Imaginad un mundo sin hombres. Sin padres, ni hermanos, ni hijos, ni amigos, ni sobrinos, ni novios para las heteros y bisexuales…nada. Sólo mujeres.
Un día, cuando nadie lo esperaba, sobrevino el cataclismo. Durante lo que se llamó la “Oleada”, la atmósfera se cubrió de un aire extraño, que curiosamente no afectaba a las personas con cromosoma X, pero sí al cromosoma Y. Todos los varones fueron muriendo sin remedio. Como los puestos de dirección y poder los ostentaban mayoritariamente ellos, pronto los cargos de responsabilidad y decisión quedaron vacantes. Fueron, por supuesto, reemplazados (lo que demuestra que hay suficientes mujeres sobradamente preparadas y con dotes de liderazgo como para dirigir el mundo entero).
Contra la tragedia nada pudo hacerse. A pesar de los ingentes esfuerzos científicos, de las investigaciones más avanzadas y urgentes, de la voluntad general de acabar con la plaga, no quedó ni una sola persona con cromosoma Y sobre la faz de la tierra. Los hombres se habían extinguido.
Esto conllevó una revolución a todos los niveles. La organización del mundo cambió radicalmente. Las mujeres llevaron las cosas de otro modo, la paz condujo a la prosperidad y a grandes avances tecnológicos. La religión y las ideologías también sufrieron enormes cambios. A la postre, resultaba evidente que la humanidad había dado un salto inmenso en su evolución. Hasta los viajes espaciales comenzaron a ser posibles.
Es más, incluso el gravísimo problema de la reproducción (evidente, al faltar el componente masculino) fue solventado. Una gran científica, la Dra. Boysen, descubrió cómo generar embriones a base sólo de material cromosómico XX. Así que las mujeres podían quedarse embarazadas y gestar niñas sin necesidad de contar con los hombres (que obviamente en aquellos momentos ya no podían cooperar en la operación).
Todo iba bien. Razonablemente bien.
Pero un día, de improviso, sucedió lo inesperado. Fue en la mismísima Trafalgar Square, en Londres. De repente, apareció un joven (sí, un joven de sexo masculino) errando por la plaza, totalmente desorientado y pidiendo ayuda. Las transeúntes lo tomaron por un androide averiado y alguien llamó a una patrulla, que intentó reprogramarlo sin éxito. Pero no podía ser reprogramado, porque era una persona, un humano de carne y hueso.
Ante un acontecimiento de tal magnitud, las reglas del juego del nuevo orden mundial nacido tras la extinción de los hombres probablemente se tambaleen. ¿Qué hacer, desde la ética y desde la práctica? ¿Suprimir al espécimen sin más, utilizarlo como objeto de estudio científico, tratarlo como un igual? ¿Cuáles serían las consecuencias de cada una de estas opciones? Existe también la posibilidad de que se trate de la avanzadilla de una invasión. Y eso significaría la guerra, concepto que hace mucho tiempo fue abolido y olvidado.
Inken Boysen (hija de la Dra. Boysen) se encuentra asistiendo al Congreso de Genética Humana Aplicada en Bruselas. La acompaña su esposa, Seiya. En efecto, como podéis adivinar fácilmente, en un mundo sin chicos, todas las parejas por fuerza tienen que ser de chicas. Pero el Congreso se interrumpe súbitamente, Inken es reclamada por las autoridades para hacerse cargo de la crisis. Necesitan a la mejor científica especialista posible para hacer frente a una situación tan alarmante e Inken cumple con todos los requisitos.
No va a ser fácil hacerse cargo de una investigación tan importante y de tal repercusión. Como tampoco lo es en esos momentos su matrimonio. A lo largo de la novela, teniendo como telón de fondo los hechos que acabamos de señalar, iremos viendo los problemas y evolución de la pareja formada por Inken y Seiya.
“Humanas” plantea hipótesis interesantes. ¿Qué sería de nuestro planeta si la mitad de la humanidad (los hombres) no existiera? ¿En qué cambiaría el mundo, tal como lo conocemos? ¿En qué cambiaríamos nosotras, las mujeres? ¿Cómo resolveríamos los nuevos dilemas éticos que sin duda surgirían? Está claro que en ese nuevo universo social y mental, las religiones sufrirían una mutación radical. Pero, ¿significaría que las nuevas creencias y filosofías serían más tolerantes e inclusivas o los elementos radicales seguirían existiendo y simplemente cambiarían de objetivos?
Resulta llamativo, por ejemplo, que en la novela ciertas grupos defiendan que los hombres puedan ser una amenaza grave para la sociedad y planteen su eliminación. Por otra parte, si los andreios (así llaman a los hombres) vuelven, incluso el tejido social -y afectivo- se vería afectado: pensemos que las mujeres heterosexuales y bisexuales siguen existiendo y obviamente las primeras prefieren estar con un humano de sexo masculino y las segundas pueden decidirse por esa opción. Así que muchas parejas actuales se romperían.
Estas son sólo unos cuantos ejemplos de todas las hipotéticas incertidumbres con las que se enfrenta la sociedad de “Humanas”. Como puede verse, son temas muy complejos y sugestivos sobre los que merece la pena hacer una reflexión.
La novela parte, como hemos visto, de una idea atractiva y su desarrollo es ágil, coherente y con buen ritmo narrativo. Si a esto añadimos que los personajes están bien trazados y que la acción avanza sin perder interés, podemos concluir que “Humanas” es una opción de lectura a tener muy en cuenta.
Que la disfrutéis, si os apetece.