La triste pero breve vida de un cigarro

Permanecía en silencio, con el cigarrillo olvidado en sus labios temblorosos. El furioso viento lo fumaba por ella. Dos gruesos ríos encharcaban el maquillaje de sus mejillas. Lloraba sin pronunciar ningún sonido. Sin aspavientos. Lloraba muerta en vida. Era un llanto enigmático, mudo, casi anónimo.

Recordó cómo Mimi, durante años, se expresó con tanta seguridad en sí misma que la creyó. Siempre habló mucho, pero nunca dijo nada. Igualmente, se tragó sus mentiras.

Observó, con el aire otoñal bailando en estado salvaje junto a su pelo castaño, cómo su otra mitad se alejaba cada vez más calle arriba. Así veía su futuro en aquel momento: cuesta arriba.

Se sacó de la boca lo que quedaba del cigarro y lo arrojó al suelo con furia, apuñalándolo hasta la muerte con el tacón de su zapato. Con el otro pie pisó su propio corazón, que Mimi había dejado resbalar hasta el suelo. Entonces empezó a llover. Cayó en la ciudad un chaparrón de recuerdos en forma de afilada y afónica llovizna. Las nubes escondieron el cielo. Llenaron el día de oscuridad. Era algo más que negro, parecía el antónimo de la luz. El agua acabó por enterrar los restos del pitillo, poniendo punto y final a dos historias de amor que empezaron donde lo hacen todas: en los labios de alguien especial.

Los sueños sin ti nada son

Nunca te lo he dicho, pero si me duelen las heridas, me las curo entre tus versos. Yo escribo del género bohemio, que todavía no se ha inventado como tal. Tú escribes con el alma a flor de piel, y aún me cuesta armarme de valor para hacerte saber, sin asustarme demasiado, que quiero que acaricies de cerca mi corazón con cada poema tuyo. Que le hagas temblar de rabia o de emoción, que lo engrases con tu prosa y se la entregues desde cualquier dirección. Que sigamos adelante donde lo dejamos aquella tarde que tan tarde se nos hizo. Porque los sueños sin ti, nada son.

Nunca te lo he dicho, pero deseo desde siempre arrancarte una sonrisa o la ropa en vez de ansiar huir de ti por el miedo que me tengo. No supimos saborear los momentos con los ojos cerrados a tiempo. Me arrepiento de lo que pasó, no volveré a dejarme arruinar por la desazón. Quien manda en lo que a ti se refiere es mi corazón. Y si sigue latiendo tu nombre con pasión, solo es por una razón. No sé a qué esperamos para dejarnos abrazar por nuestras sonrisas. Sí sé que cuando estoy en la calle, ante el papel o en la cama, ya sea sola o acompañada, los sueños sin ti, encanto, nada son.

Todo eso y mucho más

Tienes unos ojazos de un exquisito color miel. Tu mirada es profunda, casi interminable. Al otear dentro me pierdo y siento que no me corre prisa hallar la salida.

Cuando estás nerviosa, preocupada o asustada, quiero saber si te tranquiliza que te llame “corazón”, aprovechándome de los apelativos cariñosos.

O cuando son las cinco de la mañana y tus ojos no pueden dormir más, me sume al desvelo y compartamos una película que ni nos va ni nos viene.

Quizá mudarme una temporada contigo y aprendernos las manías. Ir a vivir a las cicatrices de la otra, acariciarlas hasta deshacer la herida.

Apreciar cuándo te apetece tontear y cuándo dejarlo estar.

Cuándo quieres hacer el amor y cuándo no estás de humor.

Cantarte muy suave unas risas. Ver cómo te meces con mi mal tono de voz.

Dibujar a besos el patrón secreto de las pecas de tus pómulos…

Quemarme con tu mirada después de probarla. Perder el tiempo en ti.

Que no me cuelgue el te quiero de la punta de la lengua. Que lo recojas antes de que caiga y se me rompa.

Descubrirte curioseándome a hurtadillas.

Iluminas, con el sol abriéndose paso en tus ojos, un poco el mundo y, de rebote, el resto.

Si te pienso, suspiro.

Si me llamas, me giro.

Si me deseas, transpiro.

Si nos miramos, deliro.

Cuando sonríes, de verdad, lo admiro.

Y si nos besamos, yo expiro.