Voz de gladiolo

Hoy me he despertado con un agudo dolor en el pecho. Mi brazo izquierdo no hormigueaba y mi espalda parecía soportar su carga habitual sin excesos extras. Pero la sensación de angustia era cada vez más enérgica.

Al llevarme la mano al corazón he notado que los latidos hablaban con incoherencia. El ritmo estaba roto. Cada uno palpitaba con su caprichosa melodía bipolar.

He cerrado los ojos un segundo solo para descubrir qué era lo que sucedía: faltaba el compás de tus palabras, faltaba tu cadencia. Esa que se corresponde con mi armónica demencia. Faltaba tu esencia y me sobraba tu ausencia. Si las voces se definen por colores, la tuya es del tono de los gladiolos que han sobrevivido a sus (t)errores.

 

Habilidad

Tengo una habilidad especial

para que me salga bien

el hacer las cosas mal.

 

Se me hizo bola el papel

¿Te has cortado alguna vez con un papel? Seguro que sí.

No duele pero escuece, ¿verdad? Yo me he cortado muchas veces. La mayoría de líneas impresas en las palmas de mis manos conviven con infinidad de cortes provocados por el abuso de folios. Lo que más tortura es volver a tropezar con la misma bola de papel.

Una vez, me abrí el pecho para dejar pasar a una escritora. Creía que sus folios harían buenas migas con los míos. Cuando fue a mostrarme el arte que le nacía me cortó en el corazón con las páginas de su poemario. No se dio cuenta. Sé que lo hizo sin querer. Noté cómo el pulso se me aceleraba. Una gotita se escurrió de la herida. Era de un rojo muy vivo, lo único vivo que quedó en mi interior cuando se alejó de mi lado. Al mismo tiempo, una lluvia parlanchina comenzó a tronar dentro de mis pupilas.

Traté de coser la herida desde diferentes puntos de vista: punto y seguido; puntos y aparte; punto y coma; puntos suspensivos; traté de olvidarla concentrándome en los dos puntos de otras mujeres… El único que no me atreví a utilizar era el punto y final.

Poco a poco descubrí que, a medida que iba colocando los puntos en el lugar de la herida que le correspondía, me fui encontrando menos perdida. La sangre, que hizo las funciones de tinta para escribir nuestra historia, se fue regenerando con más vitalidad.

Solo entonces encontré las fuerzas necesarias para cerrar la novela que nació de su inspiración. Solo entonces utilicé el punto y final para coser el último punto a mi cicatriz.