Magec se había levantado pronto esa mañana. Solía utilizar las hojas secas del viejo olmo junto a su granja, para abonar los campos, pero esta vez, el resto del pueblo,bajo la desesperación de las lluvias que inundaron en el invierno, y el calor abrasador del verano, no habían dejado ni una sola hoja seca en kilómetros a la redonda. A duras penas, había conseguido volver a dar cierta fertilidad al pequeño terreno del que dependía para sustentar a sus padres y sus dos hermanos pequeños y no estaba dispuesta a rendirse.

Caminó hacia la orilla en busca de algas secas, que iba metiendo en su viejo bolso de piel curtida de cabra.

El sonido de las olas que se estrellaban contra sus propias aguas, siempre le había hecho estremecer, así como despertado un gran sentido de respeto, casi miedo, a aquellas ondas de masas de agua que parecían desquitarse del peso del cielo sobre él, empujando su reboso hacia la arena.

Caminó, viendo a lo lejos como una enorme ola trepaba sobre una enorme roca en mitad de todo aquel azul, para luego, cientos de litros de agua en forma de espuma blanca, emprendiera un impetuoso vuelo hacia el cielo.

Clavó sus pies al suelo, sintiendo aquel vértigo inundar su mente y sus sentidos, y siguió su camino por la orilla, agachándose ante un pequeño montón de algas rojas varadas entre unas rocas.

Tenía su bolso casi lleno, cuando vio algo en la arena. Se acercó cauta, mirando a ambos lados como quien busca un testigo antes de aventurarse a lo desconocido.

Poco a poco pudo percibir que se trataba de alguien junto a uno de esos barcos que alguna vez había visto pasar ante tierra desde la cima de la montaña.

-Hola -dijo a aquella mujer que, con su pelo largo recogido en una cola, no se había percatado de su presencia y se afanaba en querer cortar con un viejo cuchillo un madero más ancho que la hoja oxidada de su herramienta.

-Hola -dijo la otra mujer parando en seco de su labor y sorprendida de aquella inesperada visita

-¿Es tuyo esto? -preguntó Magec sorprendida del tamaño de aquella nave de unos diez metros de largo por unos cinco de ancho.

-Sí, es Tilellit, mi viejo compañero -respondió, mirando con ese afecto con el que se mira a un aliado, parte del casco desgastado de su nave y colocando una de sus manos en la enorme grieta que trataba de reparar.

-Veo que necesitas ayuda con eso -dijo Mayec viendo como el rostro de aquella mujer había pasado de mirar con ojos nostálgicos a aquel barco, a otra de preocupación.

Tasiri, simplemente miró como la otra mujer se acercaba y pasaba su mano por el viejo madero roído colocando parte de su pelo oscuro y liso tras su oreja para ver la dimensión del trabajo por hacer.

-Podría ayudarte con ello. Tengo herramientas en mi granero que podrían facilitarte el trabajo, a cambio podrías ayudarme con la cosecha -dijo haciendo una pausa antes de continuar-…al menos hasta que lo acabes.

Tasiri miró aquellos ojos color tierra que le daban una salida para proseguir su viaje, y la verdad era que no estaba en posición de rechazar aquella oferta.

-Ya tienes esa ayuda –respondió la otra mujer extendiendo su mano en señal de pacto de dos.

-Soy Tasiri -añadió finalmente notando las durezas y los pequeños cortes en la mano de la otra mujer.

-Majec -dijo notando la fuerza de la mujer del agua en su apretón.

Ambas caminaron tierra adentro hasta tomar un camino a cuyos lados, a medida que avanzaban, la tierra parecía lánguida, ocre, clamando por una gota de agua en el lugar certero, porque en otros tramos, unas inundaciones llenaban el aire de un olor nauseabundo y pantanoso, generando un nido de malas hierbas que parecían querer apoderarse del paisaje. En definitiva, los troncos muertos y secos que salpicaban las llanuras, daban fe de que hubo un día en que todo aquello lucía otro aspecto diferente.

Una vez en la granja,Tasiri entendió el porqué de cada una de las heridas cicatrizadas que adornaban sus antebrazos.

Y así comenzó una rutina en la que desde que clareaba el día, hasta media tarde, ambas atendían los campos. Unas veces tratando de salvar la cosecha de verduras, otras, ayudando con soportes a que los maizales permanecieran cara al cielo, una cualidad que habían perdido al crecer de una tierra desoxigenada, sin otro nutriente que sus cuidados…en un cielo en el que un sol abrazador parecía querer robarles la vida que les quedaban. Pero cada tarde, ambas iban hasta la playa, a trabajar en los cuidados de Tilellit. Majec, aprendió de la mirada de Tasiri, a no ver el mar como ese gran muro que le impedía pasar, y casi podía aceptar la idea de que escondiera algo más que eso si podía sacar aquel brillo que sacaba en la mirada verde de Tasiri.

-¿No tienes miedo? -preguntó cierta vez mientras trataba de pulir la madera del viejo navío que, descansaba mitad en la arena, mitad en el agua.

-¿Del mar? -añadió Tasiri.

-Sí

-Cada momento que paso en él. Cada vez que el viento sopla y ha estado a punto de dar la vuelta al viejo Tilellit. Miedo a la oscuridad que hay cuando ya mis ojos no pueden alcanzar la luz que lo ilumina.

-¿Entonces? ¿Por qué lo haces?

Tasiri, una vez más, se había tropezado con esa pregunta, cuya respuesta siempre había conseguido que la tacharan de loca o quizás de algo peor, una soñadora. Sin embargo, la mirada sincera de la otra chica hacia ella bien valía el riesgo de decirle la verdad sencilla de su motivo.

-Dicen que tras las tierras pobres, y escondida tras los mares negros, existe un mar, con una transparencia tal que se puede ver el brillo de las estrellas reflejadas en el fondo. Que el cielo que lo cubre se refleja en él con tal similitud que no se sabe dónde empieza lo uno y acaba lo otro.

-¿Hay una promesa de tierra en ese mar?

-Ni siquiera sé si existe ese mar.

-Pero lo buscas

No respondió con palabra alguna, continuó lijando el madero nuevo que tanto le habían costado encontrar, dándole la forma necesaria para cubrir la grieta.

-Solo una persona valiente haría eso -dijo Magec con una leve sonrisa sin dejar de pulir el casco pero desviando sus ojos castigados por el trabajo en los campos que parecían sostener en ellos todo el equilibrio que le faltaba a esos terrenos baldíos.

Su comentario pilló completamente desprevenida a Tasiri.

-Creo que te entiendo. No creo que tenga el valor necesario para hacer lo mismo. Mi lugar está en esto -apuntó con su mirada a las pocas palmeras que rodeabala playa-. En tierra.

Tasiri no respondió con palabras, la miró y asintió dedicándole una sonrisa sobria y cálida.

Pasaron unas semanas,y ya Tilellit parecía estar en forma de nuevo.

Como cada día, Magec podía ver en los ojos verdes de Tasiri, en como miraba el mar, esa inquietud que parecía olvidar cuando se ocupaba en la granja, pero que regresaba cada mañana mientras tomaba su café mirando los primeros despuntes del alba y fingía poner toda su atención en atender los campos que, desde hacía años no lucíantan verdes como en ese momento.

Cierto día, estando en la playa, Tasiri, notando una ligera cortina de humo gritó a Magec, que estaba en el interior de Tilellit, poniendo orden y reparando parte de la bodega del viejo navío.

Alertada por aquel inusual grito de la otra mujer, salió lo más rápido que pudo para ver la espalda de Tasiri corriendo a toda prisa hacia tierra adentro.

-La granja -dijo antes de salir corriendo tras las huellas de la otra chica.

Cuando llegaron allí, los padres y hermanos de Magec se apuraban echando los pocos litros de agua dulce que quedaban en el depósito, pero las llamas parecían querer devorarlo todo, haciendo evaporar el líquido antes de llegar a la tierra.

Magec corrió hacia su familia esquivando las llamas y cubriendo su cara con su antebrazo para no sentir el fuego en sus ojos.

Tasiri, viendo la desesperación de la lucha de aquella gente, se unió a ellas en la que ya sabía una batalla perdida.

Unos minutos después, no quedaba sino un cercado negro y humeante ante ellos.

Tasiri caminó hacia Magec que permanecía en cuclillas ante uno de los pocos brotes verdes de los surcos. Colocó una mano en su hombro.

-Se ha perdido, todo se ha perdido -dijo al aire Magec viendo como las hojas de su mano se deshacían entre sus dedos.

Tasiri se sintió incapaz de consolarla con nada que pudiera decir, con nada que pudiera hacer,así que permaneció de pie a su espalda con sus ojos enrojecidos destacando en su rostro lleno de hollín y ceniza.

-Llévame contigo -la escuchó decir al incorporarse y mirarla a la cara con su ojos llenos de lágrimas y su rostro húmedo y gris.

Tasiri pudo sentir dentro el dolor de aquellas lágrimas. Tenía delante a la mujer más fuerte que había conocido. Había luchado duro por su familia, por ella misma. Aquellos campos ahora calcinados, habían sido siempre el centro de su vida, y durante un segundo pudo hacer suya su tristeza.

-Magec -dijo abrazándola-…volverás a sacar esto adelante…

-¡No!. ¡Déjame ir contigo! -gritó mirándola a los ojos y luego rompiendo en llanto abrazada a su pecho.

Tasiri giró su cabeza sin soltarla de entre sus brazos, los padres de Magec las miraban desconsolados, la madre esperaba con sus manos juntas ante su rostro y su padre asintió con su cabeza con un atisbo de dolor y resignación en su mirada.

-Está bien. Si eso es lo que quieres…

-Gracias -susurró antes de soltarse del abrazo suavemente, limpiar las lágrimas que resbalaban junto con toda la mugre, con las palmas de sus manos enrojecidas y con signos evidentes de quemaduras.

Tasiri la siguió hasta que llegó a la altura de sus padres y se abrazó a ellos. Dejándoles su espacio, comenzó la difícil tarea de coger una pala y enterrar los rescoldos y empezar con la más difícil tarea aún de preparar la tierra para un próximo intento.

En vista de los acontecimientos llamó al mayor de los hermanos de Magec, a quien dejaría a cargo la difícil tarea de ahora en adelante, para comenzar a preparar el terreno para una nueva cosecha.

Una semana después.Tilellit flotaba en el mar oscuro como en sus mejores momentos. Si bien la madera vieja y rugosa le hacía parecer un cascarón a punto de naufragar, la facilidad con la que aguantaba las envestidas de las olas, daba muestra de que el barco aún guardaba toda la experiencia de los viejos tiempos.

Magec se despidió de su familia, con una mirada entre triste y esperanzada.

Prometió regresar por ellos en cuanto encontrara la tierra perfecta, y sin más, se subieron al barco, con las provisiones necesarias para un par de semanas.

                                                                         *  *  *

Magec cada día trataba de enfrentar su miedo a la masa espesa y oscura del agua que las rodeaban. A veces un solo pensamiento de verse sumergida en ellas, le daba tal pavor, que alegando cualquier quehacer, bajaba a la bodega y, agarrada a sus rodillas dejaba que unas lágrimas de frustración rodara por sus mejillas. Sin embargo, ante Tasiri, nunca demostró el más mínimo atisbo de su miedo.

Era casi mágico ver como Magec cada mañana en su pequeño ritual, de adivinar solo con alzar su cabeza al cielo y respirar hondo, el rumbo hacia la costa. Tenía un vínculo innato sobre la tierra. Y cada vez que caminaban por tierra firme, otro ritual de tomar un puño de tierra y olerla, junto con la esperanza de Tasiri de que al fin podrían haber llegado a esa tierra que tanto deseaba encontrar Magec.

Sin embargo, no había sido así. En cada costa siempre había algo verde que daba cierto brillo a los ojos cafés de la mujer, pero, tras la primera colina el paisaje, siempre se repetía, como un deja vu indeseable. Aldea tras aldea, salpicada en medio de terrenos secos y baldíos, la desesperanza reinaba como un caos para la existencia de los habitantes que, por un afán acérrimo a la vida, buscaban de algún modo, una forma de subsistir. En alguna aldea, de las últimas que habáin dejado atrás, habían encontrado el modo de depurar el agua salada, pero no lo suficiente como para que el paisaje volviera a ser lo que un día fue. Y en otra, hasta habían logrado un modo de preservar los cultivos por medio de forrar con telas blancas las huertas para protegerlas del calor, de las lluvias por medio de canaletas hechas en roca.

Tasiri solía mirar la sonrisa abierta de Magec en medio de la gente. Cómo podía pasar un minuto simplemente oliendo una manzana o acariciando la textura de un melocotón. Y se sentía dividida cuando, cargadas, regresaban al barco y miraba a Magec sujeta a la botavara, observar la tierra hasta que la perdían de vista .

A bordo, Tasiri la miraba, como titubeante, caminaba por la borda, alejada siempre de la barandilla y tramó un plan para intentar hacer algo por ella. Cuando el mar lo permitía y no azotaba a Tilellit con la furia de un titán, en cuyo caso siempre obligaba a Magec a bajar a la bodega, se sentaba junto a ella y le contaba acerca de los vientos alisios, de las corrientes de profundidad, de la influencia de la luna en la pleamar y la bajamar, de las temperaturas del agua. En definitiva, trataba que a través de la comprensión llegara a vencer su temor. Magec podía pasarse horas escuchando a aquella mujer, que parecía explicarlo todo desde la perspectiva de quien ha pasado por ello decenas de veces. Sin embargo, toda aquella información no era suficiente para que Magec pensara siquiera mojar un pie en el agua…Al menos no de momento.

Un día, incapaz de llegar a tierra tras varias semanas, Tasiri tuvo que sumergirse para limpiar el ala del timón que, lleno de algas las había dejado sin rumbo. Magec la esperaba asomada al lado donde momentos antes había desaparecido tras tomar un poco de aire. Empezaba a desesperarse, a pensar que algo le había sucedido, y que allí estaba ella, sintiéndose inútil y casi un peso en la vida de aquella mujer. Y fue así como bajo la desesperación, se ató una soga a la cintura y se arrojó sin más a las frías aguas.

Sobresaltada desde abajo, Tasiri vio que había caído y subió a su encuentro.

-No vuelvas a hacerme esto -dijo Magec con dificultad a punto de sumergirse del todo y tirando de la cuerda, buscando un modo desesperado de tensarla y salir de allí.

Tasiri sonrió de la escena, que pese a la desesperación de la otra mujer de subirse de nuevo a la nave, no dejaba de sorprenderla.

Nadó unos metros hacia ella y cuando ya hubo recogido la cuerda suficiente para que se tensara y se sintiera a salvo, la invitó a quedarse y practicar un poco de esa nueva experiencia.

Desde luego, Magec se negó y empezó a caminar en vertical por el casco. La otra mujer, lejos de presionarla, sujetaba la cuerda para que se sintiera a salvo. De pronto, sintió que Magec aflojaba sus pasos y se dejó deslizar hasta el agua de nuevo.

Y fue así como un primer contacto llevó a otro, y a otro. Si bien nunca aprendió a disfrutar de la sensación, Magec luchaba por sentirse cada vez menos carga para ella.

Transcurrieron meses esta vez, y nunca pasaba más de cuatro semanas en poder ver tierra. Como siempre, Magec podía adelantarse a las previsiones de Tasiri de qué rumbo tomar y esa mañana se había levantado con ese brillo en los ojos, deseosa de pisar tierra firme tras tanto tiempo.

-Hay tierra cerca -dijo

Sin embargo, esa vez había algo que preocupaba más a la otra mujer porque no admitió apuestas sobre a donde dirigir a Tilellit.

-Se aproxima una tormenta. Ve abajo -dijo pese a que la otra mujer podía sentir el olor atierra bajo un cielo totalmente despejado.

Sin embargo, pese a discutirle, acabó haciendo caso. Dando un portazo, se metió en la bodega y se dedicó a recoger los platos y los vasos de la pequeña mesa en la que comían, temiendo que las sacudidas acabaran por acabar con ellas pese a que estaban hechas de metal. De pronto, ante su propia frustración soltó todos los utensilios de un solo golpe en una caja y salió fuera a continuar con la discusión.

Para su desconcierto,el cielo se había teñido de un gris intenso, casi negro. Los cabellos de Tasiri se sacudían con tal fuerza que no sabía si estaba de frente o de espalda al timón, si no fuera porque se mantenía aferrada a él con ambas manos.

-¡¡Ve abajo!! Gritó la otra tratando de colocar parte de su cabello a un lado de su cuello.

Con dificultad, Magec caminó hasta desaparecer tras la puerta de la bodega. Una vez allí se agarró a una de las vigas y esperó con su frente apoyada en él a que todo aquel terremoto acuático cesara de hacerlas balancear como un barco de papel en contra de la corriente. Durante dos largas horas no pudo dar un paso sin tener que aferrarse a algo, sin embargo tal y como empezó, fue amainando y preocupada por Tasiri, salió fuera.

La otra mujer miraba los desperfectos de esta nueva resaca cuando sus ojos se encontraron con los de Magec.

-Esta ha sido de las gordas -dijo con un denotado rostro de cansancio y enhebrando la cuerda que mantenía sujeta la vieja tela roída que hacía las veces de vela mayor, al stick.

-¿Estás bien? -dijo acercándose y colocándose frente a ella.

-Sí, no puedo decir lo mismo de esto -dijo alzando una ceja y casi una mueca cómica mostrando un extremo de otras de las cuerdas de sujeción de la vela deshebrada e inutilizada por completo.

-Tendremos que inventar algo -respondió con algo parecido a una sonrisa

-O podemos hacernos con una nueva -respondió con una sonrisa apuntando con su barbilla hacia detrás de Magec.

Cuando esta se giró vio la costa a apenas un par de horas de distancia.

-Sabía que no había perdido mi olfato…-dijo girándose hacia la fina línea oscura que aparecía vagamente en el horizonte-…pese a este olor a pescado perenne que me acompaña -acabó de decir girando su cabeza hacia Tasiri que se ocupaba en enrollar el pedazo sobrante de cuerda usando su antebrazo y su mano para ovillarla

Sonrió a su sonrisa y, soltando la soga a un lado, tomó el timón rumbo a la costa.

Pusieron sus pies en tierra dejando a Tilellit anclado en una bahía. Caía la tarde y avanzaron por la arena hasta encontrar un modo de adentrarse en el interior de la tierra.

Magec tomó un puño de tierra y oliéndola, sonrió antes de emprender su camino entre una espesura de verde que jamás habían visto.

Tasiri caminaba esperando que de un momento a otro el paisaje cambiara a la desolación, sin embargo tras subir la primera colina vio como hasta donde alcanzaba la vista, todo era verde. Pequeños terrenos de plantaciones daban diferentes tonalidades de ese color tan inusual. Giró su cabeza hacia Magec a su lado, su sonrisa abierta, el brillo de sus ojos, toda ella parecía haber dejado atrás un lastre que le había visto arrastrar desde el día en que la conoció.

-Vamos -dijo avanzando colina abajo, hacia la aldea que abarcaba gran parte del valle.

Tasiri sonrió de ver su andar acelerado y optimista cuesta abajo. Colocó sus bolsos de sus hombros, llenos de útiles hechos de huesos de pescados, caparazones de tortugas que habían encontrado en las costas, y herramientas fabricadas entretejiendo piel de tiburón y dentadas con sus afilados dientes.

Cuando llegaron al centro de la aldea, un mercadillo de productos variados se habría paso en mitad de una avenida. Los niños correteaban por en medio de la gente y cada puesto ofrecía su mercancía a todo los que paseaban por la zona.

Como era de suponer, Magec miraba curiosa cada uno de los puestos, hasta que descubrió a un mercader que arreglaba una serie de árboles frutales, algunos de ellos con algunos frutos creciendo de él, y se fue directa a ellos.

Una vez estuvo ante él, se acercó para oler el aroma de un pequeño limón que crecía de unas ramas fuertes.

-Veo que eres forastera en este lugar -la voz de un joven la hizo despertar del encanto de tratar de recordar ese aroma para el futuro.

-Así es. Venimos de donde el mundo ha perdido su nombre-dijo extendiendo su mano y animando a que Tasiri se aproximara a la conversación -. Soy Magec y ella es Tasiri.

El hombre extendió sumano a ambas mujeres dedicándoles una sonrisa amable.

-Bienvenidas -dijo-Soy Ataman

Hubo un momento de saludos antes de que el hombre percibiera que llevaban sus alforjas cargadas de mercancía.

-Veo que tenéis material para el trueque.

-Sí, se trata de herramientas y adornos en su mayor parte -le dijo Tasiri mostrando una de las bolsas abriéndola ante sus ojos.

-Creo que tengo la persona idónea para que hagáis negocio.Lo encontrareis al final de la calle, se dedica a vender productos de decoración y le obsesiona todo lo relacionado con mercancía proveniente del mar, cosa que por aquí son muy escasas.

-Te lo agradezco -dijo antes de emprender su paso por la calle en la dirección que le había marcado.

Había caminado unos pasos cuando sintió la ausencia de Magec a su lado.

-¿Te vienes? -preguntó dándose la vuelta para descubrir a la otra mujer oliendo unas ramas de romero que Ataman mantenía delante de su rostro, aun plantadas en una maceta.

-Voy -respondió antes de sonreír al hombre y emprender su camino hacia ella.

-Nos veremos esta noche, hay una verbena en la plaza -dijo el hombre

Magec no respondió,continuó caminando sonriendo hasta alcanzar a Tasiri que había emprendido su paso instantes antes de la invitación del hombre.

-Una verbena, ¿sabes qué es eso? -dijo caminando a su lado borrando su sonrisa ahora queAtaman no la observaba.

-Creo que es una especie de celebración. Una vez oí a mi abuelo hablando de algo así.

-Esta noche lo veremos.

-Si nos dan algo por esto y encontramos un lugar donde pasar la noche -sonrió mientras seguía avanzando camino adelante viendo como la otra mujer seguía absorta de ver a ambos lados de la calle, cosas que ninguna de las dos habían visto antes.

El comerciante que les había recomendado Ataman terminó haciéndose con toda la mercancía que traían. El hombre parecía más fascinado de la procedencia que de la utilidad para usarlos. Pese a que ambas lo miraban extrañadas por su entusiasmo cada vez que sacaba un objeto tras otro de las alforjas, salieron del lugar contentas de haber conseguido a cambio alojamiento, provisiones y unas especies de papiros que según aquel señor, podrían canjear por el valor marcado en tinta en la cara superior de cada uno de ellos, en la parte de atrás solo había un símbolo, uno que estaba marcado en la puerta de su negocio.

Preguntando, consiguieron llegar a un lugar en donde poder pasar lanoche que ya estaba a punto de caer. Habían unas especies de cabañas a las afueras de la aldea, que casi parecían delimitar la población de la espesura del bosque, que estaban preparadas para acoger a cualquier persona que lo necesitara.

Cuando Tasiri quiso pagar, la señora de edad avanzada que las había atendido les dejó bien claro que en la aldea el cobijo no tenía coste alguno, que jamás nadie en el pueblo cobraría nada por alojamiento ni alimento para sustentarse, siendo forastero y estando de paso.

Ninguna de las dos cabían en su asombro. Parecía que las necesidades básicas de la supervivencia se daban por sentado como una forma de vida. Magec parecía encantada de aquel lugar a medida de que pasaban más tiempo y hasta Tasiri pudo sentir como se le hacía un nudo en la garganta cuando al entrar en la cabaña que le habían dispuesto, tenían todo lo necesario para quedarse allí toda la vida.

Magec recordó a sus padres y sus hermanos. Estaba convencida que era el lugar ideal para vivir, convencida de que habían luchado toda su vida por algo que no se acercaba siquiera a una vida digna y, sin embargo seguirían viviendo así si no regresaba alguna vez a contarles todo lo que había visto en esas dos semanas de trescientos sesenta y cinco días que habían transcurrido hasta llegar ahí. Sabía en el fondo que había emprendido un viaje sin retorno y que lo único que podría lograr que los de su misma sangre llegaran hasta allí, sería su propia iniciativa y valor para hacerlo, de perder su miedo y darse esa oportunidad.

-Mira esto Tasiri -dijo al darse cuenta de que una vieja chimenea destacaba en medio del primer habitáculo que habían encontrado tras entrar.

-Podríamos encenderla y…. ¡¡Mira eso!! ¿Es café? ¿Un bote entero de café?

-Eso parece -dijo sonriendo Tasiri colocando su alforja sobre una de las camas al fondo de la cabaña.

En unos minutos, un anciano les trajo una bandeja llena de frutas.

Magec le agradeció sugesto con una amplia sonrisa, mientras que el anciano miraba por encima de su hombro a Tasiri, con algo parecido a curiosidad y respeto.

Solo Tasiri se dio cuenta de ello. Nadie en aquel lugar excepto Ataman le había mirado como miraban a Magec, quizás había pasado mucho tiempo sola, navegando por esos mares, e inicialmente pensó que solo se trataba de expresar su curiosidad, pero su intuición le llevaba a no sentirse del todo cómoda en aquel lugar.

La verbena inundó las calles de gentes, que bebían, charlaban, bailaban al ritmo de todo tipo de instrumentos de madera.

Magec trataba de aprender a bailar bajo la tutela de Ataman. Tasiri tomaba un vaso de un brebaje rojo con sabor a algo que llamaban uvas, mientras que seguía, con una tímida sonrisa, los bailes de aquella pareja alternándolo con las miradas de algunos de los grupos de personas que, tras cuchichear, la miraban de reojo con una discreción que a ella no le pasó desapercibida.

En alguna ocasión, quizás por efecto de aquella bebida, alzaba su copa saludando con un movimiento de su cabeza. Y eso parecía molestarles hasta el punto de darle la espalda.

De todos modos, su cabeza estaba muy lejos por preocuparse por ellos. Mirando a Magec, viéndola sonreír, parecía haber encontrado ese lugar en donde esa sonrisa fuera algo cotidiano en ella, un lugar en donde las cicatrices de sus manos fueran desapareciendo poco a poco.

Un poco molesta por sus propios pensamientos se dirigió a la cabaña acompañada solo por una botella de madera llena de aquel líquido y bebió de ella mientras se asomaba por la ventana que daba hacia las montañas que la separaban del mar y de Tilellit.

No escuchó cuando Magec regresó a casa, pero en la mañana, despertó arropada en su cama. Abrió los ojos con pereza, con una pequeña sensación de mareo como siempre que amanecía en tierra firme y de lejos vio la cama de Magec vacía pero desordenada.

Salió hacia la puerta sin poder evitar que los rayos del sol le dilataran las pupilas hasta su punto máximo.

-Hola dormilona -dijo Magec que sostenía en la mano una maceta con romero y junto a Ataman.

-Buenos días -dijo sujetando su tabique nasal.

La pareja rió al ver su cara y el esfuerzo que ponía en poder mirarlos escudriñando sus ojos.

-Ataman quiere mostrarnos la aldea y había pensado…

-Ve. Yo tengo que ir a hacerme con las provisiones -la interrumpió recordando las miradas de algunos de los aldeanos la noche pasada. Algo con lo que no quería ni le apetecía volver a lidiar.

-De acuerdo. Nos vemos en un rato.

Dos horas después,Tasiri había logrado canjear aquellos papiros en frutas, verduras, agua y chacinas secas. Las suficientes como para subsistir un par de meses. Solo la gente que veía los papeles en su mano parecía mostrar interés por ella, para el resto era como si no existiera.

No hizo preguntas, no trató siquiera de comprender su comportamiento, sencillamente se concentró enTilellit y en volver a hacerse a la mar lo antes posible…aunque había una cuestión a tratar que, a pesar de ella misma, le entristecía y le rompía el alma en dos….Magec.

Magec saludó cortésmente a cada habitante de la aldea que Ataman le presentaba. Muchos de ellos le preguntaban de qué tierras venía y algunos más atrevidos lo hacían intentando entablar conversación con ella acerca de los métodos de cultivos que utilizaban.

Aquella gente compartía con ella el amor por la tierra y no le faltó un momento de atenciones que le hicieron llegar a pensar que era aquel lugar al que siempre había querido llegar en el fondo de sus sueños.

-¿Piensas quedarte?#8230;Es decir…Te veo muy a gusto en la aldea, sé que encajarías perfectamente.

-No lo sé. Tendría que hablarlo con Tasiri -dijo mirando desde la orilla de un río que atravesaba la aldea hacia la otra orilla.

-Ella no es de ese tipo -dijo Ataman arrojando una piedra al agua.

-¿A qué te refieres?

-A que es del tipo de personas que busca algo que jamás encuentra, aquí las llamamos errantes -explicó poniéndose en cuclillas buscando una piedra perfecta para hacerla rebotar sobre el agua.

-¿Errantes? -preguntó Magec lanzando la piedra a solo un par de metros ante ella.

-Sí. Ya hace décadas que no pasaba alguno por aquí,pero la estamos bien entrenados contra ellos -añadió el hombre mirando la piedra entre sus dedos.

-No te entiendo ¿Qué quieres decir? -le interrogó abrazándose a sí misma, empezando a sentir el frío de la caída de la tarde.

-Llegan, hablan de sus sueños y acaban convenciendo a algún aldeano y tras perderse en el mar, jamás regresan…Ella no es como tú y yo.

-Tú no la conoces ni me conoces a mí -dijo encrudeciendo su tono, incrédula a lo que Ataman le contaba sin sutilezas.

-No querrá quedarse -gritóa la mujer que se alejaba de él de camino al pueblo.

-Quizás yo tampoco lo haga -gritó sin darse la vuelta, entendiendo como desde que habían llegado allí, a ella la habían colmado de atenciones, pero que no había visto a nadie hacer lo mismo por Tasiri.

Cuando llegó a la cabaña, se encontró con ella tratando de poner orden entre las provisiones.

-Hola -dijo entrando y colocándose un abrigo.

-Hola …-respondió sorprendida de que en sus ojos ya no desprendiera ese brillo que los había iluminado ese par de días.

-¿Estás bien? -preguntó Tasiri antes de dejar de anotar en un viejo papiro con un fino carboncillo.

-Todo bien -tratóde sonreírle agradeciendo su preocupación y fingiendo el desconcierto que sentía en esos momentos. Aquel lugar parecía ser perfecto, sin embargo sentía dentro como las palabras de Ataman resonaba una y otra vez, una y otra vez.

-Había pensado que mañana sería un buen día para zarpar…-comenzó a decir sirasiri, atajando la agonía de saber si seguiría adelante o se quedaría en aquel lugar.

-¿Tan pronto? -lo pensó al tiempo que lo dejaba salir de su boca.

Para Tasiri, esa respuesta era suficiente. Se levantó de su silla y se acercó hacia ella.

-Parece que al fin has encontrado tu lugar -dijo de forma amable mirándola a los ojos.

Magec no dijo nada,durante unos segundos se perdió en aquellos ojos verdes, antes de colocar sus dedos en sus cienes y masajearlas.

-No hay prisa. Quizás tienes razón. No pasará nada porque darnos un par de días más -dijo tratando de ser justa con su vida, con su decisión, con su libertad de elegir una vida para sí misma.

-Gracias. Era todo lo que necesitaba oír -dijo la otra mujer abrazándola fuertemente.

Cuando Tasiri despertó casi al alba, se encontró con las alforjas ordenadas y las provisiones acomodadas en cajas de madera en la puerta de la cabaña.

Extrañada trató de buscar a Magec, pero no vio rastro de ella por ningún lado.

Se incorporó, abrió la puerta y la encontró intercambiando algunos de aquellos papiros a uno de los aldeanos subido en un carro.

-Acabo de hacer mi primer negocio y darle uso a esta….cosa -dijo levantando los pocos papiros que les quedaban.

-¿¡Qué?! -su cara mantenía la expresión de su palabra.

-Nos llevará las provisiones a la playa antes de que el sol despunte por la colina. Así que más nos vale que te acabes de despertar. Es hora de irse- dijo con una sonrisa acompañada por cierta tristeza en sus ojos.

-Muy bien -Fue lo único que Tasiri pudo decir mientras se adentraba y acababa de cerrar las alforjas sobre de la mesa.

Una vez en la playa, y tras haber estado calladas durante todo el camino, Tasiri no pudo sino dar una segunda oportunidad a su decisión que ya era evidente.

-¿Estás segura de esto?

-Lo estoy -respondió sin poder evitar mirar con nostalgia la copa de los árboles circundantes a la playa.

Dos horas después,Tilellit surcaba el mar sombrío rumbo al horizonte.

Magec respiró hondo el aroma de aquella tierra que dejaba atrás, pero inmediatamente comenzó a ordenar las provisiones en la bodega y ayudar a Tasiri en poner las cuerdas de repuesto y fijar la vela mayor al stick y cambiar la botavara.

Durante días navegaron por un mar en calma. Tras haber dejado aquella aldea atrás, Tasiri no se había atrevido a hacer ningún insiso por su decisión, pero se preguntaba si era justo no haber insistido para que se quedase allí, al fin y al cabo la felicidad de aquella mujer se había convertido en parte de la suya propia.

Magec, sin embargo no parecía estar muy afectada por su decisión. Seguía con su eterna costumbre de oler el aire en busca de ese olor que la hacía sentir la sangre en las venas latiendo de vida, pero el resto del tiempo se había vuelto una navegadora experta, capaz de relevar en el timón a Tasiri, a calcular la subida de la marea e incluso a guiarse por esa estrella que siempre habían seguido, Venus, ya todas las constelaciones que la rodeaban.

Durante semanas navegaron en un mar igual que imponente como siempre, aunque el oleaje no había pasado de un nivel razonable.

A veces, cuando Magec venía a relevarla del timón o simplemente se cruzaban por los pasillos de proa, Tasiri podía oler el romero al que solía acercarse cada día para llenarse de su aroma y al que cuidaba con el cariño que una madre cuida a su hijo. Sabía que la esperanza de su compañera era encontrar ese sitio que ni siquiera ella sabía que existía, pero que no era ninguno de los lugares que habían recorrido. Mientras la miraba tratando de pescar en la popa de Tilellit, se culpó por no haber intentado convencerla de quedarse en aquella aldea, e incluso haberse quedado con ella en aquel lugar si se lo hubiera pedido.

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-La cena está preparada ¿la comemos aquí o te la subo? -gritó Magec desde la bodega.

-¿Tas? -volvió a preguntar al no escuchar su respuesta.

Inquieta subió laescalera y caminó hacia la otra mujer que permanecía absorta mirando el horizonte agarrada al timón, percatándose de algo que Magec aún no podía percibir.

El mar estaba encalma, por el cielo solo vagaban unas nubes amarillas de esas que había aprendido que no acarreaban ningún peligro, pero esperó a que Tasiri estuviera dispuesta a contarle qué pasaba.

-Ve abajo Magec -dijo bajo sin apartar la mirada del horizonte.

-¿Me vas a decir qué está pasando?

-¡¡Ve abajo!! -dijo con sus ojos fríos mirando hacia los suyos.

Magec, ajena a su orden caminó hacia proa y trató de percatarse por sí misma de lo que estaba ocurriendo.

De pronto, el mar empezó a ondear con más fuerza, con si de pronto hubiera decidido despertar tras un largo sueño y en cuestión de unos minutos el cielo se cubrió por unas nubes espesas que hicieron una noche de aquella tarde apacible.

Magec miró atrás viendo como a Tasiri le estaba costando mantener el timón en línea recta. Y en vez de bajar a pesar de que hasta ese momento apenas empezaban a meterse bajo la tormenta y ya sobrepasaba con creces cualquier otra que hubieran vivido, se dispuso a soltar la vela mayor y el foque, con la intención de no volcar por el oleaje y el viento que azotaba hasta el punto de que parecía un complot para acabar con Tilellit en sus entrañas.

Apenas diez minutos después Magec tomó una cuerda que ató al mástil y luego a su cintura y fue hacia Tasiri para hacer lo mismo con ella.

-¡¡¡Te dije que fueras abajo!!! -gritó a pleno pulmón hacia la oscuridad que se cernía ante ellas, que les impedía diferenciar qué era cielo y qué mar.

Pese a ello y a la cercanía de Magec, esta apenas pudo escucharla por los azotes del viento contra sus oídos.

Las gotas de lluvia caían desde arriba mientras que de ambos lados de la nave cientos de pequeñas gotas que se clavaban como alfileres en su piel.

Magec se colocó tras Tasiri rodeándola con sus brazos desde atrás. De pronto el cielo se iluminó por una secuencia de rayos acompañados por unos truenos que amenazaban con soltar cada clavo que mantenía en pie a Tilellit.

Iluminada por esa luz cegadora que se filtraba en la espeso ébano entre el que estaban, Magec pudo ver como el timón estaba manchado de sangre justo por donde la mujer que abrazaba se agarraba con fuerza. Colocó sus manos sobre las suyas, ayudándola a mantener el rumbo y tratando de que aliviara el dolor que seguramente estaba sufriendo.

Tasiri viéndose impotente ante la fuerza del cielo que había decidido confrontarse con el mar dejándolas a ellas en medio del combate, gritó. Gritó tan fuerte que a pesar deno poder oírla, Magec sintió en su pecho la vibración de todo su ser contra el suyo.

-¡¡¡Tenía que haberte dejado en la aldea!!! -gritó de nuevo

-¡¡Ese no era mi lugar!! ¡¡no está hecho para mí!! -gritó con más fuerza la otra mujer en respuesta muy cerca de su oído.

Tasiri dejó que dos lágrimas se mezclaran con la lluvia y la sal que acosaba su cara, impidiéndole ver lo poco que los rayos le dejaban distinguir en aquel infierno negro.

-¡¡¿Es que no lo ves?!!….—gritó sintiendo elcuerpo que rodeaba a punto de desplomarse entre sus brazos …-¡¡¡Este es mi lugar!!! -continuó diciendo ladeando su cabeza para impedir cubrir sus ojos de aquellas cuchillas de agua que la atacaban por doquier

-¡¡Este!! – gritó apretando sus manos con las de Tasiri al timón. Luego se aferró a suespalda con la esperanza de que hubiera escuchado lo que había gritado a todo aquel universo que se les caía encima.

Tasiri, en medio de la oscuridad sintió las manos de Magec sobre las suyas, en medio de toda la oscuridad solo sus palabras resonaban en sus oídos. Miró fijamente sus manos ensangrentadas rodeadas por las de ella, y acomodó sus dedos para entrelazarlos con los suyos.

Durante unos eternos minutos de silencio, con las fuerzas concentradas en mantener firme el timón y no perderse una a la otra en aquella oscuridad, tal y como había empezado todo, la mar empezó a calmarse, tras eso, ambas pudieron abrir los ojos y mirar haciaadelante para empezar a distinguir ligeramente como las nubes iban cambiando su color negro por un gris, el viento poco a poco se fue convirtiendo en una brisa, y mientras todo eso ocurría no se atrevieron a soltarse ni un instante.

De pronto las nubes retrocedieron como si el cielo fuera un libro al que habían abierto por lamitad y de entre el claro que empezaba a abrir en dos el techo del mundo, un brillo cegadoriluminó un punto ante ellas.

-¿Qué es eso?

-No lo sé

Ambas siguieron contemplando el cielo, que de pronto dejaba ver cada una de sus estrellas, más de las que nunca habían logrado ver y junto a aquella luz intensa que se reflejaba en las aguas, apareció la luna, como un espectro reinando en sus dominios imponiendo la paz.

-Es Venus -dijo Magec

-Sí -añadió Tasiri girando su cabeza e invitándola a que se colocara a su lado. Colocó sumano por su cintura y en el tiempo en el que transcurrió eso, ante ellas se plasmó el cielo más limpio que jamás hubieran visto, reflejado en unas aguas en calma que reflejaban cada una de aquellas estrellas. Era como su Titellit navegara sobre un espejo de sí mismo y supiera donde ir sin guiar su timón.

-¿Es este tu mar?—preguntó con el mismísimo brillo de las estrellas reflejados en sus ojos buscando la de otra mujer a su lado

-Sí, -contestó mirándose en ellos -… este es mi mar -respondió apretando su brazo por su cintura y atrayendo su cuerpo hasta sí para besar su frente.

Durante unos minutos, Tilellit no necesitó que nadie guiara su camino. El sendero de plata que iluminaba el camino en el mar las guió mientras permanecían abrazadas con sus miradas puestas en aquel mundo transparente.

Tasiri respiró hondo. Supo que Magec estaba demasiado ensimismada como para notarlo, pero podía sentir por primera vez el olor a tierra sin necesidad de nada más que aspirar, y ya solo quería llegar hasta la orilla para escribir en la arena…

Mini-epílogo

Mientras que Titellit se acercaba a tierra pasaba en medio de otros navíos anclados en la costa, con nombres como Azarug, Tagrawia, Tizziri, y otros más que no acertaron a leer. Tras la playa, un resplandor sobre las oscuras siluetas de los árboles, posiblemente originado por los navegantes de aquellas naves que habían llegado hasta allí, las guiaría hacia su nuevo hogar.