Da igual lo que haga

Da igual lo que haga.

Una simple desconocida que imita tu forma de andar o se pone tus piernas para lucir sus vaqueros, y ya está, vuelves a mi mente. Creo que nunca te has apartado del todo. Eres como ese dolor que permanece hormigueando cuando crees que ya no existe. Como el picor fantasma de un miembro amputado. Solo que tú me amputaste el Alma y yo no alcanzo a rascarme en ningún lugar para solapar su ausencia y calmar tal escozor. Quizá nunca te alejes por completo. O quizá sea yo la culpable, que agarra tu sombra cuando está a punto de mimetizarse con la primera oscuridad que se le cruza, en un intento de no perderte para siempre.

No quiero, y me jode seguir así, seguir aquí, comprobando que aún me arrastro por el mismo bucle sin fin, pensando sin razonar, mirando sin ver, muriendo sin vivir.

Intenté darle la espalda a tu recuerdo. Entenderlo, ignorarlo, acostumbrarme a él. Mentirme a la cara. Creía que sí y resultó que ni de coña. Me acoge de nuevo la rutina de tu “no”. De tus escasas palabras. De tu silencio, que por muy desapercibido que parezca, es lo más tronador que he escuchado jamás. De tus mentiras descaradas. Me duele tacharte de embustera, pero me prometiste estar junto a mí y aquí sigo, a la espera, dando vueltas sobre mí misma, buscándote en todos mis lados sin que mi mirada te vea.

No lo reflejan los ojos lluviosos, ni las manos temblando. Son mis ganas de saltar quienes me delatan. De saltar y abrazarte a ti, que es lo mismo que abrazar el vacío porque sigues lejos de mí, aunque te empeñes en convencerme de que, esta vez, será diferente.

Hasta la Puerta de Europa me recuerda el espacio en blanco que dejaste en la ciudad. Y da igual lo que haga para evitarlo. Mejor hágase tu voluntad.

 

Te lo digo

Si necesitas escuchar lo mucho que a la Vida goleas, te lo digo o lo escribo para que lo leas. Soy más de acciones que de palabras, aunque no te lo creas. Prefiero arrancar las estrellas del cielo y desparramarlas por tu cama cuando flaqueas, que así iluminen la oscuridad adyacente a esas decisiones por las que dudas y te cabreas.

Si necesitas conocer otro punto de vista para que lo malo se te vuelva bueno, o tenga una apariencia menos fea, te lo digo: puedes superar todas las mareas. He sido testigo de cómo te plantas ante un bache y de él te pitorreas. Aunque, a veces, te sientas atascada en mitad de una chimenea, existen dos caminos: o bien salir por abajo o trepar hasta la azotea. Si no sabes cómo, tranquila; en cualquier caso yo te engancho a mis poleas.

Desde ya te aviso. Pese a que te ahogues en la disnea, nunca sueltes esa idea que manoseas, jamás dejes de luchar por aquello que tanto deseas. Quizá no sea tan fácil como creer en la panacea, pero tampoco es tan difícil la tarea.

 

Me piro, vampiro

Hoy no sé sobre qué escribir. Estamos en otoño, mi estación favorita, en la que se supone que menos expiro. La más romántica, donde suele triunfar lo que el resto del año permanece sumergido. Sin embargo, es como si a mi bolígrafo le hubieran pegado un tiro. No paro de evocar aquellos momentos en los jardines del Retiro en que nos recostábamos sobre un profundo follaje y me lamías el cuello como un insaciable vampiro, queriendo hincarle el diente a mis labios más prohibidos. En vez de hacer sonar los muelles de la cama, nuestros cuerpos reventaban a crujidos una cama de hojas cobrizas como si arrugáramos un otoñal papiro.

Todo fue muy colorido hasta que nos atropelló el día en que paseábamos por este parque y tú llevabas el ceño más que fruncido. Tu rostro parecía hundido. Te pregunté qué ocurría y contestaste con un gruñido. Los tonos ocres y verdosos que septiembre había tejido en nuestro recorrido no hicieron mella en tus pupilas: nuestro Amor había concluido. Y en medio de ese lugar, con el asfalto lloroso por haber llovido y los pétalos de entretiempo bailando en atrevidos giros, me soltaste sin titubeos: “ya no eres el aire que respiro. Que te jodan, yo me retiro”.

Me quedé con el Corazón desnutrido, observando cómo te alejabas derrumbando todo cuanto habíamos construido. Si fuiste capaz de hacer eso, sin importarte el cariño que nos hemos tenido, por mucho que el otoño sea el escenario ideal para que los enamorados suelten un sinfín de suspiros, lo siento, cielo, pero yo también me piro.