Amor de mis días

Acariciaré tu herida más desgarradora con mi abrazo,

remendándole cada punto a besos,

sellándola mientras te hago el Amor,

primero con las pupilas,

después con mi Corazón.

 

Tú fuiste mi mejor error

A veces amarte es como tocar una guitarra con los dientes, de cuánto me desquicias los nervios. Otras, eres el salto en que he caído de pie.

A veces creo que me dejo guiar demasiado por una única palabra bonita. Después, cuando tu prolongado silencio es lo que más te escucho decir, siento tanta tristeza que lloro una lluvia afónica que me seca la esperanza por sentir de nuevo algo de tu calor. Mis lágrimas forman en el suelo —o sobre mis rodillas— un charco con la silueta de tu rostro y me zambullo en él para tratar de ahogarme y acabar con el tormento de guardar silencio, sin dejar de repetirme que es más que probable que a ti no te importe lo más mínimo que nade en un bucle difuminado en el que lo único claro es tu recuerdo mirando para otro lado.

Sin duda, tú fuiste mi mejor error.

 

Tres

En estos días en que los ánimos hacen dientes de sierra, en que la misma noticia nos agujerea el Corazón como si estuviéramos en guerra, en que los artistas «podríamos escribir los versos más víricos esta noche» para que los lea toda la Tierra…

En días en que la incertidumbre nos alcanza, el miedo sin descanso abraza, el silencio estalla como una plomiza maza, la mañana es oscuridad eterna que muestra su peor baza, y la única solución es respirar la Vida desde la terraza… miro a mi alrededor y veo a las personas que merecen la pena, esas a las que nada ni nadie reemplaza. A las que les puedes expresar siete veces «estoy asustada» o «¿cuándo acabará todo?» que no te hablarán de caos y destrucción sino de esperanza.

A mi lado hay muchas personas, pero tres son especiales porque me han demostrado que, cuando necesito un mimo me regalan caricias reales, cuando estoy triste me hacen reír para apartar de mi lado todos los males, cuando se me escurren las lágrimas que tanto me avergüenza soltar a raudales me las besan y lloran conmigo sus propios lamentos fluviales.

Patri —perdona si suena soez, mi amiga tiene ese mote, qué se le va a hacer—, logra sacarme carcajadas infinitas y sin freno cuando asegura que tiene reservado para mí «un abrazo y una hostia» que resonarán más fuertes que un trueno, como si fuera la versión macarra de «un beso y una flor» —para animarme, con sus burradas acierta de pleno—.

María  guarda entre sus palabras una alegre energía con billete solo de ida. Es capaz de estirar sus brazos, rescatarme de mi propia huida y abrazarme las dudas hasta coserme por completo la herida.

Y luego estás tú, mi Amor… Basta una palabra tuya para que la felicidad me dure todo el día. Logras que me sienta muy acogida por tu parte aunque hablemos 30 segundos en esta algarabía. Me entregas confianza como para mirar hacia delante y siento que no tengo que sufrir por lo que tanto temía. No hay dulzura mayor que la de tu esencia, capaz de derrotar a mi melancolía.

Sé que saldremos de esta porque a vosotras tres, la Vida ninguna sonrisa os negaría.