Perdí el tiempo

Perdí el tiempo mirándote a los ojos a través de los reflejos de los espejos que me iba encontrando. Buscándote en la nada, como si fuera una demente. Perdida en el punto donde la ciudad besa al horizonte. Un beso sin pasión, desperdiciado en un lugar opuesto al mío.

A ti te gusta vivir al otro lado del mundo y yo no tendría problemas en darle la vuelta al mío para perderme junto a ti. Pondría patas arriba mi vida encantada, complicándome los días, compartiendo ese desorden a tu lado. La vida da muchas vueltas, tantas como veces puedas curvar tu boca en una sonrisa.

Ahora que estás tan lejos, y yo soy un poco más valiente, me atrevo a mirar a las personas del mundo, exigiendo sin descanso tu mirada en los ojos de los demás. Porque en los espejos sólo queda el eco que dejaron. Y yo no soporto volver a perder el tiempo.

Alguien

Qué horrible eso de que te duela alguien a quien quieres porque ese alguien nos ha dejado de querer. O prefiere querer a otra que es más alegre, está más cerca o más viva. Otra que no vive sus días dando un paso atrás. Otra que no huye hacia adelante.

El rechazo de alguien a quien amas es un tipo de muerte en la que no llegas a morir del todo. Solo agonizas. Y vives entre estertores hasta que el de la guadaña se apiada de ti.

Y cuando dueles, en cierto modo es bonito. Está bien. Yo aún sigo tachando en un calendario que no acaba nunca los días que faltan para tu regreso, sin saber si ese día ha nacido. Si existe. Como si estuviese tan solo a unas semanas. A la vuelta de la esquina. En tu caso, la esquina es circular. Se me antoja un bucle sin fin. Continúo visitando tus fotografías. Esas en las que salimos juntas. En realidad, solo son dos. Lo hago porque significa que, en algún momento, te gustaba sentirme cerca. A mí, ese momento me dura todavía. Así deduzco que mereció la pena el dolor que ahora dejas.

Y a lo mejor se acaba de poner a llover para que tengamos frío y la excusa perfecta para abrazarnos. Eso no tiene sentido… Porque cuando aquí llueve, yo miro al oeste desde mi ventana, preguntándome por qué no nos mojamos juntas. Miro al oeste porque ahí es donde has elegido vivir. Al oeste de Madrid. Al oeste de Portugal. Al oeste del océano. Y mucho más al oeste del mundo.

Me quedaría abrazada a la boca de la primera mujer que me sonriese, con tal de volver a sentir algo del calor que te llevaste. Había olvidado lo imposible que eres.

Oídos sordos

Aunque haga oídos sordos, ya te quería antes incluso de saberlo yo misma. Aunque no quisieras escucharlo, yo te lo descubría con todas mis sonrisas. Aunque sé que no me estás esperando, yo sigo con los brazos abiertos, porque la vida da muchas vueltas. Y quién sabe si, al final, te decides a curar tus oídos sordos para poder escuchar mis “te quiero”, que he ido cobijando en cada rincón de la ciudad, con el paso del tiempo.

Y que no hace falta que me lo digas, porque yo no puedo parar de escribir, de escribirte. Si con ello logro abrazarte el corazón, a mí me basta para soportar la vida sin sentirme triste.

Cuando no sé de ti, a veces me gana mi lado suicida, pero solo con intención de matarme los miedos, los “es que” y los “pero…”, en caso de que regreses a mis días.

Y yo no volveré a quedarme muda de asombro, paralizada de terror, ante tu mirada brillante. Me armaré de valor para sincerarme contigo, aunque me suponga acabar con los pies por delante.