Besarse es estar ebrios sin haber bebido… Dicho popular egipcio.

-Me siento decepcionada porque la situación que me he encontrado en casa de Mirra me recuerda lo que me espera en Suecia…

Agarrada de mi brazo, Carlota se detiene para observarme.

-¿Por?
-Mirra tenía otra amante en su estudio. Como Lady Chor.
-Entonces, lo de Mirra ha sido un preparativo -comenta, arrancando de nuevo a andar.

Yo me arrebujo en el abrigo y evito su mirada.

-Es lo mejor que podía pasarte -continúa ella-. Ahora estás lista para encontrarte con Lady Chor… Espero que no repitas el mismo error, que no salgas corriendo.
-¡Yo no he salido corriendo!
-Siempre lo haces. En cuanto las cosas se complican, te piras.
-¡Mira quién fue a hablar! ¿Qué sabes tú?
-Yo lo veo todo, mi amor. Soy omnisciente… Privilegios del Más Allá, ¿entiendes? Yo estoy “más allá” de todas estas movidas vuestras, créeme, ¡te puedo aconsejar! Podías haberte quedado con Mirra y su chica, pero no, te has largado. ¿Por qué? ¿Tú no quieres a Mirra? ¡Tenías que fluir con la situación!
-¡Qué se yo!
-Ése es el problema, querida mía, que no sabes lo que quieres. Vas dando tumbos por ahí, como gallina sin cabeza.
-¡Qué tía! -resoplo con impaciencia.

Por toda respuesta, me aprieta más el brazo.

-¿Qué se siente al vivir los cuarenta? -inquiere, esta vez con falsa voz aterciopelada-. Nel mezzo del cammin…? Te lo pregunto yo, que no llegué a los treinta…

Yo me detengo, confusa, y le doy un abrazo, hasta que se pase la emotividad. Estoy muy contenta de pasear con Carlota en este momento. Sus abrazos me alivian este escozor que siento dentro del pecho.

-No lo sé… Me siento como del club del Tercer Sexo -le suelto, mientras le beso la sien y le acaricio las mejillas, que son como dos manzanas blancas.
-¿El club del Tercer Sexo? ¿Y eso qué es? -pregunta, muerta de risa.
-El club de quienes salimos del mercado… -contesto, satisfecha de verla risueña-. Aparecen las canas, te engorda la cintura y, poco a poco, te vuelves invisible. Es también la edad en que sueles perder a tus padres e incluso a esos amigos que se van antes de tiempo. En definitiva, es como si la vida dejase de tener sex-appeal.
-Dicen que con la menopausia desaparece la libido -añade ella, conduciéndome hacia Overgaden Neden Vandet.
-Genial, ¿verdad?

Seguimos caminando por el muelle hasta el Snorrebro, en dirección Vor Frelsers Kirke, la iglesia de San Salvador, con su cúpula inconfundible, formada por una escalinata exterior que recuerda a los grabados de Escher.

-¿Es eso, la crisis de la mediana edad? Pero tú no te vas a hacer operaciones plásticas, ni ponerte bótox, ni comer ácido hialurónico, ¿verdad?
-Por supuesto. ¿Para qué?

Carlota me mira como si no se fiara de lo que le digo.

-Nunca he sido guapa, ¡no hay nada que hacer!
-Yo siempre estaba en crisis -me responde-. Si miro atrás, mi vida me parece un campo de minas. Supongo que por eso me fui antes de tiempo… Con el club de los suicidas.
-Y si volvieras a empezar… ¿Qué harías?
-No tiene sentido hablar de las cosas imposibles.
-Entonces, ¿estás arrepentida?

Carlota afirma con la cabeza.

-Además, lo mío no fue del todo voluntario… De hecho, fue un accidente. Mezclé demasiadas cosas, antidepresivos, ansiolíticos y anti-psicóticos con alcohol… Mi corazón no lo resistió. Mi vida era como un deporte de alto riesgo.

Como Amy Winehouse y tantas estrellas, pienso yo, agobiada por los últimos datos.

-Y ¿cómo es estar muerta? ¿Qué se siente?

A Carlota le cambia la cara con esta pregunta. Me mira como si la hubiera ofendido.

-Hay cosas de las que prefiero no hablar -responde mirándome fijamente, como una advertencia-. Mira -añade, cambiando de tono-, te voy a llevar al club del Tercer Sexo de Copenhague, ¿sabías que aquí tienen su ciudad? Es la comuna de Christiania. Ya verás… Te vas a sentir como pez en el agua.
-¿Guido también está muerto?
-Pregúntale a él -responde a la defensiva.
-Pero, ¿por qué siempre rehuyes mis preguntas?
-¡Porque no puedes entender! -responde, atravesándome con la mirada.
-¿Y cómo se lleva el matrimonio postmortem?

Carlota se gira de nuevo hacia mi y suelta una carcajada.

-Divinamente -responde, más distendida, mientras me vuelve a agarrar de la mano-. Vamos a fumar unos petas y a beber cerveza, ¿vale? Christiania tiene su aquel. Se fundó en los años setenta, las familias querían más parques y lugares de encuentro para sus hijos. Okuparon los terrenos de un cuartel militar, unas 34 hectáreas en total. Así nació este barrio anarco-hippy.

Las fachadas de ladrillo recubiertas de graffitis, la parca iluminación, el arbolado y las matas salvajes se parecen a un escenario distópico, intimidante. Carlota se mueve a paso rápido entre estos viejos almacenes reconvertidos en chiringuitos y fábricas de bicicletas, como quien sabe perfectamente adónde va. Cruzamos una serie de barracones cubiertos de pinturas, con un centenar de bicicletas encadenadas, entre trastos múltiples y parterres con plantas de marihuana. En la oscuridad, la escultura en madera de un gigante, sentado con las piernas cruzadas, parece producto de una alucinación. Más allá vemos un galpón convertido en club de Jazz y poco después, un café llamado Woodstock. De camino nos cruzamos a unos pocos tipos, a pie o en bicicleta. La mayoría con barba y pelo largo blancos.

-Más que el club del Tercer Sexo, me traes al club de la Tercera Edad.

Carlota sonríe y asoman sus dientes pequeños.

-Lástima que la sauna esté cerrada -comenta, como para si misma-, si no iríamos directamente allí.

Por la ventana de un edificio pintarrajeado asoma un esqueleto con una pancarta bajo las costillas que dice: “Still waiting for legalization of cannabis…” En uno de los lados sobresale una vieja moto con sidecar.

-Hemos llegado -anuncia Carlota.

En la puerta de la Casa de la Cerveza, la Christiania Bryghus (todo lleva el nombre de la ciudad libre), varios fumadores nos hacen un estudio facial digno de radar. Saludamos antes de entrar.

El lugar, para mi sorpresa, está bastante concurrido. La luz cálida de la nave junto con el rumor de las conversaciones contrastan con el exterior. Carlota se acerca a la barra a saludar a Carlo, el barman. Se dan un pico como si se conocieran de toda la vida y a continuación hace las presentaciones. Carlo, escrutándome, me tiende una mano y aprieta la mía afectuosamente. Da la impresión de que, en un vistazo, sabe más sobre mi misma que yo. Carlota le pide un par de “Milky Way Ipa” y vamos a sentarnos a una mesa corrida, diseñada con palés, en compañía de una gente de lo más expansivo, de aspecto y rangos de edad diversos. El único denominador común, la nariz y las mejillas enrojecidas de bebedores profesionales. Tras la “Milky Way” vendrán una “Train Wreck”, una “Regular Pilsner” y una “Bombay”. Después, ya no recuerdo. Sé que mientras bailábamos apareció por allí Guido. Me repitió varias veces algo que parecía importante, o urgente, para asegurarse de que no lo olvidara, sin embargo no he podido retenerlo. Por más que trato de acordarme, no consigo desentrañar de qué se trataba. La verdad, no sé si todo esto ocurrió de verdad o si fue un sueño. Carlota y yo acabamos durmiendo en un barracón comunitario, arropadas por una buena borrachera.