¿Que por qué te escribo?

¿Por qué te escribo?

No me hace falta una excusa para convertirte en mi musa.

Aunque no nos conocemos tanto como deberíamos, me gustas. Puede que leas esto y me mandes a la mierda, pero eso no me asusta.

Quisiera recitarte al compás del piano, que tu mirada brilla más que el Sol todo el verano. Al soñarte no me siento más sola que la Luna, ¿es muy atrevido si digo que como tú no me hace sonreír ninguna?

Encender el móvil y que me salte tu «buenos días, pequeña»; le basta a esta ilusa para volverse una risueña.

Te escribo por si se pone a llover y quieres calarte conmigo. Darnos un abrazo de esos de «ojalá yo contigo…». Un arrebato de dos idiotas que se quieren tocar solo para dejar de temblar. O quizá para hacerlo a la par.

Sonrisas, miradas, caricias, sed, quedarse con las ganas o arriesgar por una vez. Reír sin temores, tu pelo entre los dedos; hablar con las manos, callando los miedos. Encendernos los días y acabarlos entre poesías… Ojalá llegue pronto ese momento, ojalá no muera con la silueta de este cuento.

 

¿Que por qué te escribo?

No existe una respuesta. Tú, preciosa, eres el motivo.

 

Amo

Amo a una persona. Se llama Tigo.  Amo cuando me sonríe y asiente con la cabeza mientras roza las cuerdas de su guitarra, para que yo guarde la timidez en el baúl de los olvidos y cante junto a ella con mi voz torcida. Adoro cuando le amanece el Sol en la sonrisa aunque el cielo esté cerrado por vacaciones. Definitivamente, y sin censuras, me encanta estar contigo.

 

Háblame

Háblame de lo que quieras, de mil formas, a gritos o a susurros. Con tus pupilas o incluso en silencio.

Háblame de la lluvia, de tu tormenta interior, de esa chica que te vuelve loca, de la que por ti pierde la razón.

Háblame, cuéntame, coméntame cuando estés triste o contenta a rabiar, y cuando no tengas fuerzas para hablar.

Háblame, explícate ahora, mañana o dentro de una semana.

Háblame de tonterías o de cosas serias.

Háblame, Cielo, que yo siempre querré quererte y escucharte las penas y las risas.

Háblame con tus poemas, con tus melodías a guitarra, con tus carcajadas o desde tu infierno peculiar.

Háblame aunque estés llorando un mar; no te preocupes, sé nadar.

Háblame siendo tú misma; pero, por favor, nunca me dejes de hablar.