Desvío

Nunca conocí a una mujer más tranquila y atractiva que tú. Eres… No sé cómo eres porque abarcas todo. El diccionario se acaba y no hay en él un adjetivo que te defina. Formas un conjunto con todos los atributos bonitos y, a la vez, con ninguno de ellos.

Creí que la había encontrado. Me refiero a ella. Es maravillosa y siempre está pendiente de mí. Pero llegaste tú con tu misterio y rompiste mis esquemas. Ya de por sí son frágiles. Mucho. Demasiado. Contigo cerca, cada vez que armo dos piezas y busco la tercera, tropiezo con tus ojos. Ellos son el motivo que derrumba mi puzle interior constantemente.

Desde el primer vistazo, tu boca me ha llamado. No sé qué sucede en mi mente que, cuando miro tus labios, ni muy gruesos ni apenas visibles, absorben la poca vida que me queda. Al contemplarlos, siento el impulso de probar tu sonrisa. Resultas adorable cuando miras con timidez en medio de la multitud, como si temieras que te devoraran. Con la seducción de tus gestos al caminar yo titubeo; paseas al ritmo de una música que solo oyes tú. Eres espontánea, natural. Hasta encuentro entrañable tu manera de hablar con la boca llena de patatas fritas, haciendo el aspersor.

No me importa darme un paseo de más en el metro si con ello sigo disfrutando de tus anécdotas, sin dejar de escuchar hasta la última palabra que se te ocurra decir, porque me dejaste tan absorta que me equivoqué de línea. Aunque me suponga llegar a casa dos horas más tarde, elijo acompañarte a donde sea que te desvíes sin que se note demasiado que quiero seguir regocijándome de tu compañía un poco más.

O que resulte que vamos por el mismo camino y cuando me toca desviarme y a ti no, fingir que a mí tampoco. Me agrada darme cuenta de que tu paso es más rápido que el mío, y hacer un esfuerzo por acoplarme a ti, porque llevas prisa y yo vivo envuelta en la parsimonia. Gracias a estas ocasiones, descubro nuevos rincones de la ciudad. He preferido ignorar mi rutina repetitiva para seguirte, en vez de caminar por la acera que ya me sé de memoria, desganada. Eso me ha pasado varias veces, solo que tú no lo sabes. Al deleitarme con tu compañía en esos instantes extra, me puedo ir a casa soñando contigo. No me importa hacer el ridículo o perder el tiempo de manera tan absurda, si con ello gano nuevos momentos a tu lado. Me gusta que me lleves a perderme junto a ti, aunque tú no sepas que estoy perdida.

Había olvidado cómo sonreír, hasta que me miraste, enseñándome que los labios también pueden estirarse hacia atrás. Algunas veces nos rozamos las manos casi sin tocarnos, como si se susurrasen secretos. Como si tu piel quisiera fundirse con la mía, pero solo a pellizcos. O viceversa. Y algunas veces se levanta brisa, acercándome el olor a romero de tu pelo, encantando con su exquisito veneno a todo mi ser.

Con ella quise empezar de cero y no salió bien. Contigo me gustaría empezar de verdad, hacer las cosas con buen pie. O mejor, con otros pies. No vaya a ser que, por usar los de siempre, me lleven al mismo camino en que una vez me perdí.

A veces te miro, preguntándome qué clase de encantamiento posees. Y por qué me embrujas tanto. Y a mí me encanta descubrir que, en realidad, me da igual si lo averiguo o no.

Todo empezó con Sylvie y Noémie

Mimi, me haces muy feliz cuando opinas sobre mis escritos. Cuando sonríes diciendo que te gusta mi estilo. Que te encanta lo que siento y cómo lo transmito. Es el mejor y más caluroso halago que puedo recibir.

Parece ser que me estoy convirtiendo en una de tus escritoras favoritas. Seré, quizás, de esas de las que siempre llevas un ejemplar en el bolso, más manoseado de lo normal porque lo has leído varias veces.

Es perfecto, pero veo un problema. Y es que nunca seré lo que yo quiero ser para ti: una de tus amantes favoritas. De las que siempre llevas una foto en la billetera para mirarla de vez en cuando, antes de que el olvido borre su cara.

Mi propósito siempre ha sido complacerte, a través de la escritura y a través de mis sonrisas. Era mi objetivo. El único, de hecho. Ojalá lo hubieses descubierto antes, cuando tenías mi completa atención.

Voracidad

–¿Qué te pasa? Estás como embobada –le pregunté con una sonrisa pícara.

–Nada –hizo un aspaviento–, que me encanta el cambio que te has decidido a dar. No lo abandones –me observaba casi sin parpadear. Estaba abstraída y no parecía tener prisa por salir del trance.

–No me mires así o acabaré saltando sobre ti para devorarte.

–Quizá… me apetezca que nos devoremos un poquito. Hasta detener el tiempo y solo existir las dos.

Así ocurrió. Nos devoramos mutuamente y el tiempo, envidioso, no pudo evitar pararse a observarnos.