Las alas son para volar

Tengo miedo a soñar. No en voz alta, ni con la mente. Pero sí con el Alma. Soy de soñar con tanta intensidad que temo el momento del flash de realidad. Temo que el shock sea tan agonizante como lo es el desamor. Que su chirrido escueza tanto como las uñas rasgando el Corazón. Quizá tenga miedo a no saber soñar…

Tal vez la clave esté en dibujar la ilusión con los pies en la tierra, en conocer los límites personales y cumplir las metas dentro de ellos. En no escuchar las voces que te empujan al suelo. Quién sabe hasta dónde te pueden llevar tus pasos, hasta qué altura podrán desplegarse tus alas.

La esencia debe rondar en no perder la perspectiva de las esperanzas. En redirigir los andares hacia ellas, manteniendo esos pasos en el suelo firme. Si se deja de tener los pies en la tierra, no volarás sino que flotarás y el viento te llevará donde a él se le antoje, no donde tú quieres. En cambio, mientras los mantengas en el suelo, TÚ y solo TÚ eres quien los encabeza, quien manda, diseñando tu camino, escogiendo tu viento preferido, avanzando según tu Corazón y tu instinto.

Son tus sueños. Que nadie los pisotee. Son tus metas. Que nadie se meta en medio. Que se metan sus desánimos donde guardaron los sueños que no se atrevieron a cumplir.

¿Te sientes en movimiento?

La ciudad en la que vivo. La calle por la que camino. Los amigos que visito. La ropa que visto. La casa que edifico. El hogar que construyo. La mujer con la que me caso. El acorde que estrangulo. El hijo que amamanto. El gran Amor que resulta.

Mi cara cuando estoy triste. El disco duro donde almaceno lo importante. El océano donde flota mi tranquilidad. El reloj sin números. La pierna que me (en)vuelve caliente. El pecho que me abraza cálido.

Los pies que me sostienen. Las manos que edifican mi mundo. La cama donde sueño. El ritmo al que me muevo. La acera cuesta abajo. El problema cuesta arriba. Los labios que componen mis versos. Los labios que recitan de placer. La piedra con que aprendes la lección. El guijarro con que caes al socavón. El pedrusco más cabrón.

Los ojos que miran y ven. El Corazón que late y siente. El Alma cosida con sus porciones unidas.

Así me siento en movimiento.

Reloj de pulsera

Hoy hice la prueba de salir de casa sin reloj, condenando la inocencia de la muñeca correspondiente. A veces es la diestra, como si dominar el instrumento capaz de medir el tiempo en un brazo tan dictatorial me saturara de autoridad; en realidad, percibí cierta Libertad, porque mi brazo ya no poseía capacidad de señalar, sino de ayudar. A veces es la siniestra, y con ese tenebroso matiz suena la melodía de las vértebras de mi cuello al buscar qué minuto es en este trance con ansiedad, como interrogando al momento por su edad.

No me incomoda el reloj sino su observación. Sustituí ese control del reloj de pulsera por una pulsera de bolitas de madera con colores descontrolados. Ignoro ese gozo por el tiempo si siempre he sido un jodido desastre, o un desastre jodido por el gobierno del tiempo. Hoy cumplí esa condena rompiendo la correa y me liberé de sus particulares cadenas. Es mucho mejor un reloj mudo con la muñeca al desnudo. Bastante crudo es fichar ante un descomunal TPV como si fuéramos pelotudos. Ser siervos de un aparato que te marca la hora de ir a engullir el almuerzo que se ha quedado crudo, salir de trabajar cabizbajo y chepudo, cuándo puedes ir al baño para calmar los retortijones de tu estómago e intentar deshacerte el nudo y hasta en qué momento debes rascarte el felpudo.

Ya no me ahoga no saber qué hora es, solo me importa el intervalo que exprimo viviendo; ya no me cuestiono tantos porqués, existo mucho mejor riendo a tiempo.