Aroma

Me puse unas gotas de perfume en las muñecas y el cuello. Una fragancia que me recordaba bastante a la tuya. A tu peculiar aroma afrutado y sensual.

Después me metí en la cama. Apagué la luz y, entonces, te hice el amor a distancia, como tantas veces desde que nos conocimos. Mis dedos te imaginaban, mutando en los tuyos, como si llevasen tu tacto. Los paseé por todo mi cuerpo, sintiendo que eran tus experimentadas yemas recorriendo la piel que en otra época se sabían de memoria. La pasión es la suma de dos personas que se cruzan por el camino. Acabé explotando de puro gozo, empapando de lujuria la sábana y, de rebote, todo el dormitorio. Acabé asfixiándome entre el olor a fantasía. Así me mentí en la cama.

 

Aquí estoy

Y aquí estoy, en el metro, como casi cada día. En uno de mis vistazos inconscientes consigo distinguirte entre el gentío. Quiero llamar tu atención, pero mi voz se tropieza con la muchedumbre y no te alcanza. Entonces meto la mano en el bolsillo y saco mi arma para apuntarte: un lápiz. Un raquítico trozo de lápiz. Un pobre diablo de grafito con la punta agónica. Está casi consumido, como mis días buscándote. Te susurro con él en mi libreta, emborronada hasta el último recuadro. Repleta de sueños garabateados.

Llevabas tu abrigo verde y mi corazón ha realizado un salto mortal al recordar. Parecías despreocupada, a pesar de la multitud enfermiza del vagón. Del hombro te colgaba una mochila roja con forma de búho, de esas que están de moda. Y llevabas la boina beige que te regalé. Igual que la que yo uso a veces, solo que la mía es granate. Estabas tan preciosa… Sí, ha sido muy mortal.

Te he visto, me fijé bien en ti, y comencé a escribirte de mentira. Porque en realidad no eras tú, sólo una que se te parecía. Una que intentaba imitarte y casi lo consigue. Una broma de muy mal gusto.

Aquí estoy, viéndote en la vida pasar.

 

¿No lo ves?

Tropiezo una y otra vez con tus ojos. Me caigo de boca en su mirada, y acabo perdida entre tonos oliva y pardos. La mezcla de colores de esa gama es tan incoherente que puedo permitirme el lujo de unirme a la locura, perdiéndome para siempre en ellos sin parpadear. Agarrarme a tus pestañas, que son el último sustento que me queda para mantenerme en pie. Nadar cuando lloren, de risa o de pena, pero siempre dentro de ti. Tus ojos son especiales, como tú.

 

La noche en que te vi marchar

dejé de vivir y empecé a soñar.

Por mucho que me intenté engañar

me dije: “basta, no llores más”.

 

Si me queda camino por andar

quiero recorrerlo sin más pesar.

Tu recuerdo no hace más que flotar

en mi forma de pensar.

 

Una mujer, otra tal vez y otra más

no bastan para olvidar

el dulce brillo de tu mirar.

Que nunca me ha dejado de hipnotizar.

 

Preguntas sin respuesta, sin importar,

aún así me logras inspirar.

Nunca te he dejado de amar.

¿No lo ves en mi mirar?