Como bien dice la propia novela, Breaking Chains es una historia de amor en el infierno. Irene Moritz es trasladada junto con su marido Paol a un campo de exterminio nazi, debido a la ideología que profesan los dos. Es decir, por comunistas. Pero Paol ni siquiera llega a pisar el campo: justo antes de entrar, uno de los soldados le dispara en la cabeza por no querer separarse de su mujer.
No por seguir viva puede Irene considerarse afortunada. El campo es duro, y más bajo el yugo de su temible dirigente, Agnete Ackerman, a quien apodan “La General”. Esta sujeta resulta ser un auténtico monstruo del sadismo, una nazi cruel y despiadada. Ni una sola virtud parece adornar su personalidad. Simplemente, es más mala que un nublado. Su diversión favorita consiste en matar prisioneros a lo loco, sin razón aparente. Si está cabreada por cualquier motivo o algo no le gusta…le descerraja un tiro al preso que tiene más a mano.
Para empeorar las cosas, si es que pueden aún empeorar, a esta elementa se le antoja tomar a su servicio a Irene, a la que llama “comunista” mientras le echa miradas inquietantes. Bajo cualquier otra circunstancia, ser la criada de la jefa del campo podría considerarse como algo positivo: mejor comida, mejor trato, el trabajo doméstico es menos pesado, etc. Pero aquí todo son desventajas: a mayor proximidad con la General, mayores posibilidades de terminar cadáver.
Y eso es precisamente lo que ocurre. Nada más empezar con sus tareas, Irene mete la pata. No puede decirse que sea culpa suya, en absoluto. La debilidad que aqueja su organismo provoca que, llevando una bandeja, se desmaye y lo tire todo a rodar. La furia de la General se dispara. La “comunista” acaba de ponerla en vergüenza delante de sus invitados nazis y eso merece un buen correctivo: Irene se va a enterar de lo que vale un peine.
Pero como no hay nada más sorprendente que la naturaleza humana (o “inhumana”, en este caso), Ackerman no acaba de decidirse a matar a palos a “la comunista”. De hecho, ella misma se encuentra estupefacta ante la tremenda resistencia que percibe en su interior cuando contempla la posibilidad de terminar con esa prisionera para ella sin duda despreciable. Son extraños pensamientos los que ocupan su ortodoxa mente nazi, algo que nunca ha sentido con anterioridad.
¿Por qué no puede, sencillamente, cargársela a base de golpes? ¿O, más cómodo aún, a tiro limpio? No lo sabe, pero el hecho incontrovertible es que no es capaz de liquidarla. Estos conflictos mentales, que intenta aligerar bebiendo como una cosaca, ocupan sus días y sus noches. Por su parte, Irene también se siente descolocada ante la desconcertante actitud de la General. Si no fuera porque resulta algo totalmente imposible, a veces creería que Ackerman es amable con ella. Pero piensa que sólo son imaginaciones suyas, porque la General, como mala bestia que es, ni tiene sentimientos, ni cabe la posibilidad de que haya conocido jamás algo parecido. Así que ambas se encuentran sumergidas en el mayor de los desconciertos.
La situación deviene aún más compleja cuando por un azar del destino, Agnete Ackerman se ve en el trance de tener que aceptar la ayuda de su ¿odiada? prisionera. Por bocazas, la General tiene un grave problema: ha presumido de ser una gran intérprete al piano y ahora se halla en el compromiso de tocar ante el mismísimo Führer. Obviamente, como se descubra que no tiene ni puñetera idea, lo va a pagar caro (no olvidemos que los nazis son muy cabrones para todo y también a ella le harán mucha pupa por haberles engañado, aunque sea sólo por presumir).
Ahora bien, como Irene Moritz fue una reputada pianista hasta que la atraparon, bien puede enseñar a la General a tocar el instrumento. Tras unos intercambios de pareceres, Agnete se aviene a recibir lecciones. Nace así una relación más estrecha que la de verduga-víctima, la que hasta el momento oficialmente mantenían.
“Breaking Chains” plantea un escenario diferente a los habituales. Hay que convenir que ambientar una novela romántica en un campo de exterminio nazi no es algo que se presente con frecuencia. Y si a ello añadimos que la historia de amor se celebra entre una prisionera y la jefa del campo, la cosa termina de salirse de lo normal.
Esto crea un cierto interés por descubrir la trama, innegablemente. Ya sea por la curiosidad de saber por dónde va a tirar la acción en un contexto tan poco corriente o porque la relación en sí misma resulta bastante improbable, el hecho es que se genera expectación. La historia comienza con un flash-back, por lo que de entrada sabemos que Irene tiene que sobrevivir. En este punto, por tanto, la intriga es inexistente. Pero quedan otras incógnitas que sí provocan inquietud y empujan a seguir leyendo. Por ejemplo, cuál será finalmente el destino de Agnete o el de la propia relación amorosa.
“Breaking Chains” puede ser una buena lectura si lo que se busca es una novela romántica, en un ambiente inusual y con la tragedia planeando detrás de cada página. Eso sí, no os creáis que se puede aprender a tocar el piano divinamente en sólo cuatro semanas (y, por favor, desechad la idea de que “Las cuatro estaciones” de Vivaldi sean obras para piano, porque de toda la vida han sido cuatro conciertos para orquesta de cámara). Que la disfrutéis, si os apetece.