Pasado el Knippelsbro, me detengo un instante en el muelle, junto a la estatua de un cíclope, para ver las luminarias de la ciudad reflejadas en el Gran Canal. A mi espalda he dejado la mole siniestra del Ministerio de Asuntos Exteriores, del otro lado destacan el cubo trapezoidal de la Black Diamond, con su granito negro procedente de Zimbabue, y el tejado verde agua de la Bolsa. En el muelle, una barcaza pintada de negro, con las luces encendidas, atrae mi atención. Llegar a Copenhague procedente de Venecia es como ingresar en una fiesta de halloween. Me reciben doña María Oscuridad, el señor Frío Creciente y los Árboles Desnudos… Apenas son las cinco y media de la tarde.

En la Strandgade, otro puente me lleva de regreso a la Wilders Plads, el barrio de Mirra. Como un vecino más, desafiando este aire frío y húmedo, un ciruelo cargado de hojas caducas amarillea bajo la luz de un farol. No se ve un alma en torno, aunque de vez en cuando pasan, silenciosas, algunas ciclistas.

Las amplias ventanas del vecindario, alumbradas con luces cálidas, le dan un aire acogedor, en contraste con la negrura del cielo y las calles vacías. En los escalones del embarcadero, frente a una antigua casona con la fachada entramada, veo acicalarse dos patos. A distancia, los observo frotarse y refregarse hasta que al cabo recogen las patas, se posan y doblan el cuello moteado de un verde brillante, listos para echar un sueño.

A ambos lados del canal, ocupados con embarcaciones recreativas y un barco restaurante, algunas terrazas demandan compañía. De repente, pasa navegando un bote llamado “Oh, captain!” con tres personas a bordo, compartiendo una botella de vino. Un poco más adelante, vuelvo a ver la pequeña urbanización moderna y funcional, con bloques de viviendas de cuatro alturas, de mi querida Mirra. La idea de volver a encontrarla en su estudio, pasar toda la noche en su compañía, me llena de alegría y regocijo.

Avanzo por una privat omräde que conduce a un jardín con mesas y bancos sobre el Gran Canal. Suenan las voces de algunos niños, sin embargo el jardín, con sus árboles podados y sus parterres con macetas y plantas aromáticas, permanece completamente vacío. Más allá de unos edificios en forma de sombreros de bruja, asoma el inmenso tejado en forma de pagoda de la Ópera.

-Oh, ma puce! ¡Cómo me alegro de verte! -me saluda Mirra, dándome un abrazo.

Me ha abierto la puerta del apartamento envuelta en un albornoz rosa.

Por encima de su hombro, en la cama deshecha, donde yo esperaba holgar con ella, una joven semidesnuda y de aspecto esquimal, me observa con curiosidad.

-Pasa, pasa… Te presento a Else Lotte, una compañera de la universidad -me dice en inglés, mientras me saca el abrigo.

-Nice to meet you -dice ella incorporándose y tendiéndome una mano.

-El placer es mío -le respondo, estupefacta.

Else Lotte es de factura media, tersa y redondita como una estatua de Buda. Su sonrisa, tan cálida como su mano, me dejan estólida.

-¿Quieres un té? ¡Estás helada! -dice Mirra frotándome las manos-. Pareces muy cansada, ¿estás bien? -añade fijándose en las aletas de mi nariz, enrojecidas y peladas.

Comme ci, comme ça…. Tal vez llego en mal momento.

-No, no, en absoluto. Íbamos a hacer fika, Else y yo. Ponte cómoda, por favor -dice mientras saca unas tazas de los armarios y pone a calentar la kettle.

Mientras se viste, Mirra empieza a explicarme que Else es de origen groenlandés y que trabaja en una tesis sobre identidad y descolonización en la literatura danesa de la primera mitad del siglo XX.

-Trabaja en la Casa Nordatlántica, un centro cultural ubicado en ese mismo barrio. No te la pierdas, ahora mismo tienen una exposición, ¿cómo se llama?

-Atlantikumi, “lo que hay en el Atlántico” -explica la groenlandesa-. La Nordatlantes Brygge es un centro de difusión de la cultura de Islandia, Groenlandia y las islas Feroé.

-Voilà! Es una muestra sobre el océano, con tres artistas que quieren poner el foco sobre la emergencia ambiental y la memoria de la colonización.

Yo me desplomo en un puf, junto a la cama, a escucharlas. Entretanto, vuelvo a recorrer con la mirada los detalles de este estudio donde compartí tan buenos momentos con Mirra, en plena canícula: las euphorbias de las ventanas, el aroma a canela y cardamomo que flota en todo el apartamento, la fotografía de Jeannette Ehlers junto a la ventana… Recuerdos traicionados, ahora que pienso en lo que vino justo después, cuando me habló de Monsieur Moustache o en este mismo instante en que descubro otra amante en su cama. No es que me importe que Mirra sea poliamorosa, lo que me duele es su oportunismo, o tal vez su falta de sinceridad.

-Dinamarca colonizó Groenlandia en el siglo XVIII -continua Else, en inglés, cubriéndose con una camisa de seda blanca que deja traslucir sus grandes pezones y poniéndose unas calzas rojas-. Y aunque sigue formando parte de la corona danesa, el país es autónomo desde 1979.

A continuación, se levanta y se dirige a su bolso, aparcado en un rincón, de donde saca un paquete que deja sobre la mesa bajita, a mi lado. Al abrirlo, me tiende un skon, una especie de bollo con pepitas de chocolate. Mirra se acerca con las tazas y sirve su aromático thé à la mente. Me resulta imposible comer y beber, simulando normalidad, pero mastico e ingurgito hasta empujar y pasar la pelota de masa que me llena la boca. Mis compañeras comen y beben, conscientes de mi incomodidad, tratando de animar la conversación.

-¿Segura que estás bien? -vuelve a interrogarme Mirra en francés.

Yo le respondo con evasivas, sin levantar los ojos de mi taza. Soy como un diapasón de ondas demasiado intensas en este espacio tan recogido.

-Tenía muchas ganas de que os conocierais, Else y tú -añade ella, mirándonos con los ojos brillantes-. A las dos os gustan tanto la literatura y los viajes… Tenéis muchas cosas en común, ya verás -dice dirigiéndose a mi-. En diez minutos, voy a dejaros porque tengo una cita con mi peluquera -añade levantándose y poniéndose sobre la blusa un jersey de lana blanco.

-Qué bonito jersey -le digo, tratando de disimular mi disgusto.

-Es lana de las ovejas de las islas Feroé. Regalo de Else -añade, acariciándolo.

-Hay setenta mil ovejas en el archipiélago -informa Else-. Más que personas…

No aguanto más. Como movida por un resorte, me pongo también de pie.

-No, quédate -dice sacando un abrigo del armario de pared-. Yo vuelvo en un rato. Vamos a cenar juntas.

-Déjame acompañarte -insisto.

Mirra me da varios besos largos en el portal, antes de despedirme.

-¿Qué ha pasado con Carlota?

-Nos hemos casado.

-Ah, la vache! ¿Y está aquí?

-Sí.

Ella me lanza un mirada inquisitiva, mientras trato de retenerla a duras penas. Me resulta muy triste y patético pensar que es la última vez que estamos juntas. Las dos lo sabemos y evitamos mirarnos a los ojos. Optamos por seguir besándonos. Me concentro en su mandíbula, justo en ese lugar donde nace la oreja, sintiendo sus pómulos prominentes contra los míos y su cuerpo atlético.

-¿Sabes cómo se llama lo que te pasa? -dice retirándose.

-¿Lo que me pasa?

-¡Lo que te pasa con Carlota! Tienes el síndrome de Estocolmo.

-Allí fue donde nos conocimos, sí.

-Deberías acudir a un profesional, ma chérie. Si quieres, puedo pasarte algún contacto de maestros y pitonisas que hacen consulta on line. En serio, Lola… Estás en peligro, te has metido en una relación tóxica que puede acabar muy mal.

Iba a responderle, pero la cabeza me da vueltas. Demasiada tensión y frustración concentradas. Suspiro con agobio, sintiendo un picor en los ojos.

-Sigues sin móvil, ¿verdad? Te voy a prestar uno.

-Por ahora, voy a tratar de aguantar así.

-¿Y cómo vamos a hacer para comunicarnos?

Yo chasco los labios, negando con la cabeza. Me siento asfalto en un circuito de fórmula uno. Para compensar este disgusto, trato de pensar en videntes y pitonisas, pero sólo conozco al Maestro Sidi, el del folleto, especialista y competente en el amor. Le ayuda a resolver sus problemas por difíciles que sean: recuperar pareja, atraer a la persona querida de inmediato, negocios, trabajo, suerte, depresión, salud, impotencia sexual, mal de ojo…

-Tengo que irme ya -me dice Mirra.

Amarres fuertes, quitar sufrimientos, limpiezas, quitar todas las brujerías. El maestro arregla casos muy desesperados con rapidez y eficacia, resultados 100 % garantizados. Máxima discreción…

-Es raro verte vestida de zapatillas de gore tex y con un plumas -le digo, a modo de despedida.

-Ya ves, aquí es otoño sin retorno. No se puede andar en furlane.

Y así, enfundada en su abrigo y con su bolso rosa a la espalda, la veo alejarse por la calle, con la torre de la Christians kyrke al fondo. Y esa imagen se mezcla y se funde, como en medio de un aguacero, con las de la taberna Albamagic, entre los convives de la Biennale, cuando me decía que yo era como su dosis de refuerzo. Lo que parecía sincero, no era más que pompa y circunstancia, me repito mientras me dejo empapar por la amargura y la tristeza. ¿Qué voy a hacer con lo que hemos vivido en Torino, Como, Milán, Verona, Padua, Trieste…?

En lugar de volver a su apartamento con Else Lotte, tomo la dirección contraria. A los pocos metros se vuelve a juntar a mi sombra la de Carlota. Camino yo y ella camina a mi paso. Me detengo, indecisa, y ella se detiene