Tapiz sobre Madrid

El cielo se puso totalmente blanco para nosotras. Parecía el momento ideal para que nos recostáramos sobre el mullido césped, sacáramos nuestros respectivos bolígrafos y escribiéramos a medias una poesía acerca de aquel momento con que la Vida nos vestía. Como si las nubes fueran el lienzo, por tintero nos sirviera el fulgor del tímido Lorenzo, y tú y yo a un gran beso en verso diéramos comienzo.

 

La maleta llena de Vida

Te he preparado una maleta. Dentro he metido lo que creo que necesitarás. Un lapicero y un cuaderno a estrenar para que puedas escribir poemarios en los que inmortalizar tu esencia. La ropa de abrigo ocupaba mucho espacio así que he guardado unos rayitos de sol en su lugar para que te los repartas por el pelo cuando sientas frío y así se deslicen por tu cuerpo, arropándote al completo.

En el bolsillo interior encontrarás mi abrazo más esperanzador. Lo vas a localizar muy fácil, es de color verde, de ahí lo de «esperanzador» —disculpa, nunca he sido muy original—. Puedes usarlo cuanto quieras, me nació de tal manera que es inmortal.

Por si sientes hambre durante tu trayecto he guardado un par de libros muy hermosos de poetas para que alimenten tu Alma. Yo soy más de narrativa pura, pero debo reconocer que siento debilidad por Thoreau y Tagore. El primero no era exactamente un poeta, pero hay algo poético en la rebeldía de sus letras. Si no los conoces, creo que te gustarán. También tienes uno inédito de tu querida Lucía Etxebarria.

En el hueco más privado del equipaje he guardado algo que, para mí, es muy especial y quería que estuviera junto a ti. Me arranqué del Corazón un latido, le cosí una dedicatoria y lo envolví con un beso. Si te lo acercas al oído, podrás escucharle entonar una canción que simula el arrullo de las olas del mar. De ese modo, siempre te acompañará tu color favorito.

La maleta está tapizada por fuera con un diseño multicolor. Así encontrarás muy rápido la alegría y podrás dibujar con tu mente el paisaje que más se te antoje. La gama cuenta con trazos grises, mi color preferido, para que me recuerdes un poquito cuando la mires.

¡Casi lo olvidaba! Te he guardado una nube preñada de agua que hace las veces de mullida almohada y puedes interpretarla como nostalgia, lágrimas, melancolía o simplemente una metáfora de cómo se libera la presión —te aconsejo esto último, es más tranquilizador— y que te recuerde que no es malo llorar y desahogarse, todo lo contrario.

 

Me gustaría ser tu compañera de viaje, sea cual sea el destino, pero solo depende de ti que sientas mi misma emoción. Si quieres corresponder a mi confesión toma mi mano, agarra tu maleta y vámonos aunque sea a otra dimensión.

 

Igual soy demasiado sincera pero no me importa

Me gustas tanto que daría lo que fuera por tus pelos en mi ducha.

Porque inundaras mi almohada con tus legañas igual que inundas mis noches con tu espectral recuerdo.

Porque dejaras los cajones a medio camino entre abrir y cerrar, entre tu bien y mi mal y yo tuviera que ir detrás de ti para ponerlos a mi gusto y luego achucharte por detrás.

Porque no sacaras la cabeza del móvil que tanto odias y tuvieras encendida al mismo tiempo la televisión, gastando luz a lo tonto.

Porque, sabiendo que hablo poco, me interrumpieras constantemente y, para sacarme una sonrisa pícara, acabaras las frases por mí.

Porque insistieras siempre en ponerte tú encima… en las conversaciones, me refiero.

Porque antepusieras tu trabajo a mis sentimientos —eso no tiene nada de malo, yo hago lo mismo—.

Porque la mayoría de los días nos alimentáramos con comida «ovoveguevariana» o como se diga, esa que te encanta y a la que yo me adapto sin problemas porque soy de natural pasota y no me gusta discutir por tontunas.

Porque quisieras ver abrazada a mí en plan romántico cursi una peli ñoña que a mí me aburre hasta la náusea y, a los dos minutos, te quedaras dormida con el mando escondido bajo tu cuerpo, imposible de ser rescatado y yo acabe la velada con el brazo gangrenado.

Porque toquetearas sin permiso lo más sagrado que atesoro en el plano terrenal: mis libros, cuadernos y el bolígrafo de punta fina que tanto adoro.

Porque me preguntases cien mil veces en una hora «¿estás bien?» y yo sacara a relucir los tendones de mi cuello ante el odio que guardo hacia tal cuestión solo para relajarlos al instante, mirarte y susurrarte «sí, mi Amor, tranquila» —hasta que volvieras a preguntármelo, claro—.

Por dejar de decir palabrotas y ver a tus espaldas South Park, un recuerdo de mi infancia que siempre me hace sonreír y me ayuda  a pasar las malas rachas.

Por cambiar los besos en el filtro del cigarro por mimos perfumados en tus labios.

 

Igual soy demasiado sincera, pero no me importa. Daría lo que fuera por conocer tu aspecto más vivo y también el más oscuro en vez de subsistir con tu recuerdo en este solitario lado de la Vida en el que, por no atreverme a confesarte todo esto y mucho más, cada día con mi silencio me torturo.