Luego de los Oscar y de ver a la Santa Trinidad de Amy Poehler, Tina Fey y Maya Rudolph en el escenario recordar a los espectadores que ellas no eran las anfitrionas ese año, me puse a pensar en esa polémica. Como saben Kevin Hart había sido originalmente seleccionado para llevar la ceremonia, pero cuando resurgieron unos viejos tuits con tintes espantosamente homofóbicos, la Academia decidió mejor no dejarlo al frente de la ceremonia de premiación más importante de la industria del espectáculo.

Y sí, podemos argumentar por horas que la gente crece y se supera y mejora. Que todos hemos hecho y dicho cosas horribles, lo importante es aprender de nuestros errores y mejorar, día a día. Porque es una batalla diaria, especialmente cuando se trata de comprender comunidades de la que no formamos parte. El problema está en cómo reaccionamos cuando se nos señala alguna falta de este tipo.

Los famosos y las metidas de pata

Vía irishtechnews.ie

Como el resto de los mortales, los famosos también caen en las garras de los errores inmortales que encuentran la eternidad en internet. Algunas metidas de pata son divertidas, otras son un poco más serias, pero al final lo que nos queda es cómo reaccionan los involucrados a estos errores. Porque al final no se trata de no equivocarse, sino de aprender a corregirse.

Y, volviendo al caso de Hart, es ahí donde está el problema. Porque el comediante no sólo se negó a borrar los tuits, que francamente es lo de menos, sino que se negó a reconocer que se tratara de un error lanzar “chistes” homofóbicos. Permítanme aclarar que esto no es una promoción a la censura, de ningún tipo. Pero tienen que haber consecuencias cuando uno mete la pata.

No podemos pretender que sólo porque se trataba de un chiste o porque se hizo sin mala intención es admisible. Lo importante de este tipo de situaciones es la oportunidad de aprender y mejorar como personas. Porque para hacer humor no hace falta humillar u ofender a nadie. Especialmente a grupos marginados, perseguidos y segregados.

La comedia nació como una herramienta para la libertad de expresión en favor de la justicia. De la mano de Aristófanes, quien dijo “Soy comediante, así que hablaré sobre justicia, sin importar cuán duro sea para tus oídos”. El problema, parece ser, es que hay gente que confunde el lenguaje de odio con la libertad de expresión. Y si hace falta lo aclaramos de una vez: no es lo mismo.

¿Qué tiene que ver Ellen?

De nuevo me permito tomarme un momento para aclarar que no estoy escribiendo un manifiesto contra Ellen DeGeneres, de quien soy fan de toda la vida, y que es universalmente reconocida como la cara de la amabilidad. No estoy pretendiendo poner nada de esto en duda. Pero me pregunto si tal vez perdió un poco de contacto con la gente.

Su triunfal regreso al stand-up comedy fue de la mano de un especial titulado Relatable. La palabra en sí no tiene traducción directa en castellano, pero significa algo así como alguien con quien uno se puede identificar fácilmente. Alguien accesible. Y, entre las risas, no pude evitar preguntarme si Ellen sigue siendo, realmente, relatable.

Me refiero a que Ellen es una mujer blanca, lesbiana sí, pero con gran poder. Y no quiero decir exclusivamente poder económico (que sí), pero más bien poder de influencia, de conexiones. Y eso es algo que la enorme mayoría de las personas en la comunidad LGBTQIA no tienen. Porque si bien Ellen es una mujer lesbiana, es también una mujer privilegiada.

La mayoría de las veces me parece que Ellen está consiente de ese privilegio y que lo usa en favor de quienes no son tan afortunados. Pero otras veces me parece que no. Sobre todo cuando se trata de sus amigos famosos. Y en este aspecto tengo que decir que Ellen y yo diferimos mucho.

La evidencia

Esto lo sentí por primera vez cuando Sean Combs (conocido también como Puff Daddy, o P. Diddy) apareció como invitado en un episodio del monumentalmente exitoso programa de la comediante en la televisión, The Ellen Show. Esto fue no mucho después de que Rihanna entrara en un clínica víctima de violencia doméstica a manos del su entonces novio, Chris Brown.

Combs estaba ahí para decir que, como amigo de ambos, quería llevar a cabo una especie de negociación y reconciliación entre ellos. Y ¿por qué a mí? Es cierto que, por suerte, nunca me he visto en la situación de que alguien a quien aprecio resulte ser un maltratador o maltratadora. Pero dudo que mi reacción instintiva sea reunir a esa persona con su víctima para que se den una nueva oportunidad.

Ellen, aunque no endorsó la idea de Diddy, tampoco refutó o cuestionó el potencial desastre que esta idea podría traer como consecuencia. Ya sé que Ellen no es periodista y que su programa no se caracteriza por piezas polémicas y debates políticos o sociales. Pero si eres una persona tan influyente, tan relatable, y vas a ofrecer tu programa como plataforma a tus amigos famosos, lo menos que puedes hacer es intentar darle un poco de equilibrio.

Y aunque Ellen no es periodista y en general evita las confrontaciones y polémicas, también sabemos que es más que capaz de dar cara a las injusticias. De hecho lo hemos visto en su propio programa, por ejemplo la vez que invitó al ahora fallecido John McCain y le cuestionó las políticas homofóbicas de los republicanos, o cuando aseguró sin tapujos que ella jamás tendría a Trump en su programa por sus discursos que fomentan la discriminación.

Claro que el caso de Diddy y Chris Brown es uno particularmente delicado. Y podríamos argumentar que Combs actuó sin darle a la presentadora tiempo a reaccionar. Podemos argumentar que quizás Ellen no estaba enterada del plan. Pero eso sería si aquella hubiera sido la única vez.

MeToo o no MeToo

Cuando nacía el movimiento MeToo una de las voces que todo el mundo se preguntó por qué se alzó, fue la de Matt Damon, quien insinuó que durante la cacería de brujas se deberían destacar los hombres que no han sido acusados de abusos sexuales en la industria. Un mes después él mismo se echaba para atrás y se confesaba arrepentido de haber opinado sin haber escuchado lo suficiente a las víctimas.

Este es un caso positivo. Porque sabemos todos que nadie se salva de opinar sin escuchar o sin tener todos los datos. Yo le llamo a esto una reacción defensiva a la ofensiva. Porque parece que preferimos patalear que reconocer nuestros errores. Es particularmente importante qué Damon haya hecho mención a eso de escuchar a las víctimas.

¿Entonces porque lo traigo a este post? Porque cuando Damon apareció en el programa de Ellen en medio de esta polémica, la presentadora no dudó un segundo en defender a su amigo, porque ella sabe que es un tipo de buen corazón, que además sería incapaz de cometer un abuso de este tipo. Nosotros tenemos que tomar la palabra de Ellen en esto, porque no tenemos forma de saberlo por nuestra cuenta. Yo no pienso ponerlo en duda. Mi problema aquí es la insistente negación de reconocer un error.

Ser una buena persona no nos libra automáticamente de las consecuencias de nuestros errores. Imagínate ser parte de la industria de Hollywood, y ser una de las cientos de víctimas de sus abusos, ser testigo de un movimiento que parece determinante en cambiar las cosas para mejor y escuchar a una de las más grandes estrellas desestimar todo el movimiento, además promocionando a un grupo de hombres que, si bien no cometieron atrocidades, tampoco parecen haber hecho nada para evitarlas.

Todos hemos sido Ellen

A mí me gusta pensar que yo no caería en eso de defender lo indefendible. Y creo no haberlo hecho hasta ahora, pero no puedo poner la mano en el fuego porque nunca lo vaya a hacer. Esta revelación me vino precisamente terminando el año pasado, 2018. Cuando todas estas situaciones en Estados Unidos, entre el MeToo y las atrocidades de Trump, extendían estos debates más allá de esas fronteras.

Y me di cuenta de que las personas buenas, como la familia de uno, también cae en esos hábitos de opinar desde el privilegio sin siquiera considerar escuchar a los marginados. Recuerdo haber pasado unos días de decepción y tristeza. Porque las batallas diarias uno no las tiene que luchar contra los grandes monstruos que conscientemente odian y discriminan, sino contra la gente buena.

Pero Ellen, desde su privilegio, falló en escuchar y darles voz a las víctimas. Y lamentablemente hizo lo mismo poco después con Kevin Hart, quien también usó The Ellen Show para justificarse y evitar una plataforma más crítica en cualquier otro medio. Ellen defiende a sus amigos ferozmente, lo que en general es una cualidad maravillosa. Hasta que caemos en defender malas acciones.

Porque la gente buena igual comete malas acciones. Porque no hay personas malas y personas buenas en un espectro de blanco y negro sin grises. Y se nos olvida, especialmente cuando tenemos cierto nivel de privilegio, que existen otras experiencias, se nos olvida aquello de la causa y efecto.

El cuarto poder

Al periodismo se le conoce como el cuarto poder, porque la influencia de los medios es innegable. Por eso el periodismo tiene una responsabilidad moral y ética que te enseñan en la universidad y te la recuerdan durante toda la carrera, hasta que te encuentras con un medio que está enfocado en hacer negocios y no en hacer periodismo.

Como periodista no estoy aquí para justificar el deterioro de la profesión provocado por un canibalismo económico y de poder, francamente despreciable. Yo entiendo que todos los medios tienen su corte o tendencia editorial (entiéndase, que los medios tienen matrices de opiniones predeterminadas, hay unos más conservadores otros no tanto), pero todos se deberían basar en una serie de códigos éticos. Y de hecho esto debería ser cierto de cualquier negocio.

Pero el deterioro de los medios de comunicación como fuentes de periodismo no puede ser excusa para su extinción. Porque gran parte de este deterioro no se debe a las muchas fallas del periodismo, sino a quienes se han esforzado por crear una campaña de desprestigio para protegerse. Principalmente lo hacen los políticos, temerosos de ser descubiertos y acabados. Pero parece que ahora los famosos no son tan distintos a Donald Trump, después de todo.

No voy a defender a la prensa amarillista y sensacionalista. Porque nunca lo he hecho y no voy a comenzar ahora, cuando es todavía menos defendible. Pero pensar que la respuesta no es exigir mejor cobertura, o mayor profesionalismo, sino erradicar la profesión por completo es un grave error. Y esto no sólo es por parte de los famosos, políticos y demás objetivos de las investigaciones periodísticas, sino del público que se obsesiona en consumir material superficial y escandaloso.

No tan Relatable

Ellen y sus amigos famosos han decidido no enfrentar la, muchas veces injusta, influencia de los medios informativos, sino crear ellos mismos sus propias plataformas de presentación ante el público. Todo esto más fácil gracias a las redes sociales, pero sobre todo a los escenarios que ofrecen otros amigos famosos, como Ellen con su adorado show que llega a miles de personas a diario.

Y Ellen lo deja claro en su especial de Netflix, aunque lo haga de forma indirecta. Casi todo el material se basa en ella demostrando su cansancio frente a la inquisición y constante acoso de los tabloides, y en su desafiante rebelión ante la misma.

Yo creo que no podemos señalar a nadie con un dedo, ni a individuos ni a grupos. La culpa no es exclusivamente de los políticos o personajes en posiciones de poder, de los medios, o de los famosos, ni del público. Porque se trata de un ciclo: mi contenido es sensacionalista porque es lo que la gente ve, pero la gente vería otras cosas si tuviera menos bombardeo de sensacionalismo, etc.

Me parece, también, que otro grave error que cometemos, y que Ellen también toca indirectamente en su hilarante especial de comedia, es la obsesión con idealizar a los famosos. De tratarlos como seres celestiales que son incapaces de hacer nada malo. Esto lo veo inclusive hasta con personajes ficticios. Y me parece que es un serio problema.

Admirar, apreciar a alguien no tiene que ser lo mismo que cegarse a la realidad. Reconocer que alguien comete un error o criticar ese error no es lo mismo que volverse hater. No puede ser esta mentalidad que tenemos de todo o nada. Igual que tampoco es bueno linchar a cada persona que cometa un error. Parece que perdimos la capacidad de balance y objetividad.

Seamos más críticos y menos radicales

Yo creo que Ellen siempre será relatable, pero también creo que perdió un poco de esa esencia por esta tendencia de radicalización. Al refugiarse de todas las críticas, quizás dejó de escuchar todas las voces. Y pienso que eso nos ha pasado a todos, en cierto nivel. No sé la causa. No creo que se tratara de un único evento que creó esta modalidad. Seguramente fueron un montón de sucesos que se fueron acumulando u amoldando para dar forma a esta nueva mentalidad extrema.

Pero sí espero que podamos superarla. Porque este tipo de actitudes son las que dan paso para extremismos y en mi experiencia los extremismos, no importa de qué lado vengan, nunca son buenos y no dejan nada positivo. Hay más víctimas que triunfos. Y las posibilidades de tolerancia y convivencia se reducen exponencialmente.

Soy firme creyente de que la diversidad es la clave para la prosperidad y la felicidad. Me refiero a diversidad en todos los aspectos, incluido el mental. Y los radicalismos son el principal enemigo de la diversidad. Ellen cierra su especial diciendo que nuestra calidad humana nos hace a todos relatable, y me inclino a estar de acuerdo. Pero mientras más nos inclinemos por extremos, nos neguemos a escuchar a toda las voces y le demos la espalda a las críticas, menos relatable seremos.

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