El mundo de los cuerdos
Cuando solo eras una luz, yo me calentaba con tu recuerdo. Mi Corazón atrofiado empezó a resucitar de entre los muertos. Aquel dolor del que ya no me acuerdo huyó sigiloso porque me empeñé en que mis batallas no las pierdo.
Gracias a ti, esta pequeña víscera con Alma late donde le corresponde: de mi pecho, en el lado izquierdo.
Quizá haya alguien que juzgue nuestro Amor como de lo más cerdo. Por mi parte, me siento afortunada de que seamos dos locas radiantes en un mundo de apagados cuerdos. Si alguna vez por el camino me pierdo, miraré al frente para recordar que, por todo lo que aquí dentro siento, yo vivo, me expreso, grito, lloro y también muerdo. Prestaré atención al Universo que nos unió; él, por nuestro Amor, sí estuvo de acuerdo.
Os voy a contar un cuento
Había una vez un colibrí multicolor que vivía alegre con su Naturaleza. En armoniosa libertad junto a su bandada, exprimiendo ansioso lo que tanto disfrutaba: vivir.
Su felicidad se oscureció un buen día de noche eterna. Detrás de cada color se escondía un temor. El colibrí fue entristeciéndose. Su vuelo se transformó en un revoloteo recto, predecible, monótono, blanco y negro, sedentario. Comenzó a tropezar con sus propias patas, a planear a gatas, a olvidar sus etapas…
Entonces, chocó contra la Muerte. Autoritaria, le habló con los golpecitos de su báculo, igual que el código morse: “abre los ojos para poder ver. Contempla tu miedo y lucha contra él. No olvides quién quieres ser. Vive tu Vida y no la que te obliguen a escoger. Sobre todo, aprende de las mayúsculas al leer. Si no lo haces, conmigo te arrastraré”.
El colibrito se aplicó el mensaje de Muerte, aunque seguía topándose con sus fantasmas. Siendo tan pequeño, comprendió de inmediato lo de las mayúsculas. Lograba levantarse cada vez que él mismo se ponía la zancadilla. Descubrió que había estado teniendo demasiada prisa por vivir, olvidándose de Vivir. Mientras sus Alas se recuperaban del estancamiento, espabiló por completo.
Poco a poco sanaba sus fuerzas, aunque a veces palidecía por el desánimo. Decidió que era parte del equilibrio necesario para progresar. En los momentos de depresión, empezó a absorber alimento de los libros. Entre las letras descubrió al Ave del Paraíso. Una planta llena de colores y vigor, mecida al antojo del viento y su rumor. La misma corriente que impulsaba las Alas del colibrito. Le invitó a Vivir la Vida con ella. El colibrito, a cambio, compartió la lección de las mayúsculas. Su relación se fue estrechando sin darse apenas cuenta. Pero al colibrito todavía le duraba el miedo y se ocultaba, temblando a solas, escondiendo el brillo de sus colores en el brumoso anochecer. El Ave del Paraíso se percató de ello y le entregó un beso.
–Este beso es un abrazo eterno. Abrigará tu soledad.
El colibrito, agradecido, abrió su pecho y se guardó el gesto en su Corazón. Eso le regaló nuevas fuerzas para Volar. Recuperó de inmediato sus tonalidades y su arranque. Descubrió su Amor por la Libertad y sintió una felicidad inmortal. Gracias a la cercana Muerte, a la fiel Ave del Paraíso, al encuentro con las mayúsculas y a la valentía que nació dentro de sí, el colibrito nunca más volvió a dudar. No dejó de soñar. Sobre todo, no olvidó cómo Volar.
Y lo cierto es que…
…si no estuviéramos preocupados por tantas bobadas habría muchos más Artistas con las uñas bien afiladas.