relatos lésbicos

A veces las palabras es música, las escuchas, las sientes y no hay nada que decir, sólo dejarse llevar. Sobre todo esas palabras que bailan una confesión que esperan por un maldito invento de un idioma en el que, ese esfuerzo de dar forma a lo informe, lo remplace acercarme y besar su frente… con una lentitud tan sobrenatural, como las ganas de sujetar su brazo antes de que se aleje…arriesgándolo todo por atraerla, abrazarla sin aviso… y sostenerla entre mis sentimientos hasta que el tiempo se canse de pasar.

Y ya llega, hoy toca escuchar con la calma que se merece y mis sentidos en todo lo suyo, cómo habla de su soledad con mis pupilas clavadas en sus ojos… limpiando sus lágrimas con la sombra de las mías…y……te quedas esperando el segundo asalto. Gano su tiempo empleando el mío, con la devoción que me despierta cada célula de mi piel, intentando su sonrisa. Hasta que, de pronto llega con luz en su rostro y me habla de cómo alguien al fin supo que existía porque la miró de reojo….. sí, y yo, encajando ese estúpido segundo asalto. Esperando que esta vez me golpee tan bien que mi tristeza se rompa en agujas que crean ante mí, de una vez, el hielo que ella siempre tuvo ante sí misma….al mirarme… Sólo conmigo.

Esa nube de polvo que no le deja ver que dependo de sus manos, de sus piezas rotas, de sus sonrisas, de todo lo que siento tras lo que le veo en los reflejos de su mismísima alma. Tras la cual no puedo dejar de sentirnos separadas, pero siempre juntas, solas, pero siempre acompañadas.

Tú, me atraes como si fuera comprensible que el centro de dos puntos opuestos fueran el centro de una en la otra”. Pienso, acomodando sus golpes hacia un lugar en donde mueran en silencio.

No miento si digo que es ella, pero miento al no decirlo…. la mujer de mujeres, los besos, sus sonrisas, sus tristezas, sus gestos tan suyos, la que me vuelve tan loca como para creer que puedo ser digna de que me rompa en pedazos cada vez que ve en mí quien no soy, hasta encajar los envistes que se clavan en las heridas de mis heridas. Quizás si no viera tan claro tras este cristal a una de esas verdades inconcretas que tropiezan y se levantan para volver a empezar en vez de disimular no haber tropezado, todo hubiera valido, pero no ve en mí a quien caía con ella sujetando su mano, dispuesta a sostener toda ella con las yemas de mis dedos en acantilados afilados que me rompen y me rehacen a la vez.

Consecuente con sus emociones, una loca de sus pasiones, un ángel que a veces se deja caer para enredarse conmigo en algún lugar de un mundo sin nombre que hicimos para las dos….Un mundo donde sufro con claridad casi mortal, toda su ceguera.

Y dimito mi corazón entre los pecados mortales de sentirla, en cientos de pasiones envueltas en sábanas de aire.

Debe de ser amor, si me da celos del aire que mueve su pelo, y pese a mí misma, me iría al fin del mundo si dejándola en el otro extremo fuera más feliz

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Te tengo, sujeto tu mano, no pregunto a donde ir, es inútil si mi camino lo encuentro en tus ojos, y tu huella en la almohada tiene forma de complicarme la vida y aún así lo quiero contigo.

Pero sospecho lo que tú, dónde quiera que estés cuando parece que me miras, ya debieras saber; lo has hecho….ganas tú, has ganado todos mis asaltos, lo has hecho tan bien, que ya aprendí que no importa lo firme que corra por este camino, si es el equivocado. Que tomar tus manos ya es como acariciar cristales rotos que se me clavan dentro de mi silencio.

No quieres romper ese muro que no distingues a tu alrededor, viéndolo tan lleno de grafitis de sonrisas de colores que el tiempo va decolorando bajo la mirada de los que van de paso. Disfrutas en ese mundo en el que me intuyes, en el que me acudes…sin verme, sin aventurarte en mí.

Y ahora, que ya no te miro al hablarme, ni sonreímos al amanecer, ni mis oídos escuchan tus tristezas, sino que las siento desde la clandestinidad de los dos abismos que nos separa, te preguntas cómo teniendo todo tras lo que corriste, te sientes con ese espacio inundado de un vacío que temes porque no sabes traducir.

Entiendes, sincera, que debieras ser feliz, pero en la soledad aterradora de tu silencio, te lo repites hasta convencerte… alguna vez llorando.