Esta semana me puse como tarea ver Pray Away (Reza y dejarás de ser gay) en Netflix. Lo tenía ojeado desde principios de mes, pero digamos que necesito tener un humor especial para ver esta clase de documentales y por eso no me había decidido.
Pray Away es un documental que nos habla de las terapias de conversión para dejar de ser homosexual. Un tema que no es precisamente agradable, pero sobre el que es muy importante informarse. Así que me puse la piel dura y me lance a conocer a los protagonistas del documental. Mujeres y hombres homosexuales que, en su momento fueron líderes del movimiento y que ahora están arrepentidos del daño que causaron. Más un activista cuyo nombre no voy a incluir para no darle más bombo que se considera a si mismo «ex transexual» y que sigue trabajando en este tipo de terapias.
Tengo que admitir que, los cinco primeros minutos del documental me desconcertaron totalmente. No había visto el tráiler de Pray Away, así que supuse de primera mano que sería la experiencia de personas que habían sufrido este tipo de terapias. Pero nunca pensé que los protagonistas serían la cara visible de Exodus International, uno de los grupos cristianos más grandes del movimiento ex-gay.
El documental nos cuenta como en 1970, cinco hombres homosexuales comenzaron un grupo de estudio en la iglesia evangélica para intentar ayudarse mutuamente a dejar «el estilo de vida homosexual». El grupo comenzó a crecer de manera exponencial porque resultó que en todas las iglesias había gente homosexual que quería ayuda y decidieron formar Exodus International.
Pero mientras de cara al público hablaban sobre cómo era posible deshacerte de tus «inclinaciones homosexuales» si te apoyabas en tu fe, todos batallaban por dentro porque sabían que era algo que no era real, pero tenían que esconder esas luchas porque si no, no eran buenos cristianos.
Gente como Julie Rodgers, que a los 17 años el confesó a su madre que creía que era lesbiana y terminó en un centro de conversión llamado Living Hope. Julie pasó toda su adolescencia en la terapia y terminó por convertirse en una de las personas que constantemente hacia testimonios sobre cómo había dejado su lesbianismo atrás. Pero a medida que vemos el documental nos enteramos de que mientras intentaba ser una buena cristiana y adecuarse a lo que se esperaba de ella, se quemaba (literalmente) a si misma con monedas calientes porque no podía deshacerse de su homosexualidad.
A mi este documental me trajo muchos sentimientos encontrados. Por un lado porque no puedo evitar sentir mucha lástima y tristeza por estas personas que están obviamente arrepentidas de todo lo que hicieron en su momento. Pero por el otro me hierve la sangre porque sé que su dolor, no se compara con el de las miles de personas que afectaron. O a las que siguen haciéndoles daño con sus creencias.
Como cuando en el documental vemos a una madre llamarle a el «ex transexual» diciéndole que su hija no le habla y está dudando. Y él le aconseja no ceder porque su fe es más importante y está llevando a su hija por el buen camino. O como cuando vemos a Ivette Cantú en programas de televisión hablando en contra del matrimonio igualitario cuando estaban luchando para que se prohibiera mediante la proposición 8.
Ya les digo que, en un primer momento mi sensación fue de total rechazo. De decir, no me interesa saber nada de esta clase de personas. Pero a medida que vi el documental confieso que pude ser más empática con sus situaciones. Al final de los días son mujeres y hombres homosexuales a los que su entorno les enseñó a odiarse a sí mismo.
A veces me pregunto si esa clase de persona podría haber sido yo… Como les he contado en otras ocasiones, yo me crie en una comunidad católica. Asistí a un colegio religioso solo para mujeres y durante un tiempo fui catequista y me fui de misiones.
Pero además, cuando salí del armario también me mandaron a un grupo religioso. Era algo mucho más benigno que lo que se ve en documental. Por ejemplo, el sacerdote les dijo a mis padres que no debían rechazarme por ser lesbiana y que teníamos que trabajar juntos. Pero siempre me acordaré de la última reunión a la que fui. Nos sentamos en un círculo, rezamos una oración y comenzamos a debatir sobre como vivir dentro del cristianismo siendo homosexuales.
El sacerdote dijo que la única manera era ser homosexuales pero no actuar como tales. Porque el pecado está en la acción, así que si llevas una vida célibe estás dentro de las leyes de Dios (algo que por cierto, también mencionan en el documental). Ahí empezó el debate, porque yo siempre pensé que Dios nos quiere ver felices a todos y buscaba lo mejor para nosotros. Así que, ¿Por qué Dios iba a crear a una persona para hacerla infeliz? ¿Por qué no iba a querer que yo tuviera una familia y me condenaba a estar sola toda mi vida?
No les voy a contar todo el debate, solo les diré que terminé llorando. Lloré muchísimo, porque me di cuenta de que ya no podía estar en la iglesia y ese espacio era importante para mi. Decidí que jamás volvería a dar catequesis porque no iba a enseñarle a los niños algo en lo que no creía y en general me sentí muy traicionada por la iglesia. Básicamente porque no podía ser hipócrita y fingir. Nunca volví a ir al grupo y a partir de ese momento tuve una relación extraña con la iglesia y con Dios.
Por un lado no puedo evitar que, cuando alguien me pregunta cómo estoy, responderle: «Bien, gracias a Dios» y rezar cuando estoy desesperada o necesito paz. Y por otro resiento muchísimo haber tenido que estar sola el día de mi boda, porque nadie de mi familia quiso asistir y en gran medida fue por lo que la religión les había inculcado.
Así que Pray Away me removió muchas cosas, por eso les recomiendo verlo. Porque es un testimonio del daño y la desolación que pueden causar este tipo de ideas. Pero sobre todo, nos enseña por qué es importante posicionarnos en contra de las terapias de conversión con toda la fuerza posible.