Silvia Miltons es una influyente y reputada empresaria en Nueva York. Fría, calculadora e inteligente, parece la mujer de éxito a quien nada se le pone por delante. Pero, como todo el mundo, tiene su talón de Aquiles.
Elena Sulivan trabaja como policía también en Nueva York. Su rango es bastante notable (detective) y se pasa la vida atrapando a los malos con absoluta competencia.
Ambas están solitas, sin relaciones amorosas estables. Sin embargo, esa soledad sólo se refiere al aspecto sentimental, porque cuentan con dos buenísimas amigas. Raquel, bailarina en un pequeño antro, es inseparable de Elena; Carolina, por su parte, lo es de Silvia. Tanto Carolina como Raquel comparten la cualidad de ser las únicas que pueden decirle las verdades a Silvia y a Elena sin tapujos ni contemplaciones (lo que suele llamarse “a cara perro”).
Volviendo al talón de Aquiles de Silvia Miltons, resulta que su familia es bastante insoportable, por exigente sobre todo. Son super-ricos y mega-perfectos. A Silvia no le hace ninguna gracia tener que confraternizar con ellos, lo cual resulta bastante triste, porque no querer ver ni a tus padres ni a la imbécil de tu hermana denota, como poco, una cierta disfunción en las relaciones familiares. Pero resulta que el alejamiento voluntario que ha practicado Silvia durante los últimos años va a tener que interrumpirse: se casa su hermana (sí, la imbécil) y no le queda más remedio que asistir a la boda.
El evento se celebrará en un pueblo llamado Stawton, donde la tribu tiene fijada la residencia oficial. Son notables del lugar, respetadísimos e importantísimos (su madre, Sofía, es la alcaldesa) y ejercen allí una especie de caciquismo clásico; un poco como si fueran la nobleza ciudadana de una localidad tardo-medieval.
Visto el panorama, parece hasta lógico que a Silvia no le motive demasiado confraternizar con su ilustre clan. Pero si a esto añadimos otro ingrediente, la comprenderemos bastante más.
Silvia, en el pasado, tuvo un prometido. Estamos hablando de todo un “prometido”, no un simple novio; es decir, que estaban a puntito de casarse. Sin embargo, cuando todo estaba prácticamente listo, se desgració el tema. Raúl -que así se llamaba el prometido- dejó a Silvia más plantada que un rosal.
Como resulta evidente, la señorita Miltons no se tomó nada bien el desplante. Dejando a un lado lo irónico de sufrir un desplante precisamente por haber sido plantada, queda claro que debe ser toda una humillación, teniendo en cuenta su posición social en el pueblo y la notoriedad de la espantada.
Volver a Stawton para asistir a la boda de la imbécil de su hermana, tener que ver a toda la tropa y encima acudir sin pareja (porque no tiene pareja), resulta para Silvia Miltons la peor de las derrotas. Así que piensa: “Si no tengo pareja, ¿por qué no me la invento?”.
La idea no está mal. Se trata de rebozarles por la cara a toda la familia (hermanita imbécil la primera) que es una mujer de éxito en todos los aspectos de la vida, independiente y triunfadora. Vamos, lo que hace mucha gente cuando vuelve al pueblo por las fiestas: presumir.
Si tenemos en cuenta que Silvia es heterosexual convencidísima, lógico resultaría deducir que el siguiente paso es encontrar a un guapo mozo que pase la prueba con verosimilitud. Un tipo hermosote, bien plantado, profesional de éxito, etc., etc. Este sería el perfil ideal del candidato a pseudo-novio.
Pero a Silvia le entran las neuras. Como ella es taaannn heterosexualísima, ¿no cabría la posibilidad de que terminara enamorándose del precioso y perfecto muchacho? Tal posibilidad la aterra, razón por la cual no acaba de convencerse de la idoneidad del plan.
Entonces Carolina tiene una de sus ideas chiflado-malvadas: con una heterosexualidad tan poderosa sobre los hombros, el peligro que acecharía a Silvia quedaría neutralizado por completo si la persona en cuestión no ejerciera ningún efecto sobre sus emociones, sentimientos o deseo. O sea, una mujer.
Silvia acoge con entusiasmo la sugerencia. En efecto, como es super-heterosexual, la inmunidad contra los encantos femeninos está garantizada.Así que, decidido, contratará a una chica para que interprete el papel de novia delante de todo Stawton.
Esto, además, ofrece una gran ventaja: el cabreo de su familia va a ser muchísimo más monumental que si se presenta con un hombre como pareja. Si lo que quiere es espantarlos en condiciones, esta es una opción excelente. Van a volver los ojos del revés en cuanto vean que su media naranja es una mujer.
Plan perfecto. Matará dos pájaros de un tiro y el tiro será de un calibre importante. Sólo queda encontrar a la actriz. Y rápido.
¿Dónde conseguir a una chica que se preste a semejante papel y además de modo inmediato? ¿Cómo encontrar a una mujer que esté acostumbrada a fingir, que necesite dinero y que no le haga demasiados ascos a según qué situaciones? Exacto: una prostituta puede ser la elección ideal.
Ni corta ni perezosa, Silvia Miltons se presenta a las cinco de la mañana -no olvidemos que el negocio le corre muchísima prisa- en la entrada de un local situado en uno de los barrios más dudosos de Nueva York, buscando compañía. Y justo allí se encontraba en aquel preciso momento Elena Sulivan, la policía.
Como buena agente de la ley, supone que la emperifollada empresaria está más fuera de lugar que un pulpo en un garaje y, de hecho, la ayuda para que no se desmorre contra el pavimento en un traspiés. Una cosa lleva a la otra y terminan llegando a una breve conversación.
Silvia cree que Elena es la prostituta que anda buscando. Elena, en un rapto de insensatez, no la saca del error. Resultado: Elena acaba accediendo a firmar al día siguiente un contrato por el que quedará a disposición de Silvia durante 21 días, con el principal propósito de engañar a sus allegados, fingiendo ser su novia.
Aquí empieza la historia. Elena, lógicamente, comienza de inmediato a albergar dudas importantes y relaciona su situación con varias películas, a saber: “50 sombras de Grey”, “Pretty Woman”, “Una proposición indecente”, “El silencio de los corderos”… Y hablando de películas, la idea de contratar una prostituta para hacerla pasar por novia con el objeto de presumir en un pueblo ya apareció en la película española titulada “Préstame quince días” (1971).
La trama de “Caretas de papel” parte de esta situación ambigua que, lógicamente, presenta muchas posibilidades de conflicto y equívocos que pueden generar momentos divertidos.
Elena y Silvia deben representar toda una pieza teatral, que tal vez se les vaya de las manos. Tanto la una como la otra tendrán que lidiar con el “público”, con sus sentimientos cambiantes y encontrados y llevar adelante el enredo que han construido, quizás con consecuencias para el resto de sus vidas. Porque, reconozcámoslo, se han metido en un auténtico berenjenal.Resulta un libro variado y de acción ágil, con emoción y alguna que otra sorpresa. Que lo disfrutéis, si os apetece.
- E.M.A (Autor)