La fotografía es la pasión y la profesión de Victoria. Un buen día, recibe una visita inesperada e intrigante. Una dama con leve acento francés y cargada de glamour hasta los topes, se presenta en su estudio pretendiendo que le haga un retrato. Con una única condición: que emplee para ello una cámara de las que usa habitualmente y, muy importante, otra cámara muy especial que lleva consigo.
La Leica III, cromada, con objetivo Summar 5 cm f/2 no es sólo una preciosidad, sino también un objeto de museo con un increíble valor histórico. Una cámara de los años 30 como esa fue con toda probabilidad un privilegiado testigo de la Guerra Civil española.
Cuando Victoria se lleva la Leica a la cara descubre con estupefacción que en el visor no aparece lo que debería, es decir, la mujer a la que pretende fotografiar. En su lugar, lo que ve es una pared vacía. Desconcertada, gira la cámara y observa cómo su estudio se transforma a través del visor en un lugar desconocido. Tira unas cuantas fotos al tun tun a su clienta –porque en realidad no la ve- y decide salir fuera para comprobar si el extraño efecto pervive en el exterior.
En efecto, cada vez que mira por el visor, la calle se muta en otra calle diferente. Allí hay locales que no reconoce, mucho ruido y mucho follón. Pero no sólo “ve” de forma distinta, los demás sentidos también están percibiendo una realidad paralela. El olor a quemado, por ejemplo, invade su nariz. Pronto comienza a sentirse abrumada por la situación, pero no puede dejar de mirar a través de la cámara, presa de una fascinación demasiado poderosa. Y en estas, mientras curiosea en ese sorprendente mundo, alguien la empuja al pasar. Cae al suelo y con ella la Leica, que emite un sonido alarmante al aterrizar contra el pavimento. El objetivo se ha roto.
De esta forma, Victoria queda atrapada en la realidad que vislumbraba a través de la cámara de fotos. Y esa realidad no es nada más y nada menos que la propia Valencia donde vive, pero en 1937.
En el “Ideal Room”, café famoso en la época por las tertulias que protagonizaban ilustres y conocidísimos intelectuales, conoce a dos personajes históricos: Gerda Taro (gran fotoperiodista) y a Ted, su compañero. Ambos se convierten en sus nuevos mejores amigos. Asistirá a actos culturales y políticos decisivos –el Gobierno de la República estaba en Valencia entonces–, será testigo del ambiente que se respiraba en el momento y participará en sucesos relevantes. Pero, ante todo y sobre todo, encontrará el amor.
La novela plantea un conflicto radical y muy interesante. Victoria está atascada en el pasado, pero puede retornar a su mundo si consigue un nuevo objetivo para la Leica, vuelve a mirar por el visor y entonces…¡Chas!, de nuevo en 2016. En la realidad contemporánea ha dejado a su hija de seis años y esto es innegociable: no puede ni quiere abandonarla, tiene que regresar. Pero, por otro lado y como hemos señalado, acaba de encontrar al amor de su vida. Así que está entre dos sillas y mal sentada, porque si logra que alguien le traiga el dichoso objetivo, entonces a quien tendrá que abandonar será a su amada. Y esto, lógicamente, también le causa un tremendo sufrimiento.
Queda una posibilidad, ciertamente muy remota: que en el viaje de vuelta a nuestra época pudiera traerse algún pasajero más. Pero Victoria, aunque no pierde la esperanza de que esto pudiese funcionar, es muy consciente de que sería demasiado perfecto para ser posible. Y más teniendo en cuenta que mataría varios pájaros de un solo tiro: librar a su amada de vivir la derrota republicana y de una horrible postguerra.
Esto nos lleva a otro conflicto que plantea “Mis noches en el Ideal Room”: nuestra fotógrafa tiene el sistema más infalible posible de “predicción” del futuro, puesto que sabe a ciencia cierta lo que va a suceder. Ello suscita ciertos problemas, como conocer cuándo va a morir cierta gente, participar de las ilusorias esperanzas que no se van a cumplir, etc.
Por otro lado, encontramos también la eterna pregunta de todo viaje en el tiempo: ¿hasta qué punto cambiar las acciones en el pasado puede condicionar lo que acontecerá en el futuro? ¿Se puede transformar el destino?
Todas estas cuestiones se entremezclan con el desarrollo de la historia de amor intenso, pleno e incondicional que preside “Mis noches en el Ideal Room”. Un amor muy apasionado, rodeado por la atmósfera de la guerra en la retaguardia y bajo la amenaza constante de una posible futura separación.
Sólo queda señalar que la novela tiene una muy buena ambientación y refleja con gran verosimilitud el entorno social, ideológico y fáctico de la Valencia del momento. Incluso desde el punto de vista “geográfico” la ciudad está muy bien reconstruida: se ofrece una visión de calles, plazas, locales y demás localizaciones de la Valencia de los años 30 que seguramente harán las delicias de quienes la conozcan bien y quieran compararla con lo que existe hoy en día en los mismos lugares.
Así que únicamente resta sugerir esta lectura, si lo que buscáis es una novela situada en un pasado no demasiado remoto, con amor pasional a raudales y el trasfondo de un involuntario viaje en el tiempo. Que la disfrutéis, si os apetece.