Estoy flipando en colores. Y llevo así más de una hora.
Primero han desfilado las moteras, imponentes.
Semidesnudas y subidas a tacones de vértigo, vienen pisando fuerte las drag queens.
A continuación, ha sido el turno de los “Proud Parents of LGBTQI+ children”.
Detrás viene un autobús amarillo con la tercera edad, las “Golden Ladies”.
Ausente, Carlota se fuma un canuto tras otro, hasta que los párpados se le caen, entonces se coloca unas gafas de sol. Agarrada a mi cintura, se limita a sonreír y morderme la oreja.
Una muchedumbre joven y sonriente, con cabelleras multicolor y arcobanderas en alto, desembarca después.
Sin embargo, a la música le faltan decibelios. Es como si la fiesta estuviera en otra parte.
Pasaron después las agrupaciones políticas de izquierdas, socialistas, partidos de centro y de centro derecha, con sus globos naranjas y azules. La cosa empezaba a ponerse aburrida cuando de repente vemos llegar una comparsa cantando y enarbolando las banderas de Ucrania. Varias pancartas exigen la liberación de periodistas y presos políticos. Los recibimos con una salva de aplausos. Pero las manos se me paralizan frente a una piruleta que representa a un joven militar con el hashtag “Arm Ukraine now!”
-¿Qué es esto? ¿Dónde estamos? -le pregunto a Carlota.
-En el orgullo de Estocolmo. Rodeadas de pacifistas, como puedes comprobar.
Un “Love wins Ukraine” a todo color cierra la comparsa. Detrás viene gente desplegando grandes banderas de los EEUU.
Acto seguido, flanqueada de banderas con la estrella de David, aparece la carroza “Israel celebrates Stockholm pride”.
Carlota tuerce la boca y yo me siento bajoneada recordando la masacre del día anterior, esa enésima operación contra los palestinos de Gaza, provocada por las fuerzas israelíes. Estoy por pedirle que nos vayamos, sin embargo, hay algo, una curiosidad malsana, que me retiene allí. Además, las calles están abarrotadas. Detrás de ellos llega la carroza de Taiwán: “First country in Asia to legalize same-sex mariage”.
-A estas alturas, ya no me sorprendería que circulara una carroza de la OTAN.
-Es la marca de agua de este desfile -bromea Carlota.
No había terminado de decirlo cuando irrumpe la carroza del ejército. Con sus chalecos, trajes de campo, boinas verdes y azules, medio centenar de militares y veteranas de la SKUV pasan repartiendo apretones de manos y sonrisas. Encima de la carroza, un grupo de militares interpreta música en directo. Parece algo de Statu Quo: “In the army now” suena en bucle en mi cabeza, como una tortura. Su pancarta es una de las pocas que viene en sueco: “Viktigare un än nagonsin”. O sea: “Ahora más importante que nunca”.
-Dime que estoy soñando.
-Ah, estos siempre desfilan -me responde Carlota-. Y después vendrá la policía.
Mi acompañante se eclipsa un momento para ir al baño y en ese momento Guido se abre paso entre los grupos de gente para venir a saludarme. Se ha pasado buena parte del desfile a nuestra espalda, aplaudiendo y haciendo fotos, sin perdernos de vista.
-Nice to meet you again -dice tendiéndome la mano y un botellín de agua.
A estas alturas, me imagino que Guido es el ex de Carlota, su ángel guardián. No parece mal tipo, aunque podría haberse presentado abiertamente el viernes por la noche, en lugar de seguirnos como una sombra hasta la puerta de mi habitación.
Lo raro de este juego es que no interactúen Carlota y él. Desaparece Guido y regresa ella.
Y ahí está la policía con sus agentes posando tras la pancarta “Policía para todes”.
Ingen är fi förrän alla är fria! (Nadie será libre hasta que todes seamos libres!)
Pride är politik!, rezaba otra.
Y tanto, me digo yo, alucinada y sin fuerzas. ¿Estocolmo padece su síndrome? ¿O soy yo quien se siente presa y enajenada?
Por fin llega la carroza de los decibelios. Un DJ drag ha puesto en trance a toda la juventud que viene detrás a base de grandes éxitos de música sueca en inglés. Es un cortejo de centenares de vestidos y disfraces con todos los colores del espectro queer. Cuando arranca el “Take on me” de “A-ha” todes se ponen eléctriques. Después siguen las previsibles “I kissed a girl” de Katy Perry y la “Dancing Queen” de ABBA. Nosotras decidimos unirnos a la corriente en ese punto y la seguimos como dos zombis. Detrás viene la carroza de la Iglesia Sueca, con sus pastores y pastoras ataviados de guirnaldas de colores. Entre las personas que ofician sobre el camión, dos chicas se morrean y me parece lo más transgresor de la tarde.
De repente, estamos de nuevo en los muelles del Skeppsbron. Llegamos justo a tiempo para embarcarnos en un crucero por el archipiélago. A bordo, nos reciben con fuentes de quisquilla y bandejas de tacos mejicanos. Pedimos una botella de vino blanco y nos dejamos llevar hacia el este, más allá del Djurgården, rumbo a lo desconocido. Un par de horas más tarde, atracamos en una isla deshabitada, Lilla Höggarn. Preparan un concierto en la cubierta que se puede ver desde el embarcadero. Carlota y yo nos vamos a dar un paseo por el bosque, alejándonos lo suficiente para estar a solas.
-Creo que me estoy colando por ti -comenta Carlota, subida encima de una roca.
-Yo estoy de paso -le respondo sentándome a su lado.
-Todos estamos de paso y todo es efímero.
-Sí, pero yo aún más -le digo pasándole un brazo por la espalda-. Tal vez tienes que aprender a estar sola. Separarte de tu ex, si las cosas ya no funcionan como antes.
-No me hables de soledad -me responde ofendida y volviéndose hacia la familia de patos que chapotea en el agua-. La conozco mucho mejor de lo que piensas.
-No quería ofenderte -le digo apretándole una mano.
Carlota me mira de nuevo y antes de darme cuenta, nos estamos besando. No nos separamos hasta que escuchamos ponerse en marcha el motor del barco.
-¿Nos quedamos aquí? -susurra ella.
-No creo que sea una buena idea -respondo tratando de ahuyentar el hechizo de sus ojos-, al llegar la noche pasaremos frío. Mejor mi mazmorra, por cutre que sea.
Una nube amenazante con forma de algodón rosa gravita sobre la isla, de ella cuelga un arco iris, como una escala al cielo imprevisible de Estocolmo.
El trayecto de vuelta lo pasamos en la pista de baile. Habíamos quedado en bailar “lo que nos echaran”. En algún momento perdí de vista a Carlota. Primero la busqué entre la gente, después me fui a la popa donde estaban los servicios, al final recorrí las tres plantas del barco, cada vez más nerviosa, sin dar con ella. Estaban tocando “Living la vida loca” de Ricky Martin y tenía ganas de abrirme las venas. Atracamos en el Skeppsbron cuando ya era noche cerrada. Esperé a que salieran todos, la tripulación también. Nadie la había visto ni sabía de ella. En el muelle reapareció Guido, lo que me devolvió la esperanza. Le dije que había perdido de vista a Carlota.
-Everything is O.K -dijo para tratar de tranquilizarme-. No te culpes a ti misma.
Me pidió que lo siguiera. Caminamos juntos hacia la isla de Söndermalm. Guido avanzaba con paso decidido como si supiera dónde encontrarla. Yo le hacía preguntas, luego reproches, pero él no me respondía, avanzaba cabizbajo. De vez en cuando me echaba un brazo sobre el hombro, para animarme. Yo lo esquivaba.
-¿Dónde vamos?
-Vamos a ver a Carlota. Ya te lo he dicho.
-¿Cómo sabes dónde está?
Guido hizo un signo afirmativo con la cabeza.
-¿Cómo ha hecho para salir del barco sin que la viera? ¿Por dónde se ha escapado?
¿Había saltado por la borda? No podía imaginar otra cosa. La idea me angustiaba. ¿A qué juego me estaban arrastrando entre los dos? ¿Qué querían de mí? ¿Debía desconfiar?
-No temas, sé dónde encontrarla -me dijo aspirando su vape.
Me imaginé que me llevaría a su casa. Lo seguí hasta la Katarina kyrka, en el barrio de los miradores que me había enseñado Carlota, de allí enfilamos hacia un parque. En mitad de la alameda, vi las tumbas. ¡En realidad, aquello es un cementerio! Empecé a desconfiar y a sentir un miedo paralizante.
-¿¿A dónde me llevas?? ¿¿Dónde está Carlota??
-Mira -respondió por fin Guido, alumbrando con la linterna del móvil una de las estelas funerarias.
Tenía grabado en letras rojas el nombre de Carlota Sáez Alegre y dos fechas: 1989-2015.
La tierra se me abrió bajo los pies. Me arrodillé junto a aquella tumba, incrédula, temblando.
-Carlota se arrojó de un barco y se ahogó en el Báltico -pronunció Guido con tristeza.
Sus palabras me cayeron como lluvia ácida. Ya no sabía dónde estaba, ni quién era yo ni cómo había llegado hasta aquel lugar. Cuando logré salir de mi estupefacción, me levanté como pude y me volví hacia Guido. Pero él también había desaparecido entre las sombras