Las diferentes estaciones que conforman una relación tienen un tiempo de vida y unos códigos propios. Algunas son difusas, como el paso del enamoramiento a la estabilidad y la madurez, pero otras como la seducción o el propio final se mueven en terrenos pantanosos: un paso en falso y la relación comienza a resquebrajarse o a tejerse por completo. Pasar de lo desconocido a lo íntimo y viceversa.
Si hay una fase que constituye la pura incertidumbre, esa es la seducción: hace falta saber vivir en el alambre. Qué digo vivir, es necesario disfrutar mientras caminas con las puntas de los dedos mirando al frente y olvidándote del vacío. Pero no todo el mundo se mueve bien ahí, en tierra de nadie. Hay gente a la que le gusta tenerlo todo atado e ir sobreseguro. Sara Torres no es una de ellas. No contiene spoilers.
Si me permitís la analogía culinaria, la seducción es algo así como un guiso a fuego lento en crockpot. Puedes hacer el mismo plato en una olla express, pero los matices que da el ir poco a poco hacen que luego sepa mejor. Es cierto que ambos casos obtendrás lo mismo y también en los dos escenarios hay riesgos: te la juegas a que todo se pase de cocción porque, elijas lo que elijas, al final tienes que saber en qué momento todo está en su punto.
Como narra la sinopsis oficial de la obra, estamos ante una novela sobre la distancia, el deseo y la fantasía, tres terrenos sobre los que se mueve la seducción y que tiene a dos mujeres como protagonistas. A un lado, una escritora de éxito que vive la calma de la madurez, el vivir lentamente deleitándose por el camino. Al otro, una joven fotógrafa que se desplaza hasta una masía catalana para tomar unas fotografías para su próximo libro.
Lo que en un principio parece una oportunidad para estrechar lazos bajo el pretexto de un encargo profesional, se vuelve un juego del gato y el ratón sutil donde la expectación y silencios desatan inseguridades y desbocan la imaginación. La fina línea entre esperar y desesperar.
La seducción es en realidad una espera donde las participantes deciden o no pisar el acelerador y jugársela o vivir interpretando señales ad eternum.
La autora se mueve igualmente intercambiando la suavidad y la calma propia de estar una soleada mañana de mayo leyendo sentada en un banco con la intensidad de los traumas enquistados y lo visceral del encuentro. Porque sí, Sara Torres sí que sabe cuándo acelerar y cuándo ir de paseo con su prosa.
En cualquier caso, la sensación de intimidad es constante y como lectora impaciente, confieso que yo sí he devorado el libro para saciar la curiosidad, para desbocar lo que parece irremediable que ocurra. Si ya es una novela relativamente corta y con una sinopsis de lo más interesante, ese halo no hace sino agilizar la lectura de principio a fin. En pocas palabras, una magnífica lectura ágil para devorar este verano y hacerte pensar. Al concluir la última página, una idea cruzaba mi mente: a veces la espera se saborea más que el objetivo en sí mismo, ¿sería capaz de vivir una seducción así?