En la Inglaterra victoriana, una adinerada dama emprende un viaje angustioso. Su objetivo: encontrar a una mujer cuya pista perdió hace años. Lady Evelyn sabe que su búsqueda no es sencilla, pero para ella resulta de vital importancia porque se trata nada menos que de salvar a su querida Caitlyn de un destino tan terrible como inmerecido.
Cuando la encuentra, no puede dar crédito a sus ojos. Caitlyn Bradshaw no es ni la sombra de lo que recuerda. Un sombrío y tenebroso hospital psiquiátrico al norte de Gales ha sido su morada en los últimos tiempos. Como cabría esperar de este tipo de instituciones en esa época, en el manicomio no solo la paciente no se ha curado, sino que su estado mental y físico han empeorado hasta límites alarmantes. La señorita Bradshaw (o mejor dicho, el mugriento y maloliente bulto que reposa en un rincón de una lóbrega celda insalubre) no puede estar peor: desorientada, con signos de demencia, fiebre alta, delirios y accesos alucinatorios. Con este panorama, Lady Evelyn no tiene opción: ha de sacarla de allí como sea o es cuestión de días, tal vez horas, que Caitlyn fenezca.
Gracias a su enérgica intervención, consigue llevarse a la pobre paciente. El plan es viajar a Chester, donde la desnutrida, desmejorada y casi desahuciada Miss Bradshaw podrá reiniciar su vida. Y ahí empieza la lucha: Caitlyn sufre de muchas dolencias físicas; pero de eso quizás se vaya recuperando con cuidados, medicamentos y paciencia. Lo peor es, como era de esperar, lo que le ocurre a su mente. Porque Caitlyn mejora, se va sintiendo más segura y cada vez se acerca más a su benefactora, gracias al gran afecto que percibe que Lady Evelyn indudablemente le profesa. Pero hay algo que parece insalvable: no se acuerda de nada ni de nadie.
El médico que la atiende -por fin un profesional competente, llamado Henry Mitchell- diagnostica el trastorno: se trata de una amnesia disociativa. El subconsciente de la paciente ha generado un mecanismo de defensa por el que bloquea el recuerdo de un hecho traumático que prefiere olvidar.
El dolor que siente Lady Evelyn es abrumador. Caitlyn no la reconoce. En su mente no quedan huellas que la conecten a la existencia anterior que vivió con ella. Esto la incapacita para enfrentarse al pasado, afrontar lo que pasó, que en resumidas cuentas es lo que la hizo enfermar. Sólo de esta forma podría curarse y, en definitiva, recuperar su vida.
El Dr. Mitchell pide la ayuda de Lady Evelyn con el tratamiento: puesto que conoce de antes a Miss Bradshaw, puede colaborar en la recuperación paulatina y pausada de sus recuerdos.
El método sugerido por el Dr. Mitchell consiste en lo siguiente: Lady Evelyn deberá contarle historias a la paciente. Historias aparentemente inventadas, a modo de cuentos para dormir. Esos relatos serán verídicos, habrán pasado en realidad. Pero con una salvedad: los nombres de los personajes estarán cambiados. Caitlyn tendrá que ir poco a poco identificando y reconociendo los acontecimientos y las personas que participan en ellos como algo que ella vivió. Es una técnica arriesgada, pero la única que se le ocurre al médico para que el cerebro de la paciente despierte por fin.
Y así, Lady Evelyn comienza con la mayor de las prudencias a poner en práctica la tarea terapéutica encomendada por el doctor. Y todos los días, le cuenta a Caitlyn un capítulo de la trama de lo que fue su vida.
Los personajes centrales son tres mujeres: Alejandra, su prima Lisa y su criada hindú Anjali. Alejandra es la hija menor de una acaudalada familia que adoptó a Lisa, huérfana en su más tierna edad. Lisa y Alejandra se quieren como hermanas, han compartido toda su niñez y, simplemente, se adoran. Cuando llega Anjali, entre ella y Lisa nace un afecto parecido; pero con Alejandra es diferente, muy diferente: la joven hindú despierta en ella sentimientos mucho más profundos, y lo mejor de todo es que es correspondida. Aunque en ambas surgen terribles y lógicas dudas, en el fondo lo tienen clarísimo: están enamoradas la una de la otra de una forma profunda e irremediable.
Porque, así como no puede impedirse que las olas besen cada día la orilla del mar, o que el Sol le preste cada noche su luz a la Luna, nadie podría detener ya el profundo y gran amor que compartían…
Para Lisa lo que ocurre es motivo de alegría; Lisa está encantada con que Alejandra y Anjali se amen con locura. Ahora bien, como es una persona realista, comprende los peligros que se ciernen sobre la parejita y teme por ellas.
Así que su consejo es claro: deben disimular todo lo que puedan y procurar por todos los medios que nadie se percate de lo que está sucediendo. Pero no resulta nada sencillo porque hay que estar muy ciego para no darse cuenta de que, cada vez que se miran, el amor se les sale por los ojos.
Es precisamente esto lo que sucede en mitad de una reunión literaria. El evento ha sido organizado por la madre de Alejandra en su casa, con el velado propósito de que su hija comience a tener una vida social acorde con su clase. Por ello, en realidad se trata de un encuentro de aburridas señoritas de buena familia con más interés en parlotear sobre posibles pretendientes en general, que de cualquier libro en particular.
En mitad del té, que acaba Anjali de servir puntualmente, Alejandra pierde la prudencia y se pone a recitar un encendido poema con la mirada puesta en su amada. Se trata de “La presencia del amor”, de Samuel T. Coleridge, que comienza así:
Y en las horas más ruidosas de la razón,
Todavía existe ese incesante susurro: te amo…
Para cualquiera con un mínimo de perspicacia, resulta evidente a quién va dirigida la apasionada declamación. Por fortuna, debido a que son bastante tontainas, ninguna de las damiselas llega a darse cuenta de nada. Pero Lisa tiene razón, están pisando terrenos resbaladizos.
“Ese incesante susurro” es una bonita historia de amor que, además, lleva también incluida una buena dosis de intriga. En primer lugar, ¿Qué sucedió para que la infortunada Caitlyn llegara a su estado actual? Del diagnóstico clínico sólo puede desprenderse que se trató de un episodio altamente traumático. Pero, ¿Qué pasó en concreto?
Como ya hemos anticipado, la amnesia debe ser curada mediante las narraciones evocativas de Lady Evelyn, que se supone que terminarán por estimular los recuerdos de la paciente. La propia Lady Evelyn nos cuenta en primera persona lo que ocurrió y acabará por desvelar todas estas cuestiones, porque resulta un personaje muy cercano a Caitlyn y es conocedora de toda la historia. Así que no tenemos más que llegar al final de la narración que, ya advierto, termina con sorpresa incluida.
La novela está ambientada en una época bastante difícil para el amor entre mujeres (aunque, eso lo sabemos bien, nunca ha habido tiempos fáciles en estas cuestiones). En consecuencia, la relación amorosa tendrá que pasar por muchas dificultades. Ahora bien, no os vengáis abajo ni lo deis todo por perdido: es una historia conflictiva pero no trágica.
Así que, de verdad, animaros a leer “Ese incesante susurro” sin temor de encontrar un dramón que termine mal. Todo lo contrario. Es más, el libro queda totalmente recomendado, merece la pena.
Sólo me resta añadir que desconocía un poema del Siglo de Oro español que aparece en la novela y que ha sido todo un jocoso descubrimiento. Se titula “Tres cosas” (Baltasar de Alcázar) y es divertidísimo. No os lo perdáis. Y ahora, si os apetece, disfrutad de “Ese incesante susurro”.
Edición que cito: Carrillo, MJ. Ese incesante susurro. Versión Kindle. 2021.