Querido diario, hace unos años tuve que aceptar la realidad de mi vida: Soy una patosa. Lo negaré en público tantas veces como sea necesario, pero aquí en la privacidad de mis letras no me queda otro remedio que aceptarlo.

Creo que el momento clave en el que decidí dejar de negarlo ocurrió una nublada tarde a mediados de los noventas. En ese entonces estaba en el equipo de volleyball de la escuela y en plenos entrenamientos para el campeonato. Así que le di un trago a mi bebida y salí corriendo a seguir con lo mio. El caso es que al final nuestra entrenadora siempre nos daba una charla sobre lo que teníamos que mejorar y mientras escuchaba sus instrucciones cogí mi bebida y le di un trago.

Lo siguiente que supe fue tenía un horrible dolor en la lengua y algo extraño y misterioso se movía dentro de mi boca. Así que mientras escupía una abeja y me quitaba el aguijón no pude sino llorar de la risa mientras pensaba que esa es la clase de cosas que solo me suceden a mi. Y la verdad es que me suceden muy seguido.

Hace un año en mis vacaciones en México, estaba yo con mis hermanas, mi sobrina, Eidel y Cris en la presa pasando un buen rato. El caso es que nos entró la locura de subir una pared y resbalarnos. Desde que me robaron mi bicicleta el ejercicio que estoy haciendo es prácticamente nulo, así que yo sabía que no iba a subir ni medio metro.

En fin que justo antes de mí le toco a Sergio (mi cuñado) que al bajar se quemó las manos con el cemento. Así que cuando me toco mi turno corrí hacia la pared y subí lo más que pude pero di tan solo como 3 pasos así que estaba segura de que estaba cuando mucho a 20 centímetros del piso LOL. Y en ese medio segundo en el que uno piensa mil cosas pensé que no me apetecía quemarme yo también las manos y que lo mejor sería saltar. Así que me impulsé hacia atrás y mientras me giraba para apoyar el pie y lo siguiente que vi es que estaba como dos metros (o por lo menos eso parecía desde arriba) por encima del piso y que me precipitaba al vacío LOL. Digamos que me lleve una piedra de recuerdo en la mano. Eso sí, las risas nos duran hasta ahora.

En fin que si algo debe sucederle a alguien, inevitablemente que me pasa a mi, mi padre que siempre me ha querido mucho y no quería que muriera de contusiones craneales múltiples, tuvo que poner una especie de bola de goma en una esquina de nuestra tienda porque mi cabeza siempre terminaba estrellada en ella.

En fin que yo pensaba que con el paso de los años seguramente se me pasaría, pero a uno de cumplir 30 me da a mi que no. Me sigo pegando con la esquina del sillón cama todos los días de mi vida.