Al contrario de lo que algunos defienden, las lesbianas siempre hemos existido. Todo el tiempo ha habido mujeres que se enamoraron de otras, mujeres a quienes les gustaban las mujeres y mujeres con amistades femeninas muy intensas que sabían de sobra que lo suyo se pasaba muchísimo de la raya de la amistad.
Por supuesto, la mayor parte de las veces hubo que ocultarlo todo y encerrar esos amores a los ojos de la gente bajo siete llaves. En la inmensa mayoría de las épocas, nuestras relaciones han estado muy mal vistas. No viene a cuento analizar aquí el porqué de esa absurda y negativa actitud, pero el hecho es que teníamos buenos motivos para escondernos y, por desgracia, aún quedan lugares y situaciones en que sigue siendo mejor disimular.
Herstoria I es un conjunto de relatos de narrativa histórica centrados en mujeres que aman a otras mujeres. Concretamente, son un total de 10 historias y han sido seleccionadas entre todas las participantes en el concurso literario “I Premio Herstoria”. El propósito principal del certamen fue visibilizar el “relato” de la historia femenina, entendiendo que ya es hora de que las mujeres tengan un lugar protagonista en la Historia, de la que han sido excluidas sistemáticamente. Y ningún ámbito ha habido más desconocido, oculto y negado a lo largo del tiempo que el amor entre mujeres. El trasunto del título está claro, un juego con las palabras inglesas “his/her”, indicando que esta no es “his-toria” (es decir la “historia de él”), sino la “historia de ella”, la historia femenina.
Hay otra cuestión en el título de contenido esperanzador: el palito. Si el libro se titula “Herstoria I” será porque está previsto que haya una “Herstoria II”, al menos. Confiemos en que el proyecto tenga éxito y pronto tengamos dos palitos, tres palitos, etc.
La recopilación comienza con “Luz de selva”, de Cecilia Agüero. A Carmen la acaban de sacar del convento para casarse y su recién estrenado esposo se la ha llevado a lo que para ella (y para la mayoría de la gente) es, en esa época (el siglo XVII), el fin del mundo. Sus propiedades se encuentran en la provincia de la Cuayrá, muy cercanas a una reducción jesuita. El marido se ausenta con frecuencia y ella está sola, aburrida a veces y asustada otras por la constante amenaza de las incursiones de los “bandeirantes” en la hacienda. Hasta que un buen día, un padre jesuita, apiadado de la soledad de Carmen, le trae compañía: se llama Luz y es guaraní.
El siguiente relato fue el que se alzó con el Primer Premio Herstoria I. Se trata de “Hija de nadie” y su autora es Sara Bishop. La acción acontece en la Atenas del siglo IV a. de C. y nuestra protagonista se llama Ariadna de Eleusis. Hija de un eupátrida viudo, está acostumbrada a ocuparse de cuestiones que en principio serían ajenas a una doncella casadera (incluso puede salir de casa a comprar, con la libertad de una esclava cualquiera). Hasta sabe leer y escribir, algo insólito en una mujer y muy útil para la narración, ya que es ella misma quien escribe su historia.
En el día en que sucede todo lo importante, la casa de Ariadna se engalana para celebrar el Banquete donde su padre espera encontrar un buen partido con el que acordar el matrimonio de su hija. Aunque el Banquete sirve principalmente para exhibir a la futura novia a los invitados, Ariadna sabe que no le estará permitido permanecer en su segunda parte: el simposio. Pero el azar o la suerte quieren que, contra todo pronóstico, la futura prometida permanezca en la estancia todo el tiempo necesario para conocer a una hetaira muy especial.
En “El libro de la moabita”, Clara Carbonell Ruiz comienza creando una ficción dentro de la ficción, técnica que ha contado con una gran tradición desde los clásicos (incluso se emplea en El Quijote). La autora nos presenta el relato explicando que toma su título de uno de los cuarenta manuscritos encontrados recientemente en la orilla sureste del Mar Muerto, en el entorno del yacimiento arqueológico denominado popularmente como “Las beguinas del Mar Muerto”.
Este manuscrito, aclara la narradora, tiene la enorme particularidad de ofrecer una versión completamente distinta de la conocida historia de Rut y Noemí, que como sabemos incluye la declaración de amor más hermosa y apasionada de toda la Biblia. Y a continuación, nos ofrece lo que presenta como una traducción preliminar del texto original encontrado en el yacimiento, concretamente en el estrato del siglo IX a. de C. Con esta singular introducción, y una ambientación y documentación impecables, nos meteremos de lleno en una historia realmente notable que merece mucho la pena leer.
Adriana García Ramos nos trae “Condenada por las estrellas”, un relato que transcurre en la última época de la Rusia zarista. Mavra entra en Palacio como una mera sirvienta, pero al servicio de las hijas del Zar (que llevan el título de Grandes Duquesas), lo cual no deja de tener cierta relevancia en el escalafón de la servidumbre palaciega. Sin embargo, los antecedentes familiares de nuestra criada marcan en cierto modo su actitud hacia sus patronos; Mavra sólo siente rencor hacia quienes considera directamente responsables de la represión política que ha terminado con la vida de algunos de los suyos. Y ese odio se focaliza, sobre todo, en la más pequeña de las grandes duquesas, Anastasia. Pero ya sabemos que no hay sentimientos más opuestos y a la vez más próximos que el odio y el amor.
“Torres en el mar” (Leticia Goimil García) se ambienta en el contexto de las incursiones vikingas que amenazaron Galicia en el siglo XI. Aldara es muy consciente de que sólo bajo la forma de varón se puede leer, luchar y vivir una vida completa. Así que de continuo se convierte en Darío, un muchacho que presta sus servicios como soldado para defender Catoira, en la costa gallega. Allí se están construyendo unas torres que es de esperar sean eficaces en la defensa contra los ataques normandos que llevan bastante tiempo asolando la región.
Giuliana Ippoliti comienza “La rebelión tiene nombre de mujer” con la siguiente frase: “Estoy enamorada de mi esclava”. Quien habla es María Teresa Aristeguieta, que pertenece a la aristocracia criolla de Venezuela. María Teresa es una mujer cultivada e instruida, al tanto de las nuevas ideas ilustradas que la Revolución Francesa está esparciendo por el mundo. Pronto se da cuenta de que quienes más comprometidos están con la lucha por la independencia no sienten como deberían los ideales de libertad, igualdad y fraternidad.
“Esperanza en el infierno” (Bea Morote) no puede tener un escenario más siniestro: el campo de concentración para mujeres de Ravensbrück. Nuestra protagonista reside en tan indeseable lugar en calidad de presa política y por ello lleva un triángulo rojo en su uniforme de presidiaria. Según ella misma declara, es toda una suerte no llevar el triángulo negro que la identificaría como prisionera asocial (lo cual le correspondería también por su condición de lesbiana). Y es que los triángulos rojos están mucho mejor considerados que los negros, incluso entre el resto de la población reclusa, básicamente porque las presas asociales son las parias del campo. Precisamente bajo esta condición (ostentar un ignominioso triángulo negro en su vestimenta) llega a Ravensbrück una joven llamada Hanna.
Bajo tintes lorquianos se desarrolla “No vuelvas a Granada”, de Nuria Parra Pozo. De hecho, Lorca resuena de forma casi musical a lo largo y ancho del relato, donde los pensamientos de la narradora-protagonista la devuelven a la Granada de comienzos de la Guerra Civil española. Una guerra que para ella no ha terminado aún, pues como bien dice, “No acabará nunca si la paz es el privilegio de unos pocos”. Aún con el miedo presente, lamenta que el único recuerdo que le queda de su amor pasado sea una vieja fotografía, ajada de tanto manosearla. Porque a pesar de todo, no hizo caso del consejo que pone título a esta historia y volvió a Granada.
“Ignota” (Esther Román, Crab) nos lleva hasta el siglo XII, al convento de Rupertsberg, donde habitó y escribió Santa Hildegarda de Bingen, una mujer verdaderamente notable, doctora de la Iglesia, pensadora, compositora, escritora, mística y un millón de cosas más. Sor Gertraude no llegó a conocerla en persona, puesto que profesó poco tiempo después de que ella muriera, pero en cierta medida ha seguido sus pasos: ilustrando y describiendo en códices de su autoría las plantas que cultiva en el jardín. Pero no sólo eso. Lo que desde hace mucho tiempo logró sor Gertraude fue aquello que muchos hubieran deseado: descifrar el código secreto creado por Santa Hildegarda, la famosa “lingua ignota”.
Ana Tapia cierra la recopilación con “La madre bisonte nos protegerá”, una narración que nos transporta a Norteamérica en el siglo XVIII. Dorothy es hija de un reverendo que intenta convertir al cristianismo a los indios de la etnia crow que pueblan las inmediaciones. Un día, Dorothy, llevada por la curiosidad, se acerca más de la cuenta al poblado crow y tiene un encuentro algo abrupto con alguien muy especial. Se llama Nápuc, lo que en lengua siouan significa “Hija del pájaro de pico largo”.
Además de lo excelente que me parece la idea de un certamen como “Herstoria”, hay que señalar también la buena calidad de los relatos seleccionados. Son historias de estilos diferentes, pero con estructuras trabadas y personajes bien construidos. En cuanto al contenido en sí, como habéis podido intuir, los argumentos son muy variados, como variadas son también las situaciones temporales que les sirven de escenario.
En suma, es un libro altamente recomendable. Y no sólo para las amantes de la literatura histórica –que también–, sino para toda aquella lectora que desee sumergirse en el mundo de los relatos de los posibles sentimientos y vivencias tantas veces silenciadas de las mujeres de épocas pasadas. Que lo disfrutéis, si os apetece.