Sorpresa

Y yo me sentía como una colegiala, esperando a que me invitaras a salir, sin darme cuenta de que ya lo habías hecho.

Lo que no esperaba era que me invitaras a salir de tu Corazón.

 

Autocrítica y sinceridad

Me he dado pena por muchas razones.

Me he dado pena cuando pensaba en ti y me echaba a temblar.

Me he dado pena cuando moría por escribirte y observaba tu WhatsApp sin atreverme a teclear; no digamos ya el querer llamar.

Me he dado pena por dormirme abrazada a un peluche que simulaba tu suave recuerdo espectral.

Me di mucha pena el día que te abracé bajo la lluvia, besando tu mejilla en vez de tus labios, el único sitio al que deseé llamar “hogar”.

Me sigo dando demasiada pena cuando te escucho recitar y siento ganas de llorar al ser consciente de que te da igual que mis labios no te logren alcanzar.

Me he dado lástima y pena al pensar que yo también quería calentar tus pies, que se llegaron a empapar el día que fuimos a almorzar, para que no te fueras a resfriar.

Me he dado asco y pena al preferir escuchar mis miedos antes que tu sedoso cantar.

Me he dado pena por aceptar el tener que aguantar que pase un mes antes de volver a cruzar nuestro mirar.

Me di pena por no atreverme a sujetar tus dulces manos y acariciarlas sin parar.

Me di pena por no ser más visceral y proponerte alargar el momento en que fuimos a pasear.

Me di pena –esta sí que es buena–, cuando te colgaste de mi brazo y mi espanto a que te pudieras sentir incómoda fuera demasiado veraz, a pesar de que no diste ninguna señal –sé que es una incongruencia, pero mi cobardía no entiende de bondad–.

Me di pena por no susurrarte bajo la lluvia que tu Corazón es de calidad.

Me doy pena a día de hoy por permitir que me afecte tu sequedad.

Me di pena por creer que, habiéndonos visto tres veces en esta ciudad, fueron suficientes para enamorarme de tu femineidad, que tú me tomaras por una enferma mental y de mis sentimientos no tuvieras piedad.

Me di pena por estar a punto de repetir la lección que, en el pasado, tuve que aprender con tanta brusquedad.

Me he dado pena por ensayar lo que quería confesar.

Me doy tanta pena por dudar…

 

Una cosa te digo, si me quieres escuchar: de lo que nunca me avergonzaré, por muy dolorosa que sea la realidad, es de querer ser valiente contigo y no callar. A pesar de tus contestaciones cargadas de seriedad, lo volvería hacer porque por ti merece la pena esperar.

 

Proesía

De un beso, compongo un verso que hasta tus labios aún vuela. De tu mirada, una novela. De nuestro abrazo, transformar los segundos en tiempo perpetuo y no algo fugaz como una estela. De tu dolor, morderé tus penas con todas mis muelas. De tu indecisión, sugeriré que nos juguemos el valor al apostar en esto del Amor, como si fuera la más romántica de las quinielas. Como colofón, amarnos y abrasar las dudas en cualquier cazuela.

¿Te atreves? Yo sí, aunque el miedo a que pueda salir mal me duela.