La vida parece a veces el agua que se traga el desagüe, un remolino imparable, hipnótico que arrastra todo.

Y a veces, sólo a veces, puede una salirse un momento de la espiral y echar un ojo a todo lo pasado. Con el tiempo todo va cogiendo un color más a juego con una misma y se puede contemplar y comprender mejor con la luz que proporciona la sana distancia. Mirando fotos antiguas me he encontrado con esta.

Año 2009, en la boda de unos amigos del alma, TATARU de primera generación.

Llevaba entonces 7 años de relación con la que hoy es mi mujer. Nuestros amigos se iban casando con menos tiempo juntos, iban teniendo hijos, configurando sus vidas con el beneplácito de una sociedad ideada y operativa para aquellos que comparten sus opciones.

Aunque la ley que nos permite casarnos ya estaba aprobada en España, nosotras ya habíamos asumido silenciosamente que el matrimonio no estaba dentro de las posibilidades reducidas al absurdo en que nos veíamos inmersas. Que no transitábamos la misma senda que los demás. Sentíamos bajo nuestros pies un camino diferente, un vacío legal y existencial que debíamos llenar nosotras a golpe de corazón. No había nada escrito, con todo lo bueno y todo lo malo que esto pueda significar.

Tampoco conocíamos ninguna pareja de mujeres con hijos. Ni de hombres. Ningún referente asible, nadie en quién mirarnos, a quién exponer nuestras dudas, que eran muchas, pero no podían ser contestadas por cualquiera.

Éramos una pareja invisible. Como tantas, tantas otras. Manteníamos un “perfil bajo” en parte porque no nos gustaba tener que estar dando explicaciones y en parte por la cómoda flotación en la que nos mantenía este estatus de cara a los muchos ambientes en los que interactuamos.
La realidad es que mirando atrás todo eso fue muy violento.

En las bodas de nuestros amigos nos «entraban» los solteros. Fuimos tratadas de “amiguitas” en muchos eventos tanto públicos como familiares. En algunos de estos últimos fuimos vetadas, (hospitales, tanatorios, fiestas navideñas…).

Hablaron con nuestros jefes, vecinos, amigos y hasta con un sacerdote amigo, para “`ponerles al tanto de nuestra situación”, no fuera que estuviésemos engañando a las buenas personas que nos trataban bien.
En una ocasión hablando de una relación problemática en el núcleo familiar, de bastante gravedad, tuvimos que escuchar que bueno, que nosotras tampoco podíamos hablar mucho dada nuestra situación “irregular”… Así, tal cual.

Las cenas de empresa eran un despropósito, los viajes con amigos un temazo incómodo, (sí, queremos una sola cama en nuestra habitación). Las visitas al ginecólogo un show detrás de otro.

Todo el brillo que pudiéramos tener en según qué ámbitos, se oscurecía de inmediato cuando daban con la “sombra” de la naturaleza de nuestra relación. Porque no íbamos contando nada pero tampoco ocultábamos nada.

Tuvimos que escuchar muchas impertinencias, esos “pues a mí me parece fenomenal”, o “bueno, ya se os pasará la tontería”, y ver muchos despropósitos de gente (desconocida para nosotras) que se sentía con derecho a cuestionarnos. Éramos «famosas» al parecer en los corrillos ajenos y «tenían ganas de vernos» de «saber cómo éramos». Se sorprendían porque «éramos guapas, llevábamos el pelo largo o lucíamos vestidos». En una ocasión absurda, nos sacaron fotos…

En la boda de mi cuñado, sentadas en la mesa de la esquina más lejana, (muy cerquita del baño). Es tan absurdo. Hoy simplemente no hubiera pasado. Pero todo lleva su tiempo.

Asistimos a todo esto un tanto perplejas, sin reacción. Iban pasando estas cosas, y nosotras las íbamos encajando, sin más. No sabíamos cómo actuar. Por un lado el orgullo nos mantenía con la cabeza alta, por otro luchábamos contra eso que llevábamos programado por dentro, como todos los demás. Eso que todo el tiempo señalaba que nuestra relación no era “normal” por aceptada que pareciera. Un recordatorio constante que las rutinas de cada día se empeñaban en mantener latente.

Las cosas se irían colocando con el tiempo. Esto hace que miremos con mucho respeto los procesos de cada cual. Al menos no nos afectaba… mucho.

Un día dijimos, ¿por qué no? Somos sólidas, somos estables, somos buenas personas. Nos amamos. Es lo más importante.

Nos cansamos de ir bajo superficie, siguiendo la estela de los barcos libres, como si en el fondo no nos auto reconociéramos lo legítimo de nuestra propia vida. Así que dejamos atrás la corriente de los otros, el no hacer escándalo, la discreción que sólo se nos exigía a nosotras, los sentimientos de culpa y la clandestinidad obligatoria. Y a contra ola, torcimos la vela y buscamos nuestro mar. Nuestro viento. Nuestra libertad.

Entonces todo cambió. Y muchos que hasta el momento no parecían demasiado incómodos dada nuestra actitud circunspecta, de pronto empezaron a sudar frío. Y procedieron en ordenada estampida dejando un valioso espacio y un tiempo precioso a quienes de verdad lo merecen. Nuestra familia Tataru.

Esto que se cuenta en un par de frases supone un desgarro que da para dos estanterías de libros.

A algunos se les dio de lujo rompernos el corazón. Con muy poco pudor se dieron al maltrato, a la escisión. Sin explicación. Sin remordimiento alguno. Con tanto vivido a la espalda. En fin. (Que os vaya bonito, de verdad).

Veo ahora esta foto y pienso en lo que ha llovido. El camino del empoderamiento y el salir del huevo y del armario, y de las normas que, ahí sí tenían razón, no son para nosotras. Quién iba a contarnos entonces todo lo que llegaría.

Porque sí, muchos se fueron y dejaron agujeros profundos, pero otros llegaron y rebosaron lugares antiguos y nuevos. Gente brillante. Familia elegida.

Nos casamos en 2013. Hoy tenemos con nosotras a nuestras dos preciosas hijas, hoy nuestra vida brilla por encima de prejuicios, nubes negras y toxicidades arcaicas. Hoy SOMOS, ESTAMOS y PERMANECEMOS. Nosotras.

Dos niñas con apenas 20 añitos decidimos cogernos de la mano y pintar nuestro propio mundo. Y visto lo visto, casi 20 años después, nos ha quedado una vida de ensueño. Muy por encima de cualquier ilusión o expectativa. Hemos encontrado el amor de verdad, en todas sus formas.

Hoy queremos ser para otras y otros un guiño de esperanza. Una mano amiga. Un hombro dispuesto. Compañeras en la lucha. Red de amor.

Por eso: Hermana que tiemblas porque tienes que inventarte un camino que no está escrito: VIVE, DECIDE, AVANZA y DISFRUTA.

No estás sola. Vamos abriendo caminos.