Hay acontecimientos que dan color a la vida, como la venida de la primavera, la nieve cayendo plácida en el paisaje de invierno, los almendros en flor…y un nuevo libro de Cate Maynes. Doy por supuesto que todo el mundo conoce a Cate Maynes, esa desarbolada detective de corazón desmenuzado y consuelos etílico-sexuales, de mala suerte amorosa y regular suerte profesional. Pero, para aquellas pobres almas que aún no se la hayan topado en su camino lector (algo que recomiendo solventar de inmediato), daremos unos breves apuntes sobre tan atractivo personaje.

Cate es detective, sí. Pero no lo ha sido siempre. Antes era una reputada policía en la población de Illica, de la que tuvo que irse como una apestada. El motivo del exilio fue el mismo que provocó el desastre hecatómbico de su vida. Su amada Helena, además de una familia ricachona y poderosa, tenía un hermano que era todo un pájaro de cuenta. Sus actividades, propias de un rico-heredero-capullo-mimado pronto evolucionaron desde las gamberradas a las barbaridades y traspasaron la frontera del delito. Las cosas fueron a peor y, ni su amada Helena, ni su familia política, pudieron comprender ni perdonar que Cate, en curso de su ejercicio profesional, le metiera una bala en la cabeza al delincuente del cuñado. Tras el abandono de su novia y una bien orquestada campaña de desprestigio, Cate Maynes tuvo que buscarse la vida en otra ciudad y con otra profesión.

Ahora Cate se arrastra de bar en bar, de copa en copa y de cama en cama.

Podríamos pensar que es una vida muy triste…y acertaríamos. Pero Maynes acarrea su existencia con toda la dignidad que puede y, de alguna forma y a su manera, consigue mantenerse a flote. En la tarea de supervivencia colabora de manera muy dinámica su amiga Caroline, propietaria del Powanda, uno de los bares donde Cate fue a parar en su nomadismo etílico a su llegada a Océano.

Cuando ese día Caroline se me acercó, lo vomité todo en un río de lágrimas y mocos, un relato caótico que hablaba de amor desesperado, hienas pomposas, sangre canalla, la mujer de mi vida y un desafortunado disparo.

Fue precisamente Caroline quien insufló en Cate cierta gana de vivir y de emplear su tiempo “en algo más que en echar instancias para una pancreatitis aguda”.

Se sacó la licencia de investigadora privada y con la oficina detectivesca ya abierta, se dispuso a recibir a su primer cliente. Elora Brust, una ricachona petulante y despótica, se hace con el honor de convertirse en la primera que acude al despacho de Cate Maynes. El motivo: al parecer, su familia está siendo víctima de un despreciable chantaje. La engreída señora señala la conducta algo licenciosa de su hija como detonante de la extorsión. Le toca a Cate averiguar quién puede estar tras el asunto.

Todas las historias de Cate Maynes están presididas por una serie de alicientes que convierten su lectura en una buena experiencia. En primer lugar, hay emoción. La detective corre aventuras en las que a veces pone en peligro su integridad física y en ocasiones se lleva algún que otro mamporro importante. La acción avanza a ritmo, impulsada por la intriga de descubrir los entresijos de cada caso y, cómo no, quién ostenta la culpabilidad del delito en cuestión. Así que no hay que temer al aburrimiento, porque no se va a producir.

En segundo lugar, la vida amorosa de Cate suele ser como una montaña rusa, marcada a veces por el desastre, ciertamente, pero sin duda por la intensidad y la búsqueda de estabilidad (algo que en el fondo añora). Estos vaivenes afectivos dotan también de bastante actividad a la narración, consiguiendo que estemos deseando saber por dónde van a tirar los rumbos de su corazón.

Por otra parte, Cate nos cae bien. Es lenguaraz, borrachilla y sexoadicta. Posee el sano cinismo y la burlona ironía de los clásicos y curtidos investigadores privados de la mejor tradición “hard-boiled”. Sabemos que todo le viene por mala suerte, que es buena persona y que (como decían los Beatles), lo único que necesita es amor. Así pues, no podemos por menos que sentir simpatía por esa deslenguada detective dura como el pedernal (pero sólo en apariencia, porque bajo la cáscara de su piel emocionalmente curtida, late un tembloroso azucarillo).

En esta nueva edición, “El primer caso de Cate Maynes” se presenta con un formato distinto y bastantes modificaciones en su contenido. Puede decirse que, aun no estando ante una “nueva” obra, sí nos encontramos con una novela que ha crecido en altura narrativa. Hay situaciones más desarrolladas que en el original y, en general, añadidos que aportan interés al relato anterior. Como se describían antes las sucesivas ediciones de los diccionarios (por ejemplo), esta podría ser una edición “corregida y aumentada”.

Por este motivo, aunque hayáis leído ya el libro en el pasado, esta es una buena y renovada oportunidad de retomar la historia. Y si no os topásteis con “El primer caso de Cate Maynes” en su día, razón de más para leerla ahora.

El volumen viene además con un pequeño regalo en forma de relato. Se trata de “Gilipollas 2.0”, una aventura breve de la propia Cate, que comienza del siguiente modo:

El bebé soltó un espeso gargajo que, tras describir una parábola, acabó estrellado contra la superficie de la mesa, por la que se desparramó cual sebo de alienígena.

Aquí se trata de resolver el caso planteado por la madre del pequeño, a quien Cate ha comenzado ya a llamar ¿cariñosamente? Gorrinillo.

Entre las cuitas de esta mujer, aparte de hacerse cargo de Gorrinillo y de sus caquitas espectacularmente olorosas, se encuentra la desaparición-abandono de su novio. Ella sospecha que se ha largado, asustado por la perspectiva de hacerse cargo de Cagoncete y las responsabilidades adyacentes propias de la paternidad. Cate tendrá que hacer uso de todas sus habilidades detectivescas para solucionar el misterio, que incluyen estrategias y técnicas totalmente actualizadas (como encontrar información fisgando en las redes sociales). Por todo lo dicho, queda recomendada la lectura (o re-lectura) de “El primer caso de Cate Maynes” y del relatito anejo que incluye esta nueva edición. Que disfrutéis de ambas historias; si os apetece, claro.