Una vez finalizada la temporada de resúmenes que he confeccionado de esta serie, me piden cuerpo y alma (sí, ambos) que hable un poco sobre la opinión que me merece todo lo que hemos tenido la oportunidad de ver y reseñar.

No me ha gustado. Globalmente, no. Es verdad que se dieron algunos chispazos amables y graciosos , pero en conjunto tengo que protestar de la imagen que ha dado esta serie de cómo somos las lesbianas. Estoy cabreada, así que quien no quiera seguir toda la retahíla de protestas que pienso escupir (me tengo que desquitar de los malos ratos que he pasado haciendo los resúmenes), que no siga.

Es cierto que es un humor grueso, caricaturesco y carente de matices. Esto hace que no se puedan pedir peras al olmo: es lo que hay, todos los personajes son bárbaros que sueltan cada patada al buen gusto que da pena. Pero eso no quiere decir que no me tenga que ofender por ciertas cuestiones.

La primera de ellas es la santificación del estereotipo lésbico. En ningún momento se nos ha tratado como seres genuinamente normales y corrientes, sino definidas por alguno o varios de los estereotipos que supuestamente nos describen. En concreto:

  1. Somos unas tías masculinizadas, recias, brutas y maleducadas. A veces nos vestimos de hombre -o de forma parecida- porque, en el fondo, nos gustaría ser un tío. Señoras, sólo a los varones les gustan las hembras, así que si a una mujer le gusta otra, es porque en el fondo siente que es un macho.
  2. Odiamos a los hombres. Sí, es por eso que preferimos a las mujeres, porque a ellos no los podemos ni ver. Este rechazo puede ser porque no nos llevábamos bien con nuestro padre, porque nos violaron de pequeñitas o porque somos imbéciles y nos asusta la figura del varón. Pero, en resumen, preferimos a una mujer como “sustitutivo” de lo que sería normal: un tío.
  3. No sólo los odiamos, es que les tenemos envidia. Nos encantaría tener una polla gigantesca para poder impresionar a otras mujeres, dado que –como todo el mundo sabe- (modo irónico ON)-, lo que más aprecia una fémina en el terreno del amor y la sexualidad es un buen pene (cuanto más gordo y enorme, mejor). Lo que haya alrededor de la zona escrotal masculina, viene a dar igual, lo importante es tener en casa a un verdadero MACHO bien dotado.
  4. Puede que algunas no los odiemos claramente, pero les tenemos miedo pavoroso: nos asusta su sexualidad demasiado agresiva y potente. Es por ello que las relaciones sexuales lésbicas tienen lugar siempre entre caramelos y algodoncillos. Tiernas y frágiles como somos, preferimos las breves caricias, un poco de cuchi-cuchi y mimitos varios. Es decir, nosotras no practicamos más que pseudosexo: somos tan blanditas que no podríamos follar en serio.
  5. Paradójicamente con lo anterior, somos unas auténticas adictas al sexo: nunca usamos una cama para dormir, estamos todo el santo día (y la noche) fornicando. Eso es del vicio que tenemos, que nos arrebata y consume. ¡¡¡¿¿¿Pero no quedamos en que nos iba sólo la ternurita???!!!
  6. Nuestra enfermedad nos lleva por los caminos de la promiscuidad: nuestras relaciones no son profundas (porque el verdadero amor sólo se encarna en una pareja heterosexual). Nosotras estamos confundidas, alucinadas creyendo que sentimos verdaderos afectos y/o atracciones. Pero, en realidad, es nuestra inmadurez la que nos engaña: nuestros sentimientos son incompletos, fugaces e insatisfactorios. De esto se deduce que nuestro destino/maldición es no lograr nunca la felicidad y acabar en la soledad y frustración más absolutas.
  7. Formar familias, tener niños, etc, no es lo nuestro. Nosotras no tenemos los instintos de una verdadera mujer, que está por definición loca por parir un montón de críos (cuantos más mejor). Una mujer madura psicológica y sexualmente no quiere otra cosa que tener hijos, hijos y más hijos. Sólo de esta manera perfecciona su auténtica naturaleza femenina –se llama “instinto maternal”, aunque también podría denominarse “furor por parir”.

En fin, seguro que me he dejado alguno, ¡porque son tantos! Pero estoy segura de que a todas os han parecido bastante alejados de la realidad que vivimos y de cómo nos vemos a nosotras mismas. ¿Podemos esperar que la gente deje de pensar estas estupideces sobre las lesbianas? Sí, pero desde luego en nada ayuda exhibirlas (las estupideces, quiero decir) en la televisión, como si fueran un espejo de nuestro modo de vida.

Reyes es un personaje bastante borde, demasiado enérgico y próximo a lo que mucha gente llamaría “hombruna”. Es, además, muy susceptible. Una cosa es ser sensible ante los ataques machistas o lesbófobos y otra muy distinta es estar siempre a la defensiva y propensa a encontrar ofensas donde no las hay. Es radical, expresa continuamente que odia a todo el género masculino, al que además considera inferior. Ya no es que sea lesbiana, es que tales planteamientos la sitúan en el ámbito del ultra-feminismo-varonófobo (que es el que se usa para denigrar al movimiento feminista en general). La aberración consiste en considerar que las feministas están todas muy locas y que piden demasiado para las mujeres porque querrían estar en el lugar de los hombres (algo así como arrebatarles su legítimo poder natural), cuando lo único que ha solicitado siempre este movimiento ha sido la Igualdad.

Lo que se plantea en esta pareja es la típica reproducción de los roles masculino-femenino de una relación heterosexual. Episodio tras episodio, hay alusiones constantes a un supuesto papel “de hombre” por parte de Reyes. Es de una reiteración tal que llega a cansar: todo el tiempo con que si “cuidado, que viene el hombre de la casa”, y expresiones parecidas. No creo que deba explayarme con lo pernicioso y perverso del modelo: dos mujeres no son en realidad dos mujeres, sino que alguien querría ser un hombre y la otra no se sabe muy bien qué clase de fémina rara es, que prefiere una imitación de varón antes que uno de verdad. En conclusión: dos enfermas. Con razón, siguiendo este planteamiento, se las llama también muy repetidamente “invertidas”. Lógico.

Araceli y Reyes son, para la serie, una pareja de “bolleras”. Es un término peyorativo en sí, aunque podamos tomarlo a broma. A mí me daría igual cómo nos llamaran, siempre y cuando se nos tratara con respeto. Pero, tal como yo lo veo, me parece que globalmente más que reírse con nosotras, se ríen DE nosotras. Y eso es inaceptable desde cualquier punto de vista. Tal vez lo de usar términos despreciativos sea lo de menos, tal vez (según defiende el movimiento Queer) esto sea bueno porque debemos apropiarnos de las palabras despectivas para construir nuevas identidades y todo eso; pero la verdad es que a mí tanta “bollera” en contextos nada respetuosos, acaba por molestarme. Como decía mi abuela, lo que cuenta no es la palabra, es la intención.

¿Más estereotipos campando a sus anchas por todos los capítulos? Pues sí. El sexo, por ejemplo, es un poco tontín, delicadito e ideal….una especie de acercamiento entre dos hadas etéreas, entre almohadones, seres románticos y cuidadosos en la expresión de sus afectos, medrosos (en realidad, atemorizados por la sexualidad demasiado “agresiva” del hombre).

Y esto, con ser ya bastante humillante, no es nada respecto al resto de las imágenes: Araceli llega a decir que tiene “penefobia” (y Reyes también). Esta concepción de mujeres que se hacen lesbianas porque huyen del falo masculino, además de ser falso, no nos favorece en absoluto. Nosotras nos sentimos atraídas y amamos a otras mujeres no porque hayamos salido huyendo de nada, sino porque ésta es nuestra senda. Y este camino es tan natural como el otro: a ninguna mujer heterosexual le han preguntado jamás si lo es porque aborrezca las vulvas, vaginas, clítoris, tetas o cualquier otro atributo sexual primario femenino. ¡Carajo, ya!

En cuanto al sexo lésbico en sí, seguimos con lo mismo: imágenes fosilizadas de lo que supuestamente imaginan todos los salidos del mundo que hacemos dos mujeres en la cama. Una de dos, o no hacemos nada de nada, porque sin una buena polla no puede haber sexo “de verdad”; o buscamos sustitutivos: penes de látex. Chicas, que en el fondo nos encantaría ser tíos, ya sabéis.

¿Cuál es la posible defensa de todo esto? Pues que se trata de una serie de humor extremo, que se burlan de todo y de todos, que dicen barbaridades constantemente y que nadie queda a salvo de una caricatura que puede ser excesiva, pero justa –puesto que a todo el mundo pone igual de verde. Vale, pero, ¿es esto así?

Hasta el episodio 9 mantuve la esperanza de que efectivamente éste fuera el planteamiento. De hecho, reconozco que este capítulo me gustó. Podría argumentarse que aquí el pescadero está más radical que nunca, pero es que a mí el Recio es lo que menos me preocupa de todo. Voy a intentar explicarlo: Antonio Recio es el imbécil oficial de la comunidad, el más ruin, malvado, idiota, descerebrado, estúpido, medio loco, …algo imposible e irrecuperable en el imaginario normal de la gente con algo de entendimiento. Precisamente por eso es inofensivo: todo lo que dice es tan salvaje que no se puede tener en cuenta, salvo que te arriesgues a que tus propios allegados te vean como un retrasado mental. Si alguien pensara como él, quedaría absolutamente desacreditado ante la opinión pública. Por esa razón, aunque parezca lo más raro del mundo, me encantó que lanzara la soflama en ese episodio contra el matrimonio homosexual y dijera que cuando llegara el PP al gobierno nos iban a mandar a tod@s a campos de exterminio y ¡todo por el progreso!

Es tan demencial que nadie puede tomar en consideración burradas tan gordísimas. Y ponerlas en su boca resulta la mejor estrategia para que la gente considere tales memeces un absurdo alucinante. En resumen, todo lo que suelta por la boca Recio es mierda y el público lo sabe. Así que los discursos homófobos del pescadero, en realidad, ayudan a que el personal entienda de una vez que tales conceptos son completamente gilipollas.

En ese episodio se reconoce por primera y única vez que la relación entre Reyes y Araceli se basaba en el amor. Creo recordar que Enrique, el concejal, dice que “más allá de una relación lésbica” existía afecto. Si os percatáis, lo que afirma es que una relación “lésbica” no lleva el amor incorporado por sí misma: éste es un asunto que debe comprobarse. No sé si están pensando en las “relaciones lésbicas” de la pornografía dirigida a los hombres heteros o simplemente creen que una mujer se acuesta con otra por sexo y luego ya ven si se quieren, o eso. La cuestión es que queda algo raro y que parece como si nosotras tuviéramos que pasar la prueba del algodón y demostrar que lo nuestro va en serio.

En este sentido, la pareja de Araceli y Reyes perfecciona este modelo: es inconsistente y se empeñan en basarla en una inmadurez tras otra. Araceli está loca de atar y está muy claro desde el comienzo que no tiene ninguna gana de casarse (bueno, si ella supiera qué es lo que quiere y no quiere, hecho que aún está por ver). Reyes parece sinceramente enamorada de su prometida, pero en realidad lo que se percibe es que está todo el tiempo rivalizando con el exmarido de su novia y acaparando al hijo. Al final no queda claro si realmente su juego es el de una vampira que haya venido a la urbanización a quitárselo todo al mártir oficial (el concejal). La relación es, pues, bastante inconsistente y confusa; episodio tras episodio surgen problemas de identidad, de afectos irreales…en fin, a mí no es la relación de pareja que me gustaría tener, qué quéreis que os diga. No obstante, hay que reconocer (y esto sin miedo a equivocarnos) que en esto no hay realmente discriminación: todas y cada una de las parejas heteros de la serie son igual de inmaduras, inestables e inconsistentes. Quien quiera ver amor (o simplemente un poco de sensatez) por alguna parte, es mejor que lo deje porque aquí no lo va a encontrar.

No es tampoco verdad que aquí se ataque por igual en todas las direcciones y a colectivos variados. Notemos cómo cuando se hace broma de los islámicos, tienen buen cuidado en que quede bien clarito que los musulmanes en general no son unos salvajes ni unos terroristas. Recio es expulsado por el imán porque hay que subrayar que el Islam no responde a esos estereotipos tan poco amables con la comunidad musulmana. Bien, ya nos hubiera gustado a nosotras como colectivo que se dejara claro que no somos unas enfermas raras, que hay otro mundo fuera de la comunidad de los locos. No digo que se hayan encarnizado con las lesbianas, sino que el humor tiene límites en el caso de colectivos especialmente sensibles; y esos límites los han pasado con nosotras. ¿Qué hubiera ocurrido si se hubieran burlado con tanta intensidad de los negros, por ejemplo? Las bromas racistas demasiado gruesas ya no hacen ni pizca de gracia. Recuerdo que hace unos pocos años, en una serie parecida a ésta realizaron comentarios jocoso-humillantes sobre los enanos y varias asociaciones de ellos interpusieron una queja formal contra la cadena de televisión.

¿Debemos reírnos de las bromas de lesbianas? Claro que sí, pero siempre y cuando tengan gracia. Es cínico pasarse de la raya y luego alegar que no tenemos sentido del humor, cuando ese sentido del humor no tiene por qué ser infinito. Y ese fin, ese límite, no es otro que el respeto.

En fin, señoras, he querido hacer este post más que nada porque me apetecía un desahogo y también quería dejar claras las cosas. Llegados a este punto, puede que alguien se pregunte por qué me he hecho los 13 resúmenes si la historia no me convencía: pues porque soy muy cabezota y si digo que lo hago, lo hago aunque se acabe el mundo. Y porque de alguna manera pensé que también se podía contar mejorando un poco las cosas. Espero haberlo conseguido. Muchas gracias a todas por vuestra atención y hasta la próxima. ?