Hoy traemos a la palestra este pequeño libro de poesía con el amor como absoluto protagonista. Como decía Napoleón, las esencias más sublimes se encierran en frascos chiquitos. Y este poemario podría ser un buen ejemplo de esta sentencia. Para empezar y como preludio, el encabezado contiene este poema de Pedro Salinas, un anticipo de lo que vendrá después:
“Y vuelto ya al anónimo
Eterno del desnudo,
De la piedra, del mundo,
Te diré:
«Yo te quiero, yo soy»”.
En realidad, esta poesía es toda una declaración de intenciones. Ya desde el principio la sinceridad, lo básico y primordial, la vuelta al origen y al interior más esencial marcarán el camino por el que transitarán los poemas de “La voz que no me llama”
Vanessa Ejea escribe desde el sentimiento, dejando que su corazón habite en cada verso. Es una poesía sincera, emocional y llena de confesiones a las que sólo se llega desde la experiencia del amor desplegado a todo trapo.
Aquí se habla del amor de verdad, el total, el extremado. Y por ello, por los versos transitan el dolor, la ausencia, el miedo a la pérdida y todas las angustias que conviven por fuerza en el mismo lugar donde reina este tipo de amor en plenitud.
“Si el viento de octubre se lleva tu nombre,
Lloraré una lluvia de primavera.
Me ataré nubes de tormenta
En derredor
Y escucharé el golpeteo de tu risa
En los cristales”.
Pero también veremos el placer, los momentos felices y luminosos del deseo, del disfrute de la intimidad más completa y carnal.
“Y si este cielo fuera
Una noche estrellada,
De luz y viento encendido
Y de días en vela.
Te tomaría entera,
A golpe de mar bravío,
De besos, de saliva
Y de cama revuelta”.
Aunque profundamente intimista, la autora no pierde de vista la realidad más cotidiana. No sólo eso, realiza también una auténtica fusión entre ambos planos de expresión. Las cosas habituales pueden ser el lienzo donde se pinten los sentimientos y el vehículo para transformar la vivencia aparentemente más prosaica en algo poético.
“Nunca supe, hasta hoy,
Que la ausencia se mide
En plazas de aparcamiento,
En la fila de coches estáticos
En la que no está el tuyo”.
“No sé decir en qué momento del camino
Se me quedó perdida el alma.
Quizá fue en la cinta transportadora del súper,
Como una lata de berberechos”.
Los 27 poemas que componen el libro son independientes, aunque comparten núcleo temático y tratan de la misma experiencia amorosa. Tienen igualmente un cierto recorrido argumental, que evoluciona por senderos de temor a la pérdida de la amada, de la propia destrucción de lo construido juntas, el posible encuentro con el desamor, el abandono y también el anhelo de que la distancia sea temporal y lo perdido recuperable. De hecho, el final es pura esperanza y cierra el círculo narrativo del poemario.
“…tus palabras acalladas
Convocan a las yemas de mis dedos
Para leer palmo a palmo tu piel
Bajo el silencio de tu mirada,
De esa voz de ojos verdes
Que siempre me llama”.
La poesía de “La voz que no me llama”, es melódica y de ritmo ondulante, con versos que se balancean en una cadencia constante y equilibrada, como una marea que suavemente llega y se aparta de la playa. Posee, en este sentido, uno de los requisitos más imprescindibles para que una obra tenga un verdadero carácter poético: la musicalidad.
Este es un libro para saborear a pequeños sorbos. Hay que leer despacio y a trocitos, y volver a paladear cada verso con otras lecturas posteriores. Sólo así se aprecian todos sus aromas y se llega a disfrutar de verdad de su ritmo, de su intensidad y de lo hondo de los sentimientos que pueblan los diferentes poemas.
Quienes gusten de la poesía sincera, auténtica y emocionada, pueden sumergirse entre las páginas de “La voz que no me llama” sin temor a equivocarse en la elección. Que la disfrutéis, si os apetece.