Es una mañana muy especial para Julia. Lleva diez años trabajando como abogada asociada en Nolan Law, un prestigioso bufete en San Francisco y por fin ha llegado el momento de aspirar a subir en la escala profesional y convertirse en socia de la firma. No las tiene todas consigo porque, aunque ella ha trabajado como una mula y se merece el ascenso, hay un rival. El rival se llama Alexander y podría llevarse el gato al agua.
Pero no, no es posible: Julia ha realizado una labor impecable, sus logros han sido mil veces mayores y mejores que los de Alexander y de alguna manera siente que la empresa se lo debe. La justicia debe imperar, y más en un despacho de abogados, ¿no? Pues no. Julia se queda sin ascender y la única motivación que su jefe ofrece para justificar la decisión es: “tú no eres el prototipo de socio que estamos buscando”. Tras la explosión de cólera de Julia subsiguiente a tamaña birria de explicación, el tipo se limita a ofrecerle unas vacaciones.
Julia no da crédito. Su mente pasea alternativamente por las posibles causas del rechazo: ¿Será porque es afroamericana y su color de piel no gusta en el bufete?, ¿será que no está casada ni tampoco tiene hijos?, ¿será debido a que es lesbiana? ¿Qué será, será? Una posibilidad que no acude al cerebro de Julia –y que yo creo más probable– es que la razón descanse no sobre una de las preguntas, sino sobre todas ellas en conjunto. No le han dado el puesto porque es negra, soltera, sin descendencia y encima lesbiana.
El rechazo, especialmente por esta última condición, no le es ajeno. Ya ha tenido que lidiar con reacciones homofóbicas a lo largo de su vida. Aunque la peor de todas fue, sin duda alguna, la actitud de sus padres cuando salió del armario con ellos. No obstante, cabría matizar que no fue lo mismo la respuesta radical de su padre (que directamente la echó de casa y no volvió a hablar con ella jamás) que la de su madre. Más que por falta de aceptación, su madre se movía por miedo a la ira paterna y su falta de arrestos para enfrentarse a su marido (que tiranizaba a su hija y a ella misma en igual medida).
Pero volvamos al día de autos y recuperemos la imagen de Julia recién salida de la conversación con el cínico de su jefe. Rabiosa, malhumorada, desilusionada y en estado de profunda decepción, Julia decide tomarle la palabra. Efectivamente, necesita descansar y va a cogerse todas las vacaciones de las que no ha disfrutado en años. Y como es una resolución decisiva, nada mejor que dejar que el Destino elija el destino: pone una bola del mundo a dar vueltas y allí donde caiga su dedo, allí irá. Y el dedito aterriza en… Londres. Ese es el resultado del sorteo: un sitio estupendo para alejarse y poner océano y continente de por medio.
Julia necesita a Londres para reinventarse, reiniciarse, salir de su mundo y hacer que su existencia se ponga patas arriba y vuelva a funcionar. Sólo que no lo sabe todavía. En el metro, camino a Notting Hill, conoce a un curioso señor mayor que durante la travesía conversa con ella como si se conocieran de toda la vida. Este encuentro y la conversación con Mr. S. –como ella decide llamar al viejecito– serán cruciales para el cambio. Pero eso tampoco lo sabe todavía.
Notting Hill resulta ser un barrio encantador (eso lo tenemos claro). Ahora bien, por más bonitas que sean sus calles, por más bohemia que se respire y más ambiente alternativo que se encuentre, lo verdaderamente esencial resultará ser el avistamiento de una modesta, tímida y pequeña floristería que además cuenta con un accesorio fundamental para el reparto de las flores: una furgoneta amarilla.
La furgoneta se llama Lily (otra cosa que tampoco sabe Julia aún). Su dueña, una ocupada florista cargada con dos cubos y harta de esperar, se dirige entonces a nuestra protagonista y la increpa. Cree que es una nueva empleada que llega tarde. Tras la bronca, la subida a la furgoneta del color del submarino de los Beatles y un buen trecho recorrido, la enfadada empresaria florera se percata del error. Pero ya no hay vuelta atrás. Se han conocido. Ella se llama Carla y será la piedra de toque que procure el cambio apoteósico que Julia necesita en su vida.
“Verde entre las flores” es una novela bien contada, con un argumento estructurado, buena técnica narrativa y una prosa muy competente.
Como ya hemos señalado, la historia central se desarrolla en Londres, principalmente en Notting Hill y alrededores. No obstante, conoceremos algunos otros lugares de interés que están descritos fielmente y que ofrecen una ambientación muy adecuada. Por ejemplo, habla de Holland Park, un sitio que no todo el mundo conoce y que personalmente recomiendo a quien visite Londres (es genial, en especial su jardín japonés, como bien destaca la novela). También visitaremos The Argyll Arms –uno de los muchos pubs londinenses en los que hay que tomarse una pinta sí o sí–, la National Gallery, South Bank, etc., etc. Toda una tournée londinense.
Los personajes están bien construidos, tanto los protagonistas como los “de reparto”. Carla tiene una panda de amigos variada y plural que forman parte de la acción de modo natural y ayudan al avance de la trama (tal como también lo hace Amber, la mejor amiga de Julia, con la que habla por teléfono con bastante frecuencia). Todos ellos consiguen que nos sumerjamos en el ambiente multicultural y cosmopolita de la ciudad. Y esto es sin duda un punto muy positivo para la valoración de la novela. A propósito, si hubiera una banda sonora que ponerle al libro, sería fundamentalmente jazz. El jazz protagoniza absolutamente los escenarios por los que discurre el periplo de Julia, de la mano de Carla y su cuadrilla.
Por otro lado, la historia no resulta en absoluto superficial. Hay drama, es verdad, y es serio. Pero no pertenece a la categoría de los dramas clásicos de algunas novelas lésbico-románticas. No es de ese estilo. Podríamos más bien encuadrar la trama dentro de la narrativa que reconoce que hay problemas reales que tienen que ser reflejados y que existen temas que no hay por qué silenciar, aunque sean tristes. Porque la vida también se compone de estas cosas y no cabe mirar a otra parte.
De cualquier forma, aunque el fondo tenga un matiz de cierta melancolía, también es cierto que es una historia cargada de esperanza y de amor. El tono es positivo, de superación y con la mirada puesta en el futuro. Por tanto, al finalizar la obra lo que nos queda es un sabor de optimismo y de fe en la vida.
En base a todo lo dicho, creo que es un libro con una buena historia, una técnica narrativa muy solvente y con ingredientes de interés. Sin duda, puede ser una buena opción para aumentar la biblioteca. Que lo disfrutéis, si os apetece.