-¿Cuál es tu relación con Carlota? ¿Eres su ex? ¿Su guardaespaldas?
-Lo segundo, más bien.
-¿Y por qué necesita un guardaespaldas?
Guido me mira con sorpresa.
-¿Para qué? Para velar por ella. Y por ti.
-Pero nosotras sabemos cuidarnos.
-Sí que sabéis -repite con sorna-, sobre todo cuando estáis juntas.
-Vaya, ¿habla el juez instructor? -le respondo, girando mi anillo cutre de desposada.
Viajamos sentados en la proa de un vaporetto, rumbo a la Fondamenta Nuove. Siento que todo me da vueltas.
-¿Carlota es peligrosa o está en peligro?
-Sería desconsiderado por mi parte hablar mal de tu mujer.
Muy tranquilizadora, esa respuesta.
-¿Es un alma en pena?
-Es un espíritu errante -matiza él, sin dejar de vapear.
Una nube de humo, como una aureola de santidad, envuelve su rostro mientras pronuncia esto último. Aprovecho para lanzar más preguntas:
-¿Y tú? ¿De dónde sales?
-Soy de Nubia, en Sudán.
-¿Vienes del Nilo?
Él asiente y su boca resplandece con un sonrisa de dientes blancos.
-De la frontera sur.
Es un tipo alto, barbudo, con el pelo cortado casi a cero. Una lineal pelada le atraviesa el cráneo como una diadema. ¿Alguna lobotomía? Debe tener unos treinta años, es de complexión corpulenta y esbelta a la vez, como tantos africanos. Además, viste con elegancia. La gente, en su mayoría féminas, se gira al verlo pasar. Me acompaña hasta la calle de mi hotel, en el barrio de Cannaregio, y antes de despedirnos, nos sentamos en una terraza y empezamos a vapear juntos, observando caer la tarde desde la fondamenta dei Mori. Me ha cedido uno de sus cigarrillos electrónicos con sabor a regaliz. Me siento agotada y a veces me sacude algún escalofrío.
-¿Y Carlota? ¿De dónde ha salido ella? ¿Es cierto lo que me dice?
-Tendrás que creerla.
-¿Es cierto que es mediterránea?
Guido asiente.
-Es fenicia.
-Dice que necesita mi ayuda, ¿cómo puedo ayudarla?
-No es tan fácil.
-¿Sabes dónde está ahora? ¿Por qué desaparece de esa forma?
Él niega con la cabeza.
-Ya aparecerá, no te preocupes.
-¿Por qué me sigue? ¿Y quién es la Comegente?
Mi interlocutor posa su copa vacía en la mesa y me echa un vistazo, antes de responder.
-La Comegente es la muerte. ¿No lo sabías?
Un nuevo escalofrío me recorre la columna cervical.
-Suena mexicano, la Comegente.
-México, Suecia, Italia… La muerte es la misma en cualquier parte. Antes o después, viene y te devora.
-Carlota me dijo algo así como que la culpa no la dejaba morir.
-Tiene cosas que resolver -asiente Guido.
Me refresco los labios con un sorbo de spritz, que me sabe a jarabe.
-Todo esto me suena a fábula. Os estáis quedando conmigo.
-La vida entera es un gran teatro -me responde, en actitud filosófica-. Mira a tu alrededor.
En la mesa de al lado, una pareja de turistas italianos se está poniendo las botas a base de birra y sarde in saor. Un grupo de turistas japoneses procedente de la casa del pintor Tiziano se aproxima por la fondamenta. Vienen todos enmascarados. En lo alto de una medianera, el graffitero Mc Bello nos ha dejado un mensaje: “I live, you follow rules!”. Y yo le respondo: “por supuesto, y tú también, aunque nada más sean las reglas de ortografía”. Pero esa frase se posa dentro de mi y empieza a reverberar en lo más profundo. “Yo vivo, tú sigues las reglas”. ¿Quién es yo? ¿Quién eres tú? Yo vivo, Mc Bello, tú sigues las reglas de ortografía y rebeldía básicas. Sujeto emisor e interlocutor. Los pronombres señalan pero están vacíos de significado… ¿Cuáles son las reglas?
Las cosas me parecen tan inquietantes que no puedo evitar preguntarme si todo esto que me está ocurriendo no es más que una proyección de mi mente. De mi mente deformándose. ¿Estaré colocada?
Guido, por ejemplo, quién es. Se limita a vapear y observarme en silencio, con cierta preocupación.
Carlota, la esfinge Carlota. ¿Fenicia? ¿Una fenicia viviendo en Suecia? En fin, no es tan raro, que Suecia está llena de inmigrantes de todo el Levante mediterráneo.
¡Y la Comegente en Venecia!
A veces, la lucidez se parece a caminar por un paisaje helado, completamente hostil. ¿El sol frío de la lucidez o la leche de los sueños? ¡Dualismos desfasados! Nonsense!
-Una vez soñé con alguien parecido a ti.
Guido sonríe, complacido.
-La cosa se pone interesante -responde.
-Fue hace años, en una época en la que andaba a la deriva (como ahora). Una tarde que andaba por un mercado de artesanos me compré un colgante, un escarabajo con jeroglíficos en el reverso. Más tarde supe que esos bichos representan el renacimiento, la inmortalidad o algo así, para los egipcios. A mi, me dejó fascinada. Y eso que odio los insectos. El caso es que, por influencia del escarabajo, esa noche tuve un sueño que aún recuerdo. Uno de esos sueños que nunca se te olvidan y que con el tiempo hasta te parecen experiencias reales.
-Cuéntame -le escucho decir a Guido-, no te quedes callada.
-Creo que me estoy enfermando.
Yo viajaba en un barco procedente de Chipre con destino a Egipto. Atracamos en el puerto de Alejandría. Tenía unas horas para visitar la ciudad. Me bajé y no tardé en perderme por aquellas calles, tan parecidas a las de cualquier ciudad mediterránea. A mediodía, rodeado de edificios polvorientos, encontré un mercadillo donde me vendieron un joyero de madera donde vivía un genio. Si lo abría y soplaba dentro, aparecería. Me lo llevé, intrigada, dudando en despertar al genio. Me imaginaba que sería una especie de bicho asqueroso, como un insecto palo. Supongo que por influencia del escarabajo. En cambio, apareció un genio que se presentó como Nao.
Me acuerdo de él como si lo tuviera delante. Era un tipo alto, cachas, simpático. Como tú. Se partía de risa cada vez que pronunciaba mal su nombre y sus dientes blancos contrastaban con su piel tan oscura. Se ofreció a enseñarme la ciudad. Lo seguí por calles sucias, sin encanto, hasta el portal de la casa de una mujer, no sé si era una periodista o una aristócrata. Una mujer poderosa. En la entrada de la casa había dos columnas y varias esculturas. Nao me dijo que podíamos entrar, pero yo le pedí que me llevara hasta el puerto. Tenía miedo de perder el barco de regreso y no quería quedarme en aquel lugar. Y fue justo lo que ocurrió, cuando llegamos, acababa de salir. Entonces, Nao me dijo que saltase al agua y que nadase detrás, que aún estaba a tiempo, y así hice, lanzarme vestida a la rada y nadar detrás del barco hasta que me vieron, me lanzaron un salvavidas y me repescaron.
Cuando estaba en la cubierta me di cuenta de que había perdido el joyero y que había mojado el móvil. Je, en aquella época aún no tenía móvil. Tuve ese sueño antes de tomar una decisión que iba a cambiar mi vida. No sé, supongo que me ayudó a escapar del peligro que me rodeaba. Y ahora, siento que ese peligro me está acechando de nuevo. Y no lo digo por el móvil. Me siento como si hubiera perdido otro móvil más importante…
-Aún conservo el escarabajo. De hecho, lo he llevado siempre conmigo -le digo sacándolo de mi monedero y mostrándoselo en la palma de la mano.
Es un escarabajo pelotero con las alas recogidas: ovalado, compacto y metálico, del tamaño de un altramuz.
-Deberías llevarlo puesto -dice Guido observándolo por ambas caras.
Guido me gusta porque, aunque es galante y complaciente, no tiene ninguna pretensión de ligar conmigo. De otra manera no le estaría confiando estas tonterías.
-Mi escarabajo de plata es en realidad un homenaje a El escarabajo de oro de Edgar A. Poe. ¿Sabes leer los jeroglíficos?
-No.
Guido se lleva las manos a la nuca y me tiende una cadena que llevaba puesta.
-Prueba a meterlo aquí. Si te sirve, acéptala, es un regalo.
-Gracias, pero no puedo.
-Es tuya -insiste él, insertando el colgante en ella.
Me ato la cadena al cuello: el escarabajo mirando hacia arriba, amuleto y cadena brillando iguales.
-Llevaban años buscándose -bromea Guido, mientras se levanta-. ¿Quién sabe? Cualquier día te conducen hasta un tesoro escondido.
-Muchas gracias -repito, estupefacta-. ¿Te marchas ya?
-Voy a buscar a Carlota.
-¿Puedo ir contigo? -al levantarme, siento que las cosas giran a mi alrededor.
-No, descansa -me dice Guido sujetándome por los hombros-. Ahora tienes que recuperarte. ¡Hasta la próxima!
-Pensaba irme pasado mañana.
-Quédate un poco más, el tiempo de volver a encontrarte con ella.
-¿Por qué tendría que hacerlo? ¡Es ella la que siempre escapa!
-Porque te has comprometido, por ejemplo.
Me quedaré, pienso mientras lo veo alejarse, porque si estoy incubando un virus no podré viajar. Tendré que aislarme en Venecia, aún más. En cuanto al “espíritu errante”, lo primero que le voy a pedir cuando la vea es que anulemos el compromiso, me digo para mis adentros, dándole vueltas a su anillo en mi índice izquierdo. Total, el matrimonio no está del todo consumado. Incluso podría pagarle con la misma moneda, lanzando su anillo de latón a la laguna, delante de sus narices. Pero temo sus represalias. En venganza, sería capaz de arrebatarme la documentación o la tarjeta de crédito. Entonces sí que estaría completamente perdida. En el fondo, pienso echándome a temblar, tengo miedo de Carlota.