plantas39

Escrito por: Arcadia:

«Soy de ideas fijas. Vivo en la meseta norte española. Estoy felizmente casada, después de muchos años de vida en común, y que vaya tan felizmente como hasta ahora. Me encanta el cine (sobre todo el clásico), la buena literatura y las historias bien contadas. En el Twituniverse se me conoce como @havingdrink«

Un nuevo día de trabajo comienza para Helen Steward. Con una carpeta llena de papelotes en una mano y el bolso y un café en la otra, no es de extrañar que le cueste trabajo firmar la entrada y que se le caiga encima parte del café.

Nikki la observa desde la ventana de su celda; es evidente que se asoma justo a la hora de la entrada para verla. Jim Fenner se desliza como una serpiente tras Nikki para comentar que la directora se las arregla siempre para llegar dos minutos tarde, Y comenta, malicioso: “¿Te has dado cuenta, verdad? “; indicando claramente que se ha percatado de las maniobras de observación de la reclusa, indicativas del interés que le despierta la directora.

Ha llegado la hora de conocer a las dos Julies. Todo el mundo las llama así, porque a ambas les pusieron “Juliet” (o “Julia”, o similares) en la pila bautismal. Comparten celda, andan siempre juntas y tienen tal grado de compenetración que cuando una comienza una frase, la otra la completa. Y no, no están liadas.

Una de ellas tiene un hijo de corta edad y que no tiene ni idea de que su madre está en chirona. En una de sus cartas, el chaval comenta que en clase de Biología le han enseñado algo sobre fermentación. Las dos Julies proyectan ayudarle en los deberes de clase y se presentan en la biblioteca de la cárcel (esa que tanto frecuenta Nikki) en busca de un libro que hable sobre el particular. No obstante, su plan entra dentro del terreno de lo práctico, ya que no sólo quieren aprender los aspectos puramente científicos del asunto, sino que pretenden realizar una verdadera fermentación.

Como no encuentran nada, preguntan a Monica, que pasaba por allí. Monica se descubre como una experta destiladora, que en tiempos fabricaba vino (y según ella de bastante buena calidad). Les da la receta casera de la fabricación del licor, cuya base principal serán manzanas.

Las dos Julies tomando apuntes de cómo hacer el brebaje

Así que se ponen manos a la obra para recolectar los ingredientes necesarios y, sobre todo, (lógicamente) cantidades industriales de manzanas. Todo el mundo colabora donando su pieza de fruta de postre en vez de comérsela, para que poco a poco consigan tener la cantidad necesaria.

También buscan un cubículo que sea cálido y húmedo para ayudar a la fermentación: el cobertizo del jardín que cuida Nikki puede ser el escondite ideal.

Nikki no quiere ni hablar del tema: en menudo fregado se puede meter si alguien encuentra en su cobertizo una destilería. Sugiere a las dos Julies que usen la cocina, puesto que son las cocineras. Pero es verdad que montar la cuba de fermentación en la cocina es muy arriesgado, porque sería muy fácil de encontrar. Las dos Julies ruegan e imploran, alegando lo mucho que las quiere Nikki.

Y como es verdad que las tiene gran simpatía, acaba por ceder e, incluso, colaborar. La regadera la van a utilizar como garrafa, para lo cual será convenientemente esterilizada con pastillas esterilizadoras.

Queda el problema de cómo darle calor a la mixtura (muy necesario para que arranque a fermentar): Las dos Julies sugieren turnarse en abrazar el recipiente para darle calor humano. Solución tan poco práctica merece ser mejorada; a Nikki se le ocurre una idea menos ilógica: utilizarán el estiércol que usa como abono en el jardín, muy útil al ser sustancia orgánica generadora de calor.

La recolección de ingredientes sigue su curso: es ahora el turno del azúcar, que se deposita como por despiste en los bolsillos de las comensales, cucharita a cucharita. Enterada Shell de la operación porque Denny se lo ha contado, pregunta a las dos Julies si tienen otro de los preciados componentes de la mezcla: levadura. A cambio de que la inviten a la fiesta del alcohol, se ofrece a conseguirla para el día siguiente.

Y por fin se ponen a mezclarlo todo en el cobertizo del jardín. Una de las dos Julies se queda fuera vigilando y haciendo como que limpia el césped, la otra está organizando la mezcla con Nikki dentro del cobertizo.

Cuando casi lo tienen terminado, la bulldog sospecha que allí pasa algo raro y pretende entrar. La Julie vigilante da el aviso, pero las otras dos reclusas que están dentro no tienen tiempo de recogerlo todo. Así que Nikki toma el toro por los cuernos, se despoja de su camiseta y se queda en sujetador. La Julie número dos hace lo mismo. En ese preciso instante la desagradable guardiana abre bruscamente la puerta y se encuentra con ambas semidesnudas.

La explicación que ofrecen es la más obvia: estaban sólo echando un polvo rápido. Cosas de la cárcel: hay que aliviarse de cuando en vez los calores sexuales. La bulldog pasa su mirada de la una a la otra, entre airada y libidinosa, y decide ignorar el suceso comentando el asco que le da y lo mucho que se le revuelve el estómago. He dicho ya en otra ocasión que es más que posible que esta señora lo que necesite es un buen polvo femenino: tanto expresar lo mucho que le repugna y lo que parece es que lo está deseando.

Helen Steward tiene un trabajo duro. Una de las peores tareas que le toca asumir es dar malas noticias. En este caso no son malas, son malísimas. Manda llamar a Monica y con cara de las peores circunstancias, le anuncia que su hijo Spencer ha fallecido repentinamente. Aquella pertinaz y profunda tos al final indicaba que el pobre Spencer estaba enfermo de gravedad. El desconsuelo de Monica no tiene límites; literalmente, se derrumba de tristeza. Helen intenta consolarla con toda la ternura de que es capaz.

Ya en su celda, sugiere que se tome un ansiolítico para conciliar el sueño. Monica se niega: no quiere perder la consciencia de su dolor, aunque sea desgarrador. El tiempo se lo pasa en estado ausente, abrazada al jersey que le estaba tejiendo a su hijo: de nada sirven los consejos de Nikki, que la anima a que arranque a llorar para aliviar de su pecho tamaño sufrimiento.

Como es lógico, Monica obtiene permiso para asistir al funeral de su hijo; Helen se siente moralmente obligada a acompañarla. Cuando le dice a su novio que no puede asistir ese fin de semana a la programada comida con sus suegros, éste tuerce el gesto con disgusto; no comprende por qué no puede delegar en alguien. ¿Se está convirtiendo en un marido posesivo antes incluso de celebrarse las nupcias?

Helen y Sean en plan pareja perfecta: ella muy preocupada, y él feliz, pasando de todo y sin enterarse de nada

La tragedia de Monica conmueve a toda la cárcel (menos a Shell, que encima se dedica a bromear sobre el tema: pero ya sabíamos que su corazón es sólo una víscera más). Como homenaje, las presas deciden abrir la barrica del licor que están elaborando a escondidas y hacer una especie de velatorio en una de las celdas. Al brebaje ya lo han bautizado como “Chateau Larkhall”. En consecuencia, las dos Julies piden a Fenner permiso para celebrar el acto fúnebre en honor del fallecido, pero teniendo buen cuidado en no mencionar nada del ingrediente alcohólico. Fenner se lo concede, advirtiendo que no armen mucho follón y que no haya “rollos raros”.

Helen se encuentra con Nikki cuando ésta vuelve con un ramito de flores para alegrarle un poco la celda a Monica. Ms Steward se disculpa por si sus palabras en la última entrevista fueron algo bruscas.

Nikki no está para darle importancia al protocolo; pregunta indirectamente si puede llevar flores (porque se supone que están prohibidas en las celdas). Helen suspira, expresando que no hace falta permiso para ciertas cosas en tales circunstancias. Pero Nikki tenía razón en pedirlo: de hecho la bulldog le echa el alto. Tal como conocemos el corazón del Shell, también nos ha dado tiempo a saber qué no hay tampoco en las entrañas de la guardiana: piedad ni compasión. Helen acompaña a Monica a los oficios fúnebres en honor al fallecido Spencer. Antes de entrar en el automóvil, se esposa a la reclusa, tal como exigen las normas del traslado de presas. Llegan casi a la vez que el resto de la familia y justo cuando están sacando el féretro del coche fúnebre. La hermana de Monica se acerca a darle un abrazo y, cuando ve las esposas, le dirige a Helen una mirada y una pregunta: “Por el amor de Dios, ¿es esto necesario?”.

No discute la medida de seguridad, sino la oportunidad de hacer que Monica pase por la humillación de que todo el mundo la vea con grilletes en tal ocasión. Y como a Helen lo que le sobran son sentimientos, ya dentro de la iglesia, coge las llaves de las esposas del bolso y libera a Monica, dejándola sin tan infamante señal y adorno de presidiaria. El sacerdote pronuncia las oraciones. Monica, rota de dolor, se arroja al hoyo donde reposa ya el féretro de su hijo, y se abraza al ataúd sollozando desesperadamente.

Cuando por fin consiguen sacarla de la tumba, Helen vuelve a colocarle las esposas. La hermana de Monica mira otra vez inquisitivamente a Ms Steward, censurando tal maniobra. Directora y reclusa vuelven a la cárcel.

Shell Dockley no para quieta ni un instante en sus intentos por ganarse el trofeo del campeonato de Malas-Malísimas del Reino Unido. Enterada de que van estrenar el licor para el acto fúnebre esa misma noche, decide chivarse a Fenner. Su objetivo es volver al módulo 3 (el de las privilegiadas) y de paso destruir a su enemiga Nikki Wade. Así que le cuenta que Wade está fabricando alcohol y que oculta el bebercio en el sancta sactorum del jardín. Fenner acude con otro guardián y pone patas arriba el cobertizo.

No encuentran nada, porque la garrafa fermentadora estaba oculta en el exterior, protegida por una buena capa de estiércol. Fenner está furioso con Shell: no sólo es una mentirosa, sino que le ha hecho quedar en ridículo por segunda vez. Y como ella tiene de mala lo que le falta de inteligente, primero delata también a las dos Julies y después –viendo que Fenner ya no le cree ni una palabra- le propone follar. El guardián está más que harto de las insidias de Dockley y sospecha que intenta cualquier cosa sólo por volver al nivel superior (incluyendo el fornicio). Así que la manda a paseo. En una de las celdas se monta la timba. Parte del licor se encuentra en un lavabo y de ahí lo van cogiendo con tazas (estilo ponche, pero a lo cutre).

Por supuesto, lo que empieza siguiendo el propósito inicial –es decir, hacer una especie de funeral por el finado- acaba convirtiéndose en una borrachera colectiva descomunal. Obviamente, el tal licor es probablemente alcohol casi puro, así que se cogen todas una trompa digna de reseñarse en los libros de la Historia de las Cogorzas.

Helen deja en su celda a Monica, y no quiere irse a su casa sin darle a Nikki el parte de novedades. A través de la puerta de la celda de Wade, le comenta que la derrumbada mujer quiere estar sola. Nikki comenta lo difícil que va a ser que la dejen un poco tranquila en este lugar y sugiere a la directora que se marche a su casa, que la estará esperando el novio (esto fue con segundas, claro). Ambas se desean buenas noches. El día ha sido muy duro y Helen se retira cansada y abatida, mientras no puede evitar secarse una lágrima al bajar las escaleras.

Las presas lanzan desde sus ventanas gritos de apoyo a Monica. La noche cae una vez más. Y la próxima jornada en Larkhall la veremos en el siguiente episodio.