Sequoia Falls es un pueblo imaginario situado en el Estado de Washington, en el noroeste de los EEUU, muy cerquita de la frontera con Canadá (para orientarnos un poco más, la capital del Estado es Seattle, que es donde se desarrolla la serie de TV “Anatomía de Grey”, entre otras producciones). La naturaleza impera allí por todas partes en forma de inmensos bosques de coníferas, paisajes agrestes y montañas majestuosas.
Pues bien, pronto llega a ese idílico pueblecito una de nuestras protagonistas. Se llama Lark, procede de New York y podría decirse con toda tranquilidad que necesita una urgente adaptación a su nuevo medio. Resulta que va a vivir con su abuela, a la que hace años que no ve, ni ha tratado nunca.
La abuela Davina es adorable, tierna y especial; regenta una especie de explotación agrícola cuyo mayor orgullo reside en un criadero de hermosas calabazas. Ni que decir tiene que las tales calabazas son enormes y muy apreciadas en la región, sobre todo cuando llega Halloween. También hay caballos, de cuyo cuidado se encarga diligentemente la joven Holly Blue.
Holly Blue es el nombre de un tipo de mariposas (como Lark significa “alondra”). La chica en cuestión es una especie de nieta también para Davina. Se quedó huérfana tras el fallecimiento de su padre, que trabajaba en la granja, y la abuela la tomó bajo su cariñosa protección.
Este es uno de los puntos en común que las une a ambas: la orfandad de padre. De hecho, la llegada de Lark a casa de su abuela constituye en realidad una especie de “retiro espiritual”. Su madre está desesperada porque Lark no levanta cabeza desde la muerte de su progenitor. Han probado todo tipo de tratamientos psiquiátricos, pero Lark no sale de la espiral de autodestrucción en que se metió cuando falleció su padre. Lo primero que hay que conseguir es que abandone sus adicciones: Lark se ha abandonado a las pastillas (con y sin receta) para superar su ansiedad y depresión.
Son varios los problemas con los que la joven neoyorquina lidia en su interior: por una parte, un sentimiento de culpabilidad porque su padre cogió el coche y tuvo el accidente justo cuando ella le llamó para que la recogiera; por otra, que tener demasiado dinero, una educación malsana y unos amigos privilegiados (y bastante imbéciles, todo hay que decirlo), la han convertido en una niña pija intrascendente. Contra todo esto se rebela su mente, porque en realidad no es mala chica.
Para solucionar todo esto no hay nada mejor que el aire puro y un buen montón de kilómetros de distancia entre ella y su ambiente neoyorkino de jovencitos y jovencitas malcriados. Ahora bien, nadie dice que vaya a ser fácil. Como antes comentábamos, Lark aterriza en Sequoia Falls más perdida que un pulpo en un garaje.
Y ahí entra en juego no sólo la atención de la abuela Davina y el aire puro de las montañas, sino más bien la actuación de Holly Blue. Holly es una chica completamente diferente a todas las personas que Lark ha conocido en New York. Apasionada de la astronomía y los caballos, sincera, leal, emotiva y sin doblez, puede ser sin lugar a dudas la amiga ideal. La mejor amiga. A menos que… pueda llegar a ser otra cosa más importante.
Con este esquema se teje la línea argumental de “Perdida en el cosmos”, una novela romántica que pivota en torno a la idea de la confianza mutua, el crecimiento de la amistad que genera sentimientos más profundos y de la relación amorosa basada en una necesaria ayuda emocional también mutua.
Tanto Holly como Lark tendrán que conocerse la una a la otra para ir cimentando su historia. Pero no sólo eso, también deberán familiarizarse con sus mundos respectivos (es decir, Holly con el ambiente de Lark y viceversa). Todos estos acontecimientos harán que vayan recorriendo su camino. Un camino que quizás desemboque en que terminen juntas y felices. ¿Quién sabe? Que disfrutéis de esta novela, si os apetece.