La estación de la transición

Cielo encapotado deseando recitarnos desde un lugar tan lejano. Mullidas nubes de algodón llano. Lluvias rezagadas del caluroso verano. Sol despertando desde el horizonte temprano hasta teñir el amanecer de naranja butano. Troncos huecos, el hogar de algún que otro gusano. Maderas de aspecto ruano. Vientos desterrando la mala energía y el comportamiento más tirano. Época especial para que a los contratiempos les den por el ano. Rodearnos de verde esperanza sentadas bajo un manzano. Escucharte los latidos sin sentir que los profano. No disimular mis sentimientos al vestirlos de paisano. Colorearnos las pupilas con tintes del espectro vegano. Beberte a cada momento como si fueras el mejor vino riojano. Sumergirnos desnudas en un riachuelo de tono tejano…

Si lo comparas con la Vida, el otoño es como el paso previo a ser anciano. Para mí, eso es mundano. Solo me importa recorrer todos los otoños del mundo de tu mano.

 

Vaya mierda de decisión

No sé qué me es más apetecible, si el marrón de los bombones o el marrón de tus pezones. Cualquiera de los dos es un marrón de sabor dulzón, sobre todo recostadas encima de un puf de mullido mimbre cuando nos entra el calentón.

Más que el ansia por bajarte el calzón y empaparme con tu chaparrón, desde siempre me pusiste cachondo el Corazón. Tuve miedo de confesarlo y que te rieras de mí con la crueldad de Guasón; cuando fui capaz de vocalizar mi verdad sin ningún trompicón, resultó que tenías novia… vaya marrón. Mierda de decisión. De todas formas, pienso que un buen marrón hubiese sido rendirme ante la primera frustración.

El marrón que más me gusta de ti es el espectro oliva de tus pupilas o el de tu piel. Aunque suene poco original, son marrones acaramelados como la miel. Entre tu pelo destacan algunas canas y con tus cabellos castaños libran un combate en el que, de momento, van empate. Sin duda, cuando mi Corazón más excitado late es si te pienso impregnada no de barro, sino de chocolate.

Si me das la oportunidad, esta vez sí que cruzaré nuestro umbral. Aunque me tope con una mierda más dura que el pedernal, eso no es excusa para mirar hacia otro punto cardinal y dejarte sola ahogándote en cualquier agua fecal. Si la Vida te tiende una cuerda colgando de un nogal y no ves otra salida que la de estrangularte las penas para ahorcar tu gran mal, permite que la corte con mi puñal. Ese que clavaste en mi espina dorsal cuando sentía por ti aquella atracción fatal. Aún lo conservo porque, viniendo de ti, hasta una mortífera arma guarda algo especial. Así te lo expreso hoy, en este hermoso recital. Después vayamos a cambiar tu marrón fangal por marrón café o marrón té, lo que prefieras, a mí me da igual.

Solo recuerda que, aunque tomes una mierda de decisión, aunque la Vida te tire al hoyo de un empujón, yo nunca te he dado la espalda cuando te me acercas vestida de ese apestoso marrón.

 

Puño abierto

Si te asustan los sentimientos encontrados, deja que te cuente una historia.

Había una mujer que vivía en un piso diminuto con un montón de miedos. Algunos iban y venían. Cinco de ellos permanecían siempre a su lado. No era el miedo a la oscuridad más tangible, sino a la oscuridad de la soledad. No a los espíritus, sino a los fantasmas de su pasado. No a la muerte, sino a vivir muerta en Vida. No a avanzar y tropezar, sino a andar y sentirse perdida. No al desamor, sino a amar a otra mujer entregándole todo su candor, y que la sociedad la acusase de que su decisión era un error.

Para cada uno de ellos, eligió un arma con que defenderse. Apuntaba con el pulgar hacia el suelo, condenando a toda persona que se le acercara. Al desenvainar el índice, como si fuese la espada más mortífera, advertía con venenosa amenaza que nadie intentase traspasar su coraza. Unía el meñique y el anular para formar un poderoso escudo tras el que protegerse –dos dedos defienden más que uno–. Y el dedo corazón… ¡Ay, el dedo corazón! Ese era el más letal de todos. Con su imperiosa presencia y sin decir una palabra, te mandaba allí donde gozan las moscas con tanta energía que eras incapaz de mirar atrás. Si lo intentabas, desenfundaba todos sus dedos agrupándolos en un rocoso puño para que te quedase claro que te fueras de su lado. Era tal su empeño en refugiarse que no se percató de que el puño podía deshacerse, transformándolo en una entrega, casi una invitación, a lo que, en realidad, poseía aquella mujer: un hogar acogedor sin maldad, dolor ni temor. Un Alma vulnerable pero ansiosa por sentir de nuevo el calor en su Corazón. Solo así podría apreciar que la burbuja de sobreprotección, que su zona de confort, era innecesaria en esto del Amor.

 

Mujer, préstame atención: si apareció en tus días la chica que guardaba tu sonrisa, no le des la espalda y tampoco tengas prisa. Da igual que se llame Julia, Sara o Melisa. Si el aire de sus palabras es para ti como una brisa, no te atormentes por sentir de esa guisa. Preocúpate de que no se te muera la esperanza, no te vuelvas sumisa. Da el paso, que si te caes, ella estará a tu lado para tenderte la mano, agarrarte del brazo y levantarte entre deliciosas risas.

Mi historia puede que no tenga final feliz, pero quizá te ayude a no asustarte por si, algún día, a tu Alma se le vuelve a imprimir otra cicatriz.