Este post forma parte de Yo Lesbicanaria un espacio en el que invito a otras chicas lesbianas y bisexuales a quienes admiro a escribir un post como invitadas en el blog para mostrar lo diferentes que somos y que existimos lesbianas de todos los tipos. Así que denle la bienvenida a Butterflied

Yo Lesbicanaria

Let me tell you the story… ¡Uy, uy! Perdón. Es que de tanto ver películas con ligero subtexto lésbico en sueco con subtítulos en inglés, ya no sabe una ni en qué idioma pensar. Empiezo de nuevo. Dejad que os cuente la historia sobre cómo ser lesbiana me cambió la vida:

Yo fui una alumna brillante desde que entré en el colegio, la típica a la que todos los profesores adoran, la que nunca suspendía y a la que un día le dijeron que era “superdotada”. Me ofrecieron en dos ocasiones adelantarme de curso para estar a un nivel más acorde con mis capacidades pero siempre les agradeceré a mis padres que rechazasen la primera oferta y a mí misma rechazar la segunda, porque si no ahora no sería quién soy ni conocería a la gente que conozco.

Nunca me consideré una chica guapa y cuando las hormonas hicieron acto de presencia y el acné y los kilos de más decidieron hacerme la vida un poquito más difícil, aún menos. Pero bueno, yo estaba muy centrada en sacar buenas notas, en leer todo lo que pasaba por mis manos, en ver cine y documentales y no me interesaban las relaciones amorosas… Hasta que apareció ELLA. Con mayúsculas.

Rubia, bronceada, con las curvas justo donde las tenía que tener… Inteligente, mayor que yo, lo que la hacía superinteresante a la vez que inalcanzable, con un puntito borde que me volvía loca… Al principio no sentí nada especial ni diferente, pero llegó un día en el que me tuve que sentar a tener una charla conmigo misma (¿loca yo?) y decirme: “Stella, aquí está pasando algo.” Porque no era normal que la echase de menos cuando pasaba mucho tiempo sin verla. Que se me acelerase el corazón cuando la tenía cerca, que me inventase cualquier tontería porque me hiciese un poco de caso. “Lo disfrazan de amistad…” decía la famosa canción de Mecano que, como buenas bolleras que sois, debéis conocer. Y en mi caso lo disfracé de admiración a pesar de que la atracción sexual que llegué a sentir por ella se me hizo a veces insoportable.

Por aquel entonces yo tenía unos 16 años, aunque no fue en esa época en la que asumí mi propia sexualidad. Pasé por varios chicos sin llegar nunca “a mayores”, me esforzaba por gustar al sexo masculino pero nunca conseguía estar a gusto conmigo misma… Me gradué en el instituto con matrícula de honor, gané un concurso de poesía, hice un grupo de amigos estupendo con el que viví muchas cosas, viajé a Inglaterra y Gales…

Y así fue como me planté en la Universidad, hecha un mar de dudas, con una vida construida sobre éxitos pasados y con un nuevo mundo que se abría ante mis ojos con todo por hacer. Ahí sí que no pude negarme más a mí misma y, aunque aún no lo manifestaba, yo ya sabía cada vez con más seguridad que mi “periodo de heterosexualidad aprendida” como yo lo llamo, había terminado.

Sacarme la carrera me costó mucho más que todo lo anterior y se me sumaron además varios achaques de salud que me hicieron pasar más lentamente por esta experiencia académica y vital. Pero también acabé sacándome mi título de Enfermería, tuve mis juergas universitarias, mis enamoramientos, el saltarse clases para arreglar el mundo en un parque junto a una cerveza…

Es entonces cuando me dan la patada en el culo y me plantan en “el mundo laboral”. Enviar currículos, apuntarme a bolsas de trabajo a lo largo de toda la geografía andaluza y parte del extranjero, no dejar de hacer cursos para no oxidarme, hacerme voluntaria de ONG’s para sentirme útil y que no se me caiga la casa encima… La preocupación de saber que no estoy aportando nada en casa, el sentirme frustrada por haber estudiado y no estar trabajando de lo mío…

Vaya, ahora que ya llevo un buen rato escribiendo y me releo… Parece que mi vida tampoco ha sido tan diferente de la de una chica cualquiera que nació a finales de los ’80, que era una empollona en el insti y que ha terminado sus estudios en un momento difícil para prosperar, ¿no? Y es que este es el punto al que quería llegar con mi artículo, la idea que me rondó la cabeza desde el primer momento cuando me propusieron colaborar con Lesbicanarias: ser lesbiana sólo ha cambiado el sexo del que se presuponía, cuando nací, que me iba a enamorar. Soy la misma hija, hermana, amiga, compañera, enfermera, etc. que todos conocían antes de terminar de asumir mi sexualidad y empezar a vivir en consecuencia. Soy la misma persona. El mismo ser humano que aún sigue en construcción.

Y eso es lo que no quiero que se os olvide, chicas, sobre todo a las que me leáis con un gran lío en la cabeza, en el corazón y entre las piernas. A las jovencitas confundidas que me escriben mails pidiéndome consejo o simplemente queriendo que alguien las lea. Que ser lesbiana puede suponer muchas cosas. Puede ser un descubrimiento temprano o tardío. Puede ser un acto de rebeldía contra el heteropatriarcado. Puede ser una forma de expresión artística. Puede ser todo lo que tu imaginación sea capaz de crear. Pero que si tú quieres puede ser, simplemente, tu orientación sexual. Así que no te olvides nunca de vivirla. De vivirte. Porque todo el tiempo que pases negándote a ti misma nunca lo vas a recuperar.

Besos con marca.