3 mini relatos lésbicos para alegrar tu viernes

¿Vienes o voy?

 Esta vez va a ser diferente. Porque me da a mí la gana. Porque respeto tu decisión pero no la mía. Ni mis errores.

Lo soy. Soy una egoísta y me permito el lujo de no avergonzarme / abandonarme por ello. Pero me he agotado. Me da miedo pensar que la vida se me acaba poco a poco. O no tan poco a poco. Igual que a ti. Igual que a todos. Nunca debí dejarme a un lado.

Sé que hay algo que no sé. Algo impreciso, inmortal, inasible, ilegal. Soy una cabezota a la que le encanta saber que tú también tienes lo tuyo. Lo único que guardo para mí son mis ganas por dormir a tu lado y besarte instintivamente si me desvelo. Y sé que la tozudez es mutua.

Corazón, es así. Lo sé todo salvo si vienes o voy.

 

Me duele, me jode

 Me duele que no quieras volver. Que parezca que te olvides de tus amigos entre los que me incluyo. Me jode más de lo que preferiría admitir no volver a compartir una pizza de atún contigo, o las calles de Madrid o tu sonrisa, o las tres cosas a la vez.

Me escuece, me duele, te quiero y me dueles. Y no sé si llegarás a leer esto pero así es porque sigues en Bolivia tan jodidamente feliz, que eso me choca y no soy capaz más que de mirar atrás, que lo que hay delante me asusta demasiado porque no te veo.

Me duele tener que decirle a mi cama que no, que hoy tampoco te conocerá, y quizá nunca me servirá tu pecho de almohada. No entra en tus planes viajar a cualquier punto al azar del mapa cogida de mi mano, o permanecer (quedarnos) escuchando el murmullo secreto de tu lluvia al recitar, con nuestros dedos queriéndose rozar. Te pienso y me dueles, es verdad. Pero dolerías más si no volviera a pensarte nunca más.

 

Madrilear

-…y, al imprimirlas, vi que eran entradas para la función equivocada –concluyó, con una sonrisa risueña, con su voz acogedora.

Me saltó la alarma. Aquella voz radiante de felicidad era una de esas voces de las que te enamoras sin darte cuenta. Debía tener más cuidado. Debí tener más cuidado. Pero nunca ha ido conmigo el hacer las cosas con precaución. Debí mirarla como se mira una piedra cualquiera de la calle o al vecino del quinto. La alarma sigue sonando a día de hoy, incluso en mis recuerdos, cuando bajo la persiana y los párpados y aparece ella flotando en mis sueños.

Es la mejor sonrisa de la vida. Como la paz de un único beso. Igual que estar a tu aire y que el aire te pose una mariposa de color esperanza en la mano o el papel. Recuerdo el sueño aquel y nuestra conversación para nada cruel, mis palabras deseando amar su piel y el tono de su voz tan tierna como la miel…

Ojalá viniera para sorprenderme. Ojalá me buscara, aunque fuera para cruzarme la cara de un tortazo, por descarada. Ojalá me permitiera mirarle a los ojos en vez de verla en la vida pasar. Ojalá… como el restaurante de Madrid.