamativo y lleno de posibilidades.
Y con esto llegamos, como en un mágico círculo céltico, de vuelta a la pregunta inicial: ¿Qué será de Ruth y Olga? ¿Serán capaces de vencer a los elementos y terminar juntas? ¿Podrá Marafariña, con su frondosa y telúrica inmensidad, ayudar a que se cumpla su destino? El libro queda recomendado. Espero que lo disfrutéis, si os apetece.