¡Hola! Aquí estamos otra vez, como cada jueves, mi té (con el que me acabo de sancochar la lengua) y yo.


La persona más peligrosa, es una que este llena de miedo; Esa es a la que hay que temerle más. Lidwig Borne.

En el caluroso verano de este año, conocí a una linda chica, en un entretenido taller motivacional del Mhol (Movimiento homosexual de Lima).

Aquel lunes por la noche, cuando se sentó a mi lado, ella llevaba shorts jean de una talla más grande, lentes de profesora sexy sobre una naricita en forma de botón y uñas carcomidas por la ansiedad de unos dientecillos simpáticamente chuecos.

Guapa, pero nada en especial (eso diría quién no mira de verdad).

La dinámica de grupo nos hizo conversar, atorarnos de risa, y relajarnos lo suficiente como para terminar la noche con una buena taza de té de vainilla, en un lugarcillo bohemio, típico de Barranco.

Salimos unas cuantas veces, la compañía se hacía químicamente cómoda.


Un sábado inolvidable, fuimos a bailar a “La Reina”, con unos previos encima.

En medio del intenso calor, la letra sugerente de la música y al filo del amanecer, el acercamiento se hizo inevitable.

Sus movimientos encajaban perfectos entre mis manos, su faldita volaba en mi mente adornada por las luces multicolor, mi boca rozaba obvia y «distraídamente» sus hombros, espalda, mejillas y comisura de sus labios mientras bailábamos.

En la espesura compleja de un fugaz sentimiento, creada por la situación, apareció aquella, de la que siempre te hablo, con la que estuve muchos años, de la mano de su flamante novia. (#AguándomeElTonoCarajo).

Mi ánimo cambió sin proponérmelo, y decidí que era hora de irnos.

Tomamos el primer taxi que pasó y la llevé a su casa sin más ganas que la de hundirme en mi cama, sola, sintiéndome estúpida por no poder deshacerme del recuerdo perenne de aquella única mujer de mi vida.

En el trayecto, abrazadas, con las lunas bajas, la radio en emisora de reguetón, hablábamos bajito de todo un poco. Al llegar, me despedí en el portal de su casa con un beso en la boca rápido y esquivo.

Aquí empieza el asunto.

(#PorLaCsm).


La chica linda ya estaba en su casa y yo iba a la mía, sentada detrás del conductor, sin tráfico, como a las cinco de la mañana. Antes de bajar el zanjón de la vía expresa, sin un alma de testigo, el hombre que manejaba el taxi de pronto me dijo:

Señorita. ¿Puedo hacerle una pregunta personal?

Sin aún responder con una afirmación, el tipo prosiguió:

Quiero decir. ¿Qué es lo que piensa su familia de sus gustitos? Segurito que no están de acuerdo con que este con mujeres o ¿me equivoco? ¿La flaquita que estaba con uste’ es su germita no? Hable con confianza pe’. Una chica tan bonita como uste’, que desperdicio ah…

(#AyMierda)

Me quedé de una pieza, allí, sentada, mirando sus ojos extraños por el espejo retrovisor, anonadada, incómoda ante la zarta de preguntas estúpidas del confianzudo tipo que me hablaba moviendo las manos, recordándome un videoclip de Daddy Yankee.

Él prosiguió:

¡Ah eso sí! ¡Yo soy bien homofóbico ah!

(#SantaMadreBenditaMeJodí).

(#PorQuéYoDiositoPorQué)

Me recorrió un frío de pies a cabeza, estaba frente a un loco de esos que esperaba una respuesta, que sin importar la que fuera, tal vez me haría daño.

Empezó a contarme, sin pedírselo, sobre una chica con la que había estado por diez años, desde chibolitos. Estaban a punto de casarse, a unos días, cuando la chica le «confesó» que era lesbiana. Me decía, mientras bajaba la velocidad del vehículo, que había sufrido muchísimo, en un lenguaje bastante vulgar.

Mientras él hablaba, con el carro en marcha, buscando con necia insistencia, algo en la guantera, yo estaba en la disyuntiva de si chaparlo del cuello y a la de Dios, o tirarme del carro en movimiento.

En esos instantes pensaba muchas cosas, fatídicas por supuesto (#MujerYLecaTeníaQueSer).

Cosas como, mis amigos haciendo bulla con pancartas para que metan preso al tipo, en mi trabajo al que no regresaría el día Lunes, faltándome muchas cosas por hacer, en mi familia regresando de Australia para enterrarme, en el dolor inmenso e insuperable que le daría a mi madre, en mi padre, que lloraría hasta secarse en su sillón de los domingos, en mi abuela, mi todo, yo, su todo.

No sé porque vino a mi mente una escena de hace mucho, mucho tiempo.


Cuando estaba escondida debajo de la cama de mi primera chica, mientras su papá militar, pasaba la escoba por el cuarto. Recuerdo haber rezado, él sospechaba, él decía cosas terribles de los homosexuales. Pensaba decirle lo que sea menos que me estaba levantando a su menor de edad hija. Lo que sea menos eso. Ella me había dicho que me mataría si se enteraba.


Otra vez estaba en la misma situación, más de diez años más tarde, siendo catalogada, etiquetada y empaquetada, por ser diferente a lo que le gustaría a los demás.

Simple, en ese momento, yo era un bicho raro que se podía pisar, por feo. Habría gente que diría: ¡Bien hecho! ¡Por lesbiana!

Así como alguna vez mi madre había dicho, de una película donde una chica quería matarse por ser lesbiana: ¡Está bien! ¡Que se mate! ¡Muerto el perro, muerta la rabia! (Palabras que nunca podré olvidar).

Ya se me caían las lágrimas, cuando el fornido hombre, lleno de zalamería, me hablaba de mi pelo y de lo guapa que era, cuando dijo, contra todo maldito pronóstico:

Yo respeto, cada uno con su tema pe’. Yo no tengo problemas con nadie, eso lo aprendí en la cárcel. Había harto maricón pero conmigo no era.

(#AguantaGuanta).

Me atreví a decir timidamente:

Pero señor, eso contradice su concepto de homofobia. Si Ud. odia a los homosexuales…

A lo que él respondió muy enfático:

¡No, no, yo no los odio, yo soy bien homofóbico!, ósea que me gustan las mujeres pe’.

Este… ¬¬

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡WTF!!!!!!!!!!!

Esa noche, llegué a casa riendo, me hice un té y me quedé en la ventana, pensando: Ese es el problema, la ignorancia.

¡Ah si! La chica linda tenía novia.

Pintura de la talentosa: Andrea Barreda.